Pinotepa Nacional.— La primera vez que Juliana Acevedo Ávila se reconoció como una mujer negra tuvo una sensación parecida a tocar el fuego. No sabía que su cabello rizado, sus manos pequeñas, casi oscuras tenían que ser de mundos lejanos.

Tampoco si debía sonreír o esconderse cuando le preguntaban si su familia había llegado en buques de naufragios antiguos, arrojados del océano a las costas de Oaxaca para el negocio de la esclavitud o por qué le preguntaban en la escuela si tenía familia en Cuba o Veracruz, cuando sus abuelos eran de Santo Domingo Armenta, en los límites de Oaxaca y Guerrero.

Juliana no entendía de niña qué era eso de la belleza o por qué no había mujeres como ella; si era cierto el espejismo de un pueblo de negros cercanos al mar del Pacífico, negados desde siempre por el Estado mexicano, donde tenía una casa con árboles y comía pan cocido en su propio horno de leña.

“El racismo hizo que me acercara a buscar mi identidad”, dice enérgicamente. Cuando Juliana habla su voz se eleva, sus brazos se mueven. La revolución interior apareció en quinto de primaria cuando un profesor, Israel Reyes, llegó a su comunidad. Entonces Juliana empezó su activismo cercano a la poesía, se hizo mujer y madre hasta entender profundamente que sin la colectividad nada perdura.

Juliana lamenta que en México por siglos no existiera una cultura ligada a África, que la negación de los pueblos negros sea una especie de segregación moderna que ha impedido el reconocimiento de miles de afrodescendientes. Juliana está convencida que el respeto por el derecho a las mujeres negras está atravesado por dinámicas profundas, ligadas a la racialización del cuerpo y el territorio.

“Los hombres no sienten el miedo que nosotras sentimos, no se les violenta por el hecho de ser hombres, pero en el caso de las mujeres negras es peor, porque las que nos representan en los institutos municipales de la mujeres de Oaxaca son las voces de las mujeres blancas”.

Para Juliana, lo que viven las mujeres afro está atravesado por lo socioeconómico, lo étnico y una condición de género: la hipersexualización de sus cuerpos. Para las mujeres negras, dice, se trata de un despertar de conciencia interior.

Rescate cultural de lo afromexicano

Juliana Acevedo Ávila no sabía que era negra hasta que se lo dijeron los niños mestizos de José María Morelos, pueblo enclavado en los límites calurosos de Pinotepa Nacional, a nueve horas de la capital de Oaxaca. Ahí fue done ella creció. Peleando contra el racismo institucional se involucró en el rescate cultural de lo afromexicano en 2007, un tiempo donde nadie exigía derecho para las mujeres negras, porque ni siquiera ser negro era un grito claro que había que exigir o protestar.

Sabía que era costeña, porque eran pocas las brechas de tierra fina metiéndose en sus pies desde su casa a la escuela, apenas unos kilómetros para llegar al mar. Pero ser negra y mujer y, sobre todo, llegar a ese despertar identitario fue difícil, por eso ahora impulsa algo que llama intercambio intergeneracional.

“Estamos como colectividad llevando teoría feminista negra a las mujeres jóvenes de la Costa, para dar forma a un pensamiento político. El feminismo negro a menudo no se considera una conversación, porque en el mundo no se cuenta con los recursos precisos, pero es un movimiento basado en la formulación de políticas públicas a grupos segregados, el activismo y el mundo académico”, explica.

Juliana ahora es presidenta de la Organización para el Fomento de la equidad de género y respeto de los derechos humanos de los Pueblos Negros y Afromexicanos (OFPA), da conferencias para prevenir la violencia y es integrante de la de la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora Capítulo México.

“Creo que hay una lucha que empieza a dar frutos después de mucho tiempo, pero sigo temiendo a la simulación institucional”, confiesa.

Como abogada, Juliana fue impulsora del reconocimiento de comunidades afromexicanas. En 2019, en colectivo, logró que la Constitución del país reconociera la composición pluricultural de la nación: lograron la autodeterminación siglos después de existir.

En 2020 fue promotora del censo del Inegi, que por primera vez preguntó a las personas si se autodescribían como afromexicanas. El resultado oficial es que existe un millón 400 mil mexicanos que se reconocen como afrodescendientes, 194 mil 474 están en Oaxaca.

La activista cree que estos dos momentos fueron un espacio de reivindicación para años de sufrimiento, el tiempo donde las mujeres afro fueron reducidas a la trata negrera o a la servidumbre, un paso para no volver a ser borradas de la historia.

Juliana recuerda que tiene 20 años de haber empezado la lucha por el reconocimiento de la raíz africana en Oaxaca. “La deuda histórica que México tiene contra nosotras las negras, un día tendrá que ser pagada”, sentencia.

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