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Xochistlahuaca, Guerrero.- Heladio Santiago López ha convertido sus manos en sus ojos y en ellas ha puesto su futuro: su grupo musical Heladio y sus teclados. Heladio es un niño indígena de 11 años de edad, ciego, que no se ha puesto ningún límite. Ninguno.
Si los ojos son la puerta del alma, Heladio se ha construido una propia: su sonrisa. Una sonrisa sincera, espontánea, transparente, desparpajada. Siempre ha vivido en la adversidad, no sólo por su ceguera, sino por su entorno.
Su pueblo, Llano del Carmen, es una comunidad considerada de “alta marginación”, donde las carencias abundan: no hay calles pavimentadas, no hay drenaje, 86% de las viviendas tienen piso de tierra, no hay canchas deportivas para los jóvenes, 85% de las viviendas no cuentan con un refrigerador y 63% de la población es analfabeta. Las escuelas son espacios precarios pero, sobre todo, los trabajos dignos son escasos. Por supuesto: Llano del Carmen es un pueblo que está más preocupado por cubrir lo básico que por atender a sus pobladores con discapacidad.
Heladio nació sin ojos; sin embargo, ha aprendido a moverse en ese entorno que no le quita su felicidad, ni la capacidad para soñar, menos le borra la sonrisa.
Tiene en la mente perfectamente dibujado su futuro: cuando crezca formará un grupo que se llamará Heladio y sus teclados; él tocará los teclados; su hermano, Eduardo, un niño de dos años, tocará la trompeta, y cuando éste se case, su esposa será la vocalista y así los tres recorrerán su pueblo y la región tocando cumbias y música tradicional mixteca y amuzga.
Por ahora, tiene algunas complicaciones: su teclado está descompuesto y al travieso de su hermano sólo le interesa jugar y jugar.
Su guía tiene dos años
Todos los días de clases, a las 8 de la mañana, Heladio sale de su casa tomado de la mano de Eduardo, caminan unos 50 metros y de inmediato llegan a la puerta de la escuela primaria bilingüe Benito Juárez, donde estudia el quinto grado.
Eduardo en realidad no es el mejor guía: cualquier cosa lo distrae y provoca que cambien de camino o de plano se olvide de que tiene que ayudar a su hermano mayor a llegar puntal a sus clases.
Como sea, Heladio valora mucho la compañía de su pequeño hermano.
En cinco años ya aprendió español, a leer y escribir con el sistema Braille. (FOTO: SALVADOR CISNEROS)
Los profesores cuentan que cuando Eduardo pudo caminar, Heladio se negó a que alguien más lo acompañara. Durante los primeros dos años, sus compañeros se turnaban para ir a traerlo y a dejarlo, pero ahora sólo acepta la ayuda de su hermano.
Heladio conoce tanto a Eduardo, como si lo pudiera ver. Sabe tanto de sus movimientos, sus sonidos que, con exactitud, puede decir qué está haciendo. Por ejemplo, cuando el pequeño salió del salón de clases para tomar rumbo a su casa, Heladio de inmediato lo regresó por sus chanclas que las había olvidado.
Eduardo es un niño regordete, travieso, distraído, pero para Heladio no hay mejor compañía: disfruta sus travesuras, sus distracciones y lo mantiene siempre sonriendo.
En la primaria Benito Juárez, Heladio es el único estudiante con una discapacidad física que requiere cuidado especial. De hecho, es el único niño con discapacidad que estudia en ese pueblo. Los niños con discapacidad en Llano del Carmen son aislados por sus mismos familiares, explican un grupo de profesores que almuerzan en el patio de la escuela. Incluso, dicen, con los padres de Heladio tuvieron que hacer trabajo de convencimiento para que accedieran a llevarlo a la escuela.
Cuando comenzó a estudiar, la escuela no estaba lista para atenderlo. Ningún profesor estaba preparado para darle clases a un niño ciego, y la infraestructura de la escuela tampoco era adecuada para que Heladio pudiera andar en ella.
Con los años, las adaptaciones han iniciado, se construyeron rampas, se colocaron barandales para que el acceso de Heladio a su salón sea más fácil. Pero el cambio más significativo es la sensibilización que hay para convivir con un niño con discapacidad.
Heladio en estos cinco años ha logrado aprender español, a leer y escribir a través del sistema Braille: recorre sus dedos sobre sus libros especiales, al igual que el punzón, con gran destreza.
El profe Frank
Hace tres años, a la vida de Heladio llegó uno de sus mejores sustentos: Frank Israel Urióstegui González, su profesor.
