La Realidad, Chiapas.— Un grupo de muchachas conversa animado en un tendejón en una tarde fría, con una terca llovizna que no ha dejado de caer durante varios días. Atrás de la tienda está la escuela y clínica zapatista, con un mural donde recuerdan al subcomandante Pedro, que vivió aquí como un campesino más, caído en la madrugada del 1 de enero de 1994 durante la toma de Las Margaritas, y a José Luis Solís López, conocido como Galeano, muerto el 2 de mayo de 2014 durante un enfrentamiento entre pobladores que marcó el quiebre del zapatismo en este lugar.
La Realidad Trinidad, fundada en 1902 por viejos acasillados que se habían hastiado de su patrón en la finca San José Belén, en el municipio de Ocosingo, parece ser la misma comunidad de hace 30 años, cuando salieron varios jóvenes con rifles rudimentarios para luchar en el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), con la meta de avanzar hacia “la capital del país venciendo al Ejército Mexicano”.
Las calles y el camino principal que lleva a la cabecera municipal de Las Margaritas siguen igual que hace 30 años, de lodo y piedra. Las casas de madera y lámina de zinc son las mismas que cuando los zapatistas tomaron las armas para gritar “¡democracia, justicia y libertad!”. Las mujeres siguen cocinando con leña en las cocinas forradas de hollín.
El enfrentamiento de mayo de 2014, que marcó el mayor quiebre de las bases zapatistas en La Realidad, ocurrió porque un grupo de pobladores quería energía eléctrica, que el camino fuera asfaltado, mientras los zapatistas se oponían, recuerdan los habitantes. Aunado, desde Guadalupe Tepeyac, a 15 kilómetros de distancia, se bajaban las cuchillas y cortaban el cableado.
Hace 26 años, un grupo de la Comunidad Europea trajo un generador para dotar de energía a los 140 hogares, pero el proyecto nunca prosperó. La calle que viene por el arroyo se iluminó la noche que empezó a trabajar el aparato, pero después quedaron a oscuras. Cuando la CFE levantó las líneas desde Guadalupe Tepeyac, el flujo fue cortado. “Sólo una noche tuvimos luz en esta comunidad”, dice un poblador.
Los habitantes de Guadalupe Tepeyac, de donde era originario el comandante Tacho, ya estaban confrontados con sus vecinos de La Realidad, que demandaban ingresos por la venta de grava del banco donde se extraía material para construir la carretera, pero como se negaron a compartir las ganancias, cortaron los cables.
A los pocos meses de la fundación del EZLN, en noviembre de 1983, en la zona oriental de La Realidad, al sur de Laguna Miramar, hombres extraños y barbados llegaron al pueblo para simular que se dedicaban a la compra de ganado. Poco a poco se fueron ganando la confianza de algunos hombres que se unieron al zapatismo, hasta que en el lugar se quedó a vivir el subcomandante Pedro, uno de los seis fundadores del EZLN, al que llamaban Pedrín, y que lo recuerdan con cariño porque “él comía con nosotros, y si necesitábamos ayuda para cargar un costal, él nos ayudaba”, asegura un poblador.
Pero a los pocos años de haberse conocido como EZLN, hombres y mujeres se desencantaron del movimiento, porque vieron que no podían sobrevivir con la ayuda que llevaban los integrantes de las caravanas de solidaridad que partían de la Ciudad de México.
La familia de Florinda Sántiz fue una de las primeras en dejar la lucha. Durante el gobierno municipal de Manuel Culebro, del PVEM, llegó a ser regidora por el PAN. Fue hasta mayo de 2014 cuando el ahora subcomandante Moisés la acusó de “traidora”, y comentó que desde el año 2000 Florinda y Carmelino Rodríguez Jiménez sostenían reuniones con el comisionado para la Paz en Chiapas, Luis H. Álvarez, para “ofrecerles” ayuda a las familias de La Realidad.
Por ese tiempo, Felícitas Hernández, ahora de 61 años de edad, viajó a la Ciudad de México para buscar trabajo, donde permaneció dos años, pero cuando volvió se encontró que los mandos del EZLN la habían castigado con cargar durante varias semanas decenas de tercios de leña para el albergue estudiantil. Pidió clemencia porque “era mucho” el castigo, recuerda su hijo Clinton Jiménez Hernández.
