Eugenio Andrés Lira Rugarcía, de 55 años, tiene bajo sus rezos un gran territorio. Un territorio violento. A veces despiadado.
Él es, desde el 22 de septiembre de 2016, obispo de la Diócesis de Matamoros, la cual abarca el norte de Tamaulipas, y comprende tres divisiones, entre las que está la zona pastoral de Reynosa, que incluye los municipios de Río Bravo, Gustavo Díaz Ordaz, Camargo y Reynosa.
En esta ciudad fronteriza con Estados Unidos, hace una semana, el sábado 19 de junio, fue blanco de un ataque criminal cuando un comando de sicarios arremetió al azar contra la población civil, lo cual provocó 15 muertos en diferentes calles y colonias de la urbe; gente inocente que no tenía nada que ver con las guerras entre narcos.
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Uno de los presuntos agresores, capturado por las autoridades locales, supuestamente proveniente de la aledaña Ciudad Río Bravo (25 kilómetros al este de Reynosa) confesó que, por órdenes de un jefe de una célula criminal, habían perpetrado los atentados, con el fin de “calentar la plaza”. Fueron 180 balazos para aterrorizar a la población y ejecutar a las 15 personas.
Nunca había sucedido algo así. Los reynosenses están acostumbrados a balaceras entre grupos delictivos, en ocasiones a ver dos o tres muertos por día tirados en las calles, y desde hace muchos años conviven con las llamadas SDR, las situaciones de riesgo que a veces implican balas perdidas, pero jamás habían padecido algo así, un ataque directo contra la población.
Días después de las ejecuciones, el jueves pasado, en un intento por reconfortar a la población, monseñor Eugenio Lira encabezó una misa en memoria de los asesinados. Durante la homilía, en la Iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, en el centro de la ciudad, el obispo pidió por las víctimas, por sus familias y por la paz en Reynosa. A la misa no asistieron familiares de los asesinados, pero sí la alcaldesa de Reynosa, Maki Ortiz.
Una semana después, ¿cómo está el ambiente en Reynosa, cómo están las emociones de la gente? Y, desde las creencias de la Iglesia, ¿qué pensar de los sicarios inmisericordes? EL UNIVERSAL platicó con el obispo, quien suele percibir con exactitud lo que sienten sus feligreses.
Monseñor, ¿Cómo la percibe usted, a la gente?
-La gente en Reynosa está dolida, conmocionada y aterrada, como usted dice. Y eso que, como bien señala, por desgracia estamos acostumbrados a la violencia, cosa que no debería ser, ya que todos tenemos derecho a una vida segura y en paz. Muchas familias han tenido que sepultar con dolor a sus seres queridos; padres, hermanos, hijos y amigos, que les han sido injustamente arrebatados. Es terrible.
Leo de nuevo sus palabras en la misa por las víctimas en Reynosa, y hablaba usted de esa gente deslumbrada por el dinero y el poder (los narcos, los sicarios), y me parece que esa gente ya perdió la humanidad y cayó definitivamente en la maldad, ¿no?
-Citando a San Agustín, en la homilía de la misa en Reynosa, comenté que eso sucede cuando, encerrados en nosotros mismos, nos dejamos engañar por el pecado y hacemos de una parte del todo un falso todo. Así acabamos deslumbrados por el dinero y el poder, y los buscamos desesperadamente, como si no hubiera algo más, arriesgando la propia vida y pasando por encima de la vida, la dignidad y los derechos de los demás. Con esto, nos vamos deformando cada vez más y nos volvemos “contagiosos”, porque extendemos el mal que dejamos crecer en nuestro interior, provocando mucho sufrimiento.
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Los que actúan así están muertos, decía usted en misa. Sus culpas mortales los tienen encerrados en el féretro, citaba usted al monje benedictino San Beda, “El Venerable”, que vivió en los años 600 y 700 después de Cristo en lo que hoy es el Reino Unido. Están muertos, sí, pero hoy aterrorizan a los vivos, monseñor, ¿cierto?
-Efectivamente. El día de la masacre estaba yo en una parroquia cercana a uno de los lugares de los hechos; la gente tenía miedo, pero celebramos la misa de confirmaciones, como estaba planeado. No obstante, el día de la misa por las víctimas, las familias y la paz en Reynosa, muchos se disculparon con sus párrocos y me hicieron saber que agradecían la iniciativa, pero que tenían miedo de salir. Eso hace más dolorosa la pena. Es terrible. Por la noche, al retornar a la sede episcopal, me impresionó ver las calles vacías. El miedo está obligando a muchos a encerrarse en casa.
Estos señores de la muerte han instaurado el silencio y el terror como nunca, Monseñor: nadie recuerda algo así, con calles vacías no por balaceras, sino por temor de ser directamente ejecutados al azar. Hay gente sin querer salir ni para trabajar. Es el terror, ¿no?
-Es injusto que unos cuantos obliguen a muchos a renunciar a salir de casa, a transitar por las calles, a ir a su trabajo, a la iglesia, a reunirse en familia, a convivir. Es inaceptable que la gente tenga que vivir con miedo. El daño físico, emocional, social, espiritual y económico es enorme.
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Habla usted de restituir a esta gente, a estos sicarios, a una vida nueva, pero, ¿cómo, si no tienen misericordia? Ya no veo ni una pizca de misericordia en esa gente, ¿usted sí?
-No hay que perder la esperanza. De eso habló el Papa en el Centro de Readaptación Social en Ciudad Juárez. Dijo que la misericordia es el camino para romper los círculos de la violencia y de la delincuencia, ya que nos impulsa a crear un sistema de salud social, en todo el espectro social, que busque prevenir las situaciones que terminan lastimando y deteriorando el tejido social, afrontando para ello las causas estructurales y culturales de la inseguridad. Y a los presos les dijo que siempre hay posibilidad de escribir una nueva historia. Gracias a Dios en la Pastoral Penitenciaria hemos conocido el testimonio de gente que, después de haber estado “muerta en vida”, recapacitó y ha mejorado.
¿Está Reynosa en las tinieblas de la muerte, con estos entes martirizando inocentes?
-Así podríamos decirlo en estos momentos. Pero como dice la Palabra de Dios: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”. Esa luz es Cristo, que nos demuestra que el mal no tiene la última palabra; que la fuerza del amor hace triunfar el bien y la vida. Mucha gente en Reynosa lo cree y lo vive. Por eso, no se han dejado vencer por el desaliento, sino que, con su forma de ser y de actuar, están construyendo un futuro mejor. Ojalá todos nos sumemos a ese esfuerzo.
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A pesar de la crueldad de los sicarios, Monseñor tiene esperanza. Mientras tanto, los ciudadanos yacen aterrados. Desde el anonimato que pide, un alto funcionario del gobierno tamaulipeco comenta: “estamos acostumbrados a muertos, descuartizados, balaceras, a ver convoyes pasar con gente armada y a las caravanas de tropas también, pero a esto, no. Fue un atentado terrorista de gente que ya no tiene respeto por nada”.