Tijuana.— Un joven de 17 años se planta durante seis horas en el lugar por donde los pasajeros arriban al aeropuerto. Carga un letrero azul y amarillo que dice: “Bienvenidos ucranianos”. Sale el primer grupo de desplazados que durante cuatro días atravesaron un continente; desorientados, voltean de un lado a otro.
Alec, quien viajó desde San Diego, avanza unos pasos y, mientras les habla en su idioma, estallan en llanto. Él es uno de los voluntarios cristianos —estadounidenses, pero con ascendencia ucraniana o rusa— que llegaron de diferentes partes de California como Sacramento, Los Ángeles y San Diego para ayudar a las familias que huyeron del conflicto entre Ucrania y Rusia.
Llegaron desde el fin de semana pasado y desde que amanece hasta casi la medianoche se plantan en el aeropuerto de Tijuana para recibir hasta la última de las familias que llegan a suelo mexicano, a fin de pedir asilo al gobierno de Estados Unidos. Los reciben, los trasladan a sitios seguros y los acompañan hasta los puertos fronterizos.
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La dirección de atención al migrante de Tijuana calcula que diariamente llegan a la ciudad entre 200 y 250 migrantes (ucranianos y rusos), todos para iniciar su trámite de asilo en Estados Unidos.
Los voluntarios se distinguen por las camisas blancas que portan como si fuera una especie de uniforme, la única palabra que llevan escrita junto a lo largo del pecho es “Love” (amor).
Mientras unos se acercan a las familias con un letrero de bienvenida, otros traducen los documentos, unos más les ofrecen comida. Les tienden la mano, afuera del edificio aéreo los esperan en buses para llevarlos a refugios o al puerto fronterizo Garita San Ysidro y Otay Mesa.
Ed es otro de los voluntarios, él a diferencia del resto nació en Rusia y viajó desde Sacramento para integrarse con la red de apoyo que surgió para desplazados de la guerra. No tiene familia en Ucrania, pero, como él dice, la empatía es algo que se puede sentir por cualquier otra persona.
“No tengo ninguna conexión con nadie allá, conozco algunos amigos que nacieron en ese país, pero lo que quiero decir es que ayudar nace del amor a las personas, a cualquiera porque esta es una tragedia que afecta a muchas familias”, lamentó.
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Cada voluntario hace cambio de turno para cargar el letrero y recibir a quienes continúan llegando. Otros hacen llamadas para coordinar los traslados, mientras que el resto explica el proceso para pedir asilo. Responden, como pueden, sus dudas. Les advierten del peligro del que algunos ya han sido objeto, cobros indebidos por supuestos casos de asilo que terminan por ser un engaño.
Alec únicamente tiene una motivación para hacer lo que hace: amor. Justo como la palabra que tiene escrita en el pecho, encima de su corazón.
“Es una tragedia y lo que hacemos es poco para todo lo que sufren”, afirma el joven que vive en el condado de San Diego, pero que es hijo de padres ucranianos; “yo vivo aquí en un lugar seguro y ayudo porque puedo, pero quiero pensar que si fuera yo alguien más haría esto por mí”.