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En medio de un campo colorido, como pocas veces se ve, hombres y mujeres apresuran la faena. De su trabajo, de sus manos y sus pies, depende que miles de almas puedan regresar a su terruño y visitar a los suyos.
Cientos de hectáreas se convirtieron en coloridos campos que alegran la vista y el corazón; en color amarillo y naranja, miles de plantas de flor de cempasúchil esperan adornar miles de hogares y convertirse en el camino del inframundo hacia la tierra que habitan los vivos.
Desde la época de los mexicas, los pétalos son el camino que siguen los hijos, padres, tíos y amigos cercanos que se adelantaron al otro mundo para venir a celebrar el Día de Muertos , convivir –según las creencias- con los que siguen vivos.
Sin estos hombres y mujeres que cultivan el cempasúchil y sin Puebla, estado que ocupa el primer lugar en producción con 11 mil toneladas , las almas jamás regresarían a convivir con los suyos, a deleitarse con los manjares de esta tierra, como los tamales, pan de muerto y dulces.
En la entrada de las casas, en los altares, ofrendas y entierros, la flor de cempasúchil es uno de los protagonistas principales de la tradición del Día de Muertos, ello gracias a las más de mil 301 hectáreas donde se siembra.
Puebla, Ciudad de México, Oaxaca, Estado de México, Morelos, Guerrero, Hidalgo, Coahuila, San Luis Potosí, Tlaxcala y Michoacán forman parte del selecto grupo que ayudan a los muertos en su tránsito.
Y es aquí, en esta región de Atlