San Miguel del Puerto.— Parado frente al cauce del río Copalita, un grupo de niños y jóvenes trata de abarcar con la mirada el enorme espacio que hay entre ambos márgenes, mismo que nunca en su vida habían visto llenarse y mucho menos desbordarse. Lo observan, señalan y se convencen de que el mismo cuerpo de agua que los ha alimentado siempre, dándoles peces y camarones de gran tamaño, fue el responsable de llevarse en minutos todo lo que tenían.
En Barra de Copalita y Copalita Huatulco, las dos comunidades asentadas en las orillas del río que les da nombre, todos coinciden en que no recuerdan que el agua los golpeara con tal fuerza. Incluso los mayores, que no olvidan la devastación del huracán Paulina, dicen que ni entonces creció a esos niveles.
“Estuvo horrible, toda mi vida he vivido aquí y nunca había pasado. Todo empezó tranquilo, parecía que el río no iba a crecer. En otros huracanes que hemos pasado, como que va lloviendo y nos va avisando. Vas a ver y sí, ya está creciendo el río. Ahora fue cuestión de minutos”, narra Blanca Santiago, de 31 años, quien agrega que el río arrasó con motocicletas y casas. “Hay personas que se quedaron sin nada, sólo se quedaron con lo que tenían puesto”, apunta.
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Como ella, las familias de Barra Copalita, comunidad de San Miguel del Puerto, explican que ya habían pasado casi cinco horas desde que Agatha tocó tierra en la Costa de Oaxaca y, aunque las lluvias continuaban, parecía que había pasado la emergencia. Fue hasta que cayó la noche y se fue la luz cuando se percataron de que el agua estaba prácticamente en sus patios.
Parada en una ramada, junto a su hijas y sus nietas, mientras descansa de sus turnos para palear el lodo que sepultó su patrimonio, Rosa Arango, de 57 años, explica que el río se metió a toda la comunidad en menos de media hora, aunque las familias afectadas son aquellas que levantaron su patrimonio en sus márgenes. En su caso, además de ropa, muebles y viviendas, la familia perdió aves de corral y ocho de sus 12 borregos.
“Fue horas después de que entró el huracán, de un jalón, como una ola de mar”, describe.
Diana Laura Santos, su hija, agrega que no les dio tiempo de nada y que en su vivienda, donde habitan siete adultos y tres niñas, apenas alcanzaron a despertarlas cuando el río ya estaba entrando. En medio de la emergencia, las mujeres optaron por refugiarse en casa de algún familiar, pues les avisaron que el albergue ya no tenía espacio.
Esto lo cuentan mientras una cuadrilla de una docena de trabajadores saca con pala, carretillas y hasta maquinaria pesada las cientos de toneladas de lodo que el ingeniero Fernando González calcula que entraron con la fuerza del agua. Él es el responsable de un grupo de 30 trabajadores de la constructora privada Grupo Proesto que desde el martes ayudan a las familias de Copalita a limpiar sus hogares.
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El hombre explica que la iniciativa de auxiliar a esta comunidad se debió a que de aquí son muchos de sus trabajadores.
“Sí vinieron algunos marinos, pero es mucho; [ayudar] fue iniciativa mía y de los patrones, tratamos de apoyar en eso”.
Al principio, el ingeniero dividió a los trabajadores en parejas para que apoyaran a la mayor cantidad de familias, pero se percataron que las viviendas de las orillas del río vivían la situación más desesperada, por lo que se concentraron en cinco cuadrillas y solicitaron la ayuda de la maquinaria, pues a mano sería imposible. Pese a ello, los hombres se detienen apenas unos minutos y siguen paleando hombro con hombro con las mujeres y hasta niños.
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