Zacatecas.— Más que tejidos de hilos de rafia color rojo, como la sangre de las víctimas de la violencia que azota a Zacatecas, son lienzos que llevan entrelazados sentimientos de tristeza, dolor, incertidumbre, coraje y desesperanza de los familiares de las personas desaparecidas y no localizadas, así como de los colectivos que simplemente quieren paz.
Se han visibilizado como “las tejedoras de la Alameda”, pero el proyecto se llama Sangre de mi sangre, y surgió hace tres años en Guadalajara, Jalisco, con el Colectivo Hilos.
Desde julio, varios colectivos de Zacatecas se sumaron a esta iniciativa, que se replica en otros 20 estados del país. Entre todos buscan tejer más de 100 mil metros para cubrir de rojo la plancha del Zócalo, en la Ciudad de México, a finales de noviembre.
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Ricardo Bermeo, vocero de varios de los colectivos que participan en este proyecto en Zacatecas, menciona que la cifra histórica de personas desaparecidas y no localizadas en el estado es de 4 mil 233, pero los casos se han incrementado desde 2007, con 2021 como el foco rojo, cuando se registraron 831 casos, la cifra más alta hasta el momento.
Dice que, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, hasta el 26 de septiembre de este año ya sumaban 291 casos, y aclara que, si bien no va al mismo ritmo del año pasado, la cifra es alarmante comparada con otros años.
Explica que para visibilizar a las víctimas de la violencia se convocó a diversos colectivos de personas desaparecidas, feministas y organizaciones que promueven la paz, quienes se reúnen todos los domingos en la Alameda del centro de Zacatecas.
La búsqueda de Guillermina
Entre las tejedoras está la maestra Guillermina Camacho. Desde 2017 busca a su hijo, Jorge Alberto, quien tenía 17 años cuando desapareció. Lo buscó en hospitales, comandancias, morgues, periferias y en caminos de la capital, sin tener éxito.
En todo este tiempo ha tenido que soportar que su hijo sea criminalizado y revictimizado por “el tortuoso sistema de justicia”, porque no lo buscaron inmediatamente, tuvo que esperar 72 horas. “Me dijeron que seguramente se había ido de mochilero y regresaría cuando se le acabara el dinero y la marihuana”, recuerda.
Años pasaron, y a la fecha no hay pista de cómo ni quiénes se lo llevaron, pese a que el hecho ocurrió en el centro de la ciudad de Zacatecas. Con coraje, dice que de nada sirvió buscar al fiscal Francisco Murillo, pues cuando le contó su caso, le respondió: “¿Y qué quiere que yo haga?”.
En su desesperación, recordó al funcionario que él era la autoridad, que rastreara llamadas, cámaras o lo buscara con los criminales: “Porque se llevan a los jóvenes”, pero el fiscal le dijo que “eso sólo pasaba en películas”.
Tras ver la incompetencia de las autoridades, doña Guillermina buscó refugio en los colectivos, donde se encontró muchas historias parecidas. Entre ellos se dan acompañamiento, se ayudan y se dan ánimos.
“Quienes tenemos desaparecidos vivimos en un cúmulo de emociones cíclicas. El dolor y la incertidumbre van y vienen. Llegan días grises en los que hasta uno ha llegado a pensar en quitarse la vida. No hay calma, no hay una tumba dónde llorar”, relata con los ojos llorosos, mientras teje con más fuerza.
Guillermina enseña a los demás las técnicas de tejido, trabajo que también le ha servido de terapia, porque cuando la invade el dolor va y toma su tejido para sacar su estrés. Ahí quedan entretejidas sus lágrimas y recuerdos.
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Asegura que viajará al Zócalo de la Ciudad de México no sólo por su causa, sino por todas las familias que sufren por la violencia, porque buscan que volteen a ver a las familias de los desaparecidos y que apliquen un mecanismo para que los 60 mil cuerpos que están sin reconocer en las morgues encuentren a sus familias: “No puede ser que no tengan una madre, un padre, una esposa, un hijo o alguien que los busque”.
Se involucran académicos
Malely Linares y Jairo López, académicos de la Universidad Autónoma de Zacatecas de origen colombiano, también se unieron al movimiento de las tejedoras. Admiten que han visto que la academia zacatecana “ha guardado silencio” sobre el fenómeno de la violencia, por ello, organizaron un panel para analizar este tema con colectivos, periodistas y miembros de la academia, para involucrar a este sector.
Mencionan que los colectivos de víctimas caminan solos y advierten que “la apatía es muy peligrosa”, porque eso permite la normalización de la violencia, cuando no hay solidaridad de la sociedad ni de las autoridades.
“Es como vivir en realidades paralelas a las de las víctimas, porque las autoridades recurren a un discurso que reduce un problema entre buenos y malos, como si eso no nos interpelara. Así se pierde la empatía y cualquier horizonte para construir alternativas, tanto de construcción de la paz como de exigencia cuando se vive un recrudecimiento de la violencia, donde le guste o no a quien está a cargo de la administración de esta entidad, tiene la responsabilidad de hacer frente a ese fenómeno”, dice Jairo.
Desde hace 12 años, Malely trabaja con movimientos sociales de resistencia en Colombia, y ahora en México, en defensa de problemas sociales, derechos de los indígenas, defensas territoriales y movimientos feministas.
Dice que, a diferencia de Colombia, donde está más marcada la lucha social, en Zacatecas ha visto cierta indiferencia por el tema de la violencia, pero también nota que la gente tiene miedo.
Ponen como ejemplo los desplazamientos forzados por el crimen organizado, un fenómeno nuevo que tomó por sorpresa a pobladores y autoridades. Lamentan que pareciera que hay dos realidades: la de los discursos oficiales y la que viven las víctimas que sortean esa situación.
Señalan que los universitarios no se interesan en investigar estos temas y prefieren abordar otras violencias o conflictos internacionales: “Es como si no quisieran involucrarse en indagar este fenómeno de su tierra”.
En tanto, unen fuerza con las tejedoras, quienes muestran su dolor con rafia roja.
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