El profe Frank, como le dicen todos en la escuela, se ha convertido en su principal aliado, cómplice y, sobre todo, motivador de Heladio.
Es un profesor normalista con una especialidad para atender a niños con problemas auditivos y de visión; un joven de 27 años que llegó del municipio de Huitzuco, en la región norte de Guerrero, hace tres años a la escuela de Heladio. Primero, se puso un reto: sensibilizar a los demás profesores y alumnos para darle un mejor trato a Heladio. Les enseñó el sistema Braille y otras técnicas de aprendizaje.
Después ese reto colectivo se convirtió en personal: no se irá de la escuela, pese a ofertas de cambiarse a una zona urbana, hasta que Heladio concluya su primaria de la mejor forma: aprendiendo a leer, a escribir, a sumar pero, sobre todo, a que aprenda a ser autosuficiente, que Heladio no forme parte de esa cifra triste que el Inegi le ha dado a su pueblo: 97% de los pobladores del Llano del Carmen de 15 años y más no terminan su educación básica.
El profe Frank busca la forma de potencializar el gusto de Heladio por la música, que aprenda a tocar muchas canciones porque eso puede ser una forma de ganarse la vida, de que sea autosuficiente, además ése es uno de los sueños de Heladio: estar con su grupo musical tocando en el zócalo de Xochistlahuaca.
Heladio sabe que ser ciego no debe limitarlo; “la única discapacidad peligrosa es no tener corazón”, dice convencido. (FOTO: SALVADOR CISNEROS)
Enseñarle a leer y escribir a Heladio, no ha sido cosa fácil. El profe Frank ha tenido que emplearse de lleno, dedicarle mucho tiempo. Tuvo que enseñarles Braille a los padres del niño, pero antes le enseñó español al papá, porque sólo hablaban su lengua materna, el amuzgo. El aprendizaje que logra Heladio no tiene eco en su casa y eso dilata su desarrollo.
En la vida de Heladio, el profe Frank significa mucho más que un profesor, es su amigo, tal vez, su mejor amigo. Con él, Heladio salió por primera vez de su pueblo, fue quien lo llevó a que sus pies tocaran las olas del mar. Gracias al profe Frank, Heladio cumplió uno de sus sueños: estuvo sentado en la cabina de Radio Ñomndaa, esa estación que escucha todas las tardes en el patio de su casa y pudo platicar con los locutores que tanto admira.
Si alguien le ha puesto imágenes, sueños, ilusiones en la mente de Heladio, ese es el profe Frank.
Ahora, el profe Frank piensa en extender su reto. En este momento, busca convencer a Heladio de que estudie la telesecundaria. Lo alienta contándole historias de hombres con ceguera que rompieron el miedo e hicieron lo que quisieron.
Heladio no quiere seguir estudiando porque tiene miedo. Ir a la telesecundaria significa atravesar su pueblo caminando sobre la orilla de la carretera. No quiere arriesgarse, ni poner en peligro a su hermano.
“No quiero ir porque a mi hermano le puede pasar por su barriga un carro”, describe Heladio con algo de humor esa escena que puede ser muy posible.
Hasta el momento no hay otra posibilidad para que Heladio estudie la secundaria. La escuela más cerca está en la cabecera municipal, Xochistlahuaca, a unos 20 minutos, pero hacerlo para su familia sería casi imposible. El padre de Heladio, Jerónimo Santiago, es un campesino que se renta por unos 100 pesos al día y su madre, Ofelia López, es ama de casa, que en sus tiempos libres hace el telar de cintura.
La familia de Heladio, es pobre. El profe Frank es alguien que lo ve con frecuencia. Cuenta cómo el niño ha asistido a clases sólo con unas tortillas con chile en la panza. Es testigo de la dieta de la familia: tortillas de maíz, frijol y sopa, eso sí, sin que haga falta la Pepsi.
Disfruta de casi todo
A Heladio le gustaría ver, pero eso es imposible. No tiene ojos, no se le formaron durante el embarazo y eso hace inútil cualquier intervención quirúrgica. Sin embargo, le gustaría ver a su madre, a su hermano Eduardo, ver el mar, su pueblo, al profe Frank. También es consciente de que eso no sucederá.
Eso no lo detiene, Heladio disfruta de casi todo. Disfruta tocar la canción “La del moño colorado”, “Las mañanitas”, tocar las botellas llenas de agua, mientras buscan la forma de reparar su viejo teclado.
Heladio sabe que estar ciego no lo debe limitar; él mismo se lo repite: “La única discapacidad peligrosa es no tener corazón”.