Juchitán de Zaragoza

Falo era un hombre que se pintaba de rubio el cabello, que usaba camisas estrafalarias, pantalones blancos o de colores y acampanados, eran los años 60. Kika lo veía como un muxe yoxho (homosexual anciano) que irrumpía con su atuendo en las calles y las fiestas de Juchitán, era la época previa a Las Intrépidas, movimiento festivo que visibilizó a nivel mundial esta comunidad zapoteca a través de una fiesta.

Enrique Godínez, La Kika, recuerda que las muxes de los años 60 en Juchitán, como Falo, aunque seguían la moda juvenil, no se ponían las guayaberas bordadas estridentes como las empezó a usar el fundador de la Vela de las Auténticas Intrépidas Buscadoras del Peligro, Óscar Cazorla, mucho menos se vestían con el traje regional en los espacios públicos, a lo mucho en el espacio privado, sin salir de sus casas.

“Recuerdo un muxe de la Segunda Sección que se paraba en la puerta de su casa. Desde lejos se podía ver que usaba una enagua del diario sobre el cuerpo, como si fuera un vestido, pero cuando salía a la calle usaba camisas floreadas. Antes de las intrépidas, algunos usaban una flor en la cabeza o en los sombreros, sólo se pintaban los labios y vestían ropa varonil, no eran femeninas como ahora, por esos detalles se sabía que eran muxes”, dice el activista de 50 años sobre la imagen de uno de los primeros muxes que vio.

Botones de oro

De los años 30 a 50, los muxes eran más discretos, se “delataban” por los botones de oro en las camisas, chanclas femeninas o una flor en la cabeza y quizá un poco de polvo en el rostro.

Eran compañeros inseparables de las taberneras (mujeres que vendían cervezas en las Velas y fiestas patronales de los pueblos), viudas o madres solteras, al menos así los recuerda Gabina Vásquez, tabernera de 84 años.

“Los muxes de antes no se vestían de enagua como ahora, si se pintaban la boca ya era mucho. En mi juventud vi unos que a sus camisas les ponían botones de oro, eran muxes que tenían dinero, porque eran comerciantes, trabajaban mucho para tener esos lujos que los distinguían”, recuerda Gabina.

Kika hace memoria y le viene a la cabeza el nombre de Angélica, una muxe de la Séptima Sección, como la primera que usó la ropa femenina de las zapotecas en su vida diaria y después vinieron otras como Felina, Mística y una larga lista hasta el día de hoy.

“La primera que usó enagua y huipil fue Angélica... después vino el boom de las ‘vestidas’ con las intrépidas, ya no se transformaban en la clandestinidad, hicieron propia la vestimenta de las mujeres en la casa y en las fiestas”, rememora Kika Godínez sobre cómo ha transitado la identidad muxe hacia lo femenino.

Para el también director de la Diversidad Sexual del municipio de Juchitán, a un gran sector de los muxes no les importa si los denominan “ella”, “él” o “elles”, la elección queda a criterio e identidad de cada persona: “No soy él o ella, soy muxe y ya”, refiere.

La transformación del cuerpo

En el año 2000, las muxes que habían ido a la capital del país a probar fortuna, algunas en la prostitución, empezaron a transformar sus cuerpos en función del negocio. Primero tomando hormonas, luego sometiéndose a operaciones estéticas para tener pechos, caderas y glúteos muy pronunciados.

Naomi Méndez, por ejemplo, es una mujer trans de 26 años que comenzó a hormonizarse desde los 18, pero hace un año se puso implantes de seno. Pero su sueño no termina con su 34B: quiere convertirse en la primera muxe en hacerse el cambio de sexo.

“No sólo cambié mi cuerpo, también mi nombre ante el Registro Civil... esto de transformar el cuerpo es un asunto generacional, antes lo hacían las que se dedicaban a la prostitución, ahora es para sentirte acorde con tu identidad”, explica.

Naomi identifica tres formas de ser muxe: nguiu (el que usa vestimenta varonil), gunaa (la que se viste de mujer o se trasviste) y muxe trans (la que se viste de mujer y ha transformado su cuerpo), de las últimas existen en Juchitán por lo menos 40 personas.

El poeta Elvis Guerra, por su parte, considera que existe una nueva generación de muxes, como él, que han decidido inclinarse por lo “binario”, es decir, que se visten de hombre o de mujer, pero no de ambos, lo que permite que puedan relacionarse con alguien que asume el otro género.

Esto le ha traído críticas y discriminación de la misma comunidad, pero considera esta forma de identificación como parte natural de la evolución de la “muxeidad”: “En mi investigación para mi último libro sobre las Ramonas, descubrí que muchas muxes ‘se voltean’, pero no lo aceptan, porque echa abajo lo que se piensa de ellas, que no mantienen relaciones con otro muxe”, dice.

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