Clinton, de 31 años, padre ahora de tres niños, de cinco, tres y un año, cuenta que los mandos zapatistas cambiaron el castigo para Felícitas: trabajar dos meses como cocinera en el albergue, donde llegaban muchachos a capacitarse como promotores de salud, de educación, de derechos humanos y otros.
Triste por el castigo que le impusieron por haber salido a trabajar, Felícitas creyó que no tenía futuro en la organización, por lo que decidió abandonar el EZLN junto con su hijo Clinton. En 2019, con otro grupo de jóvenes, Clinton viajó a Culiacán para trabajar en la recolección de tomate, donde ganaba siete pesos por cubeta llena. Vio que algunos de sus paisanos se aventuraron a viajar a la frontera con Estados Unidos para buscar trabajo, pero él no tenía el dinero para continuar más al norte, así que decidió regresar a La Realidad.
Hoy trabaja en su parcela, donde siembra maíz, frijol y café. “Tengo mi pedacito de tierra donde siembro maíz y tengo mi pedacito de cafetal”, señala Clinton, quien en los últimos cuatro años ha decidido quedarse en el pueblo, porque para migrar a Estados Unidos se requiere de más de 150 mil pesos para hacer el periplo, dinero que se pide al rédito con lugareños con intereses de 10% a 15%.
En Estados Unidos hay más de 35 hombres y mujeres, que al dejar el EZLN, emigraron a la nación del norte. Algunos hombres leales al zapatismo lo hicieron con permiso de los mandos, pero cuando se venció el permiso, desertaron.
Cuando Bill Clinton gobernó Estados Unidos, Clinton Miguel fue conocido entre los reporteros que llegaban a la comunidad para buscar una entrevista con el subcomandante Marcos, cubrir las visitas de Oliver Stone, Daniel Miterrand o asistir a los encuentros donde llegaban intelectuales de varios países. El joven dice que no sabe por qué su padre lo llamó como el apellido del exmandatario de la nación del norte.
En ese entonces, Clinton estaba bajo el cuidado de su madre y su abuela Teresa, que murió a los 114 años en 2018. “No tengo idea por qué me pusieron ese nombre. Los que venían de la ciudad me conocían por ese nombre. Como mi tío tenía una casa pintada de blanco y celeste, me decían que era la casa blanca de Clinton. Así me decían. Yo no tenía idea. Era niño. No sabía. Ahora que estoy grande, ya sé por qué me dicen así”, rememora.
Después que su madre y él decidieron renunciar al EZLN, Felícitas se unió a otras tres mujeres para conformar una cooperativa, y con dinero que lograron reunir consiguieron instalar una tienda que instalaron en la parte contigua a su vivienda. Las cuatro mujeres se turnan para cuidar el negocio. El proyecto ha crecido.
Aunque en el pueblo no hay energía eléctrica, las cuatro mujeres compraron celdas solares y un refrigerador donde tienen refrescos y otros productos que ofrecen a los lugareños.
Felícitas reconoce que haber sido parte del EZLN fue una tarea “larga y difícil”. “No es fácil”, pero, aunque en La Realidad la mayoría de los 862 pobladores ya no pertenecen a esa organización, hay otras comunidades vecinas que sí siguen fieles. “Aquí todos éramos zapatistas”, explica. Hoy en este lugar sólo 30 familias siguen en la organización fundada al oriente de La Realidad.
Lo bueno del zapatismo fue que los hombres, que antes tomaban alcohol y golpeaban e insultaban a sus esposas, dejaron de hacerlo. “Ya no toman”, reconoce Felícitas.
Cuando les hablaron que el gobierno les podía dar recursos para sus hijos o adultos mayores, entonces decidieron tomarlo. “Nos ofrecieron proyectos del gobierno y pensamos: mejor, ya no vamos a estar resistiendo. Algo será lo que nos da el gobierno”.
Se cansaron de sobrevivir con la mínima ayuda que entregaban los mandos. Cuando llegaba la ayuda con granos y otros productos, a las familias les daban “un poquito de jabón, un poco de arroz y frijol. Eso es lo que nos repartían, pero no alcanzaba. Por eso decidimos salir del zapatismo”. Una vez fuera del EZLN, los hombres y mujeres empezaron a migrar. “Entonces nos fuimos a chambear”, concluye.