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Doña María Torres
ya sabe lo peligroso de los huracanes porque es originaria del Puerto de Acapulco, que cada año es amenazado por estos “destructivos benefactores”, como los llamó algún historiador del territorio sudcaliforniano, porque lo mismo recargan los mantos freáticos que devastan colonias completas.
Doña María, a sus 53 años, sabe de la fuerza de sus vientos y lo peligroso de las aguas broncas, porque le tocaron varios huracanes y tormentas en su tierra, antes de que llegara a Baja California Sur hace 15 años, a una de las comunidades más alejadas, Vizcaíno, en Mulegé.
Sin embargo, al puerto de La Paz, se vino hace apenas dos años y es la primera vez que le toca refugiarse en uno de los albergues instalados, donde las autoridades han dicho que todo lo tienen bajo control.
Pero la descripción de la mujer, de piel morena y ojos negros, los contradice: “pues a esta hora lo que queremos es al menos un vaso de agua. Tenemos dos horas aquí, no hemos comido ni tomado nada. La comida nomás no llega”.
Junto a su hija y tres nietos, conscientes de lo vulnerable de su casa construida de pedazos de madera y láminas en la colonia Agua Escondida, al sur de la ciudad, y ante las noticias de que se generarán en el transcurso de la tarde y noche importantes escurrimientos por las copiosas lluvias provocadas por la tormenta Lidia, decidieron llegar a la Universidad Autónoma de Baja California Sur , que funge como albergue, y ahí pasar la noche.
“Aunque en Vizcaíno no nos llegan los huracanes, nosotros venimos de Acapulco y allá sí, ya sabemos lo que es, y por eso no dudamos. Mejor nos salimos”, expresa la mujer, tendida en una colchoneta negra.
Doña María atendió el llamado de las autoridades del Consejo Estatal de Protección Civil de no permanecer en las zonas vulnerables y con firmeza, ahora dice que “nomás espera” que ellos, las autoridades, cumplan con su parte.
Rosa Elena, de 43 años, también se encuentra en el albergue y preocupada de que su casa en Los Cabos, en la colonia Los Cangrejos, se le vaya a inundar.
“Yo sí sé de los huracanes. Me tocó “Odile” y fue una cosa horrible”, recuerda la mujer, que agrega: “Más vale prevenir, uno nunca sabe. A mí me agarró el huracán a medio camino aquella vez, me tardé en salir y ya no pude, ahí nos quedamos encerrados en el baño, parados. No pudimos dormir”.
Por eso llegó a tiempo al albergue. Su madre dormirá con una de sus hermanas y ella y sus hijos, de 7 y 9 años, en las instalaciones universitarias. Ellos también comparten el reclamo sobre la falta de comida.
“¿Sabe cuándo van a llegar?”, pregunta uno de los pequeños, que brinca de un lado a otro.
El albergue de la UABCS es operado por elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional , sin embargo, según el protocolo de operación, el Sistema DIF es el responsable de los alimentos que entrada la tarde no han llegado.
afcl/ml