Tijuana.— No son ni las tres de la mañana y alrededor de 500 personas duermen dentro de sus autos, uno tras otro, en las filas de espera para cruzar de Tijuana hacia Estados Unidos; algunos arribaron desde la noche anterior para asegurarse de ser de los primeros en ingresar al otro lado de la frontera y llegar a tiempo a sus trabajos.
Desde que fue declarada la pandemia por el Covid-19 el gobierno estadounidense anunció restricciones en los puertos fronterizos para entrar a su territorio. Además de suspender los ingresos no esenciales cambió los horarios de operación en las garitas, como la de Mesa de Otay, que funcionaba las 24 horas del día y ahora opera de las 6:00 a las 22:00 horas.
La Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) reportó que con las restricciones el cruce diario en esa garita se redujo a 42 mil vehículos y 14 mil a pie, 52% y 76% menos que antes del cierre de cruces no esenciales.
Es de madrugada, ni siquiera hay luz. Sobre el asfalto, filas y filas de vehículos con una, dos o más personas que dentro duermen.
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Jorge es uno de ellos. De sus 35 años, 15 se le han ido en atravesar y regresar entre un país y otro. Antes cruzaba por la garita San Ysidro, cuenta, pero ahora, desde que fue declarada la pandemia todo cambió. Dice que este nivel de restricciones, que llevan a la gente a dormir en sus autos, lo vivió sólo una vez hace años, después del atentado a las torres gemelas, en septiembre de 2001.
Relata que todas las noches se levanta en su casa a la una o dos de la mañana. En 30 minutos, no más, ya está en la fila para cruzar. Apaga el motor de su Jetta azul, se cobija, programa su alarma a las 6:00 horas y, cuando suena, abre los ojos e intenta despabilarse con apenas tres o cuatro horas de sueño. Atraviesa en menos de una hora y llega a tiempo a su trabajo, donde debe estar antes de las 8:00 horas.
La semana pasada hubo personas que reportaron hasta cinco horas de espera, aunque con la disminución también hay días en los que dicen durar no más de una hora para cruzar, pero Jorge no se la juega y prefiere llegar de madrugada y poder dormir un par de horas más, porque al atravesar le esperan otros 40 minutos por conducir.
Además de los que duermen en sus autos hay quienes lo hacen sobre el frío cemento. En la fila de cruce peatonal son otros cientos que llegan en la madrugada; quienes se preparan instalan sillas desplegables y se resguardan bajo alguna cobija, otros no. Con un frío de 10 grados no hay cabida para la sana distancia, algunos se recuestan en posición fetal, a un costado de otro.
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“Así está desde hace dos semanas”, dice un vendedor de burritos y café que llegó antes de las cuatro de la mañana, “siempre madrugamos, pero, ahora más”. Deja de hablar para entregarle unos burritos de bistec y chicharrón a una señora que trabaja limpiando casas en San Diego. “Desde que llegó todo esto [la pandemia] escucho que no hay trabajo. Yo dejé de laborar como dos semanas por el confinamiento en San Diego, pero ya ellos están empezando otra vez a moverse y ni modo. Si me tengo que levantar un día antes, pues lo hago, lo que sea para no perder el trabajo”, dice Clara, mientras desayuna y se recuesta en el piso.