Sentada sobre una colchoneta sudada, Elly Chirinos, se entremete los dedos entre sus crespos cabellos y voltea a su alrededor; hay cientos de personas, la mayoría niños, igual que ella, en la desolación.
Les ha tocado duro, hace una semana fueron deportados de Estados Unidos por la frontera de Nogales, Sonora. El Instituto Nacional de Migración (INM) los trasladó a la capital del estado y el domingo 16 de octubre, sin más, los sacó a la calle.
Les ha dado apenas una semana para regresar a su país, pero la verdad, gracias a la caridad del albergue Vida Plena Corazón Contento y al sacerdote protector de los migrantes Gilberto Lezama, tienen un techo donde dormir y un lugar donde asearse.
Elly Chirinos recuerda que hace dos meses decidió dejar atrás su actividad de comerciante y su esposo de chofer; vendieron todas sus pertenencias y sacaron a sus hijos de 6 y 7 años de la escuela para emprender el viaje hacia una vida mejor.
Una travesía dura, el matrimonio cruzó con los dos pequeños el tapón de Darién, la peligrosa selva en la frontera entre Colombia y Panamá.
Pero fue cuando estaban en tránsito en México que el gobierno de Estados Unidos anunció las nuevas medidas de control para el acceso a migrantes venezolanos que estaban ingresando por la frontera mexicana.
El Departamento de Seguridad Nacional (DHS por sus siglas en inglés), el 12 de octubre informó del programa que da estatus legal por dos años a quienes llegan por avión y la expulsión inmediata a quienes crucen a pie.
En esa nueva realidad, al llegar a la frontera de Ciudad Juárez, Chihuahua y entregarse por Texas, fueron recluidos por dos días y expulsados por Sonora.
La mujer de 34 años de edad, comenta sobre el mal trato que recibieron por parte de las autoridades migratorias norteamericanas quienes no saben distinguir entre un adulto y un niño.
"Era el trato como si fuéramos animales, no estamos pidiendo que nos regalen nada porque es lo que se comenta de todas las redes, que nosotros esperamos que nos regalen, queremos trabajar".
Tampoco queremos quedarnos en México, pero ¿qué podemos hacer?, estamos atrapados, lamenta.
"De no ser por estas personas -dueños del albergue ubicado al oriente de Hermosillo- estuviéramos en la calle, en el sol, que es bastante fuerte aquí.
"Teníamos siete días con la misma ropa, nadie nos obligó a venirnos, pero tampoco tenemos cómo regresarnos a nuestro país".
En esta circunstancia están cientos de personas en el refugio de migrantes; decenas de niños se inventan juegos, mientras sus padres no saben qué hacer.
El sacerdote Gilberto Lezama comentó que al momento hay 600 venezolanos en Hermosillo, y al momento alberga a hombres que viajan solos y a familias acompañadas del jefe de familia.
A diferencia de las caravanas esta oleada de migrantes, trae recursos o familiares les envían dinero; están dispersos, hasta ahora no se nota tanto.
Algunos se encuentran hospedados en hoteles baratos o en cuartos de renta, comentó.
Migración les dio un papel para estar siete días en Mexico, pero difícilmente lo podrán hacer.
La mayoría no se quiere regresar a Venezuela y muchos están buscando trabajo, comentó el sacerdote que alberga migrantes en la Parroquia San Luis Gonzaga.
A la población pidió ayuda para que donen alimentos perecederos y no perecederos, ya que se espera que las expulsiones continúen por parte del gobierno de Estados Unidos.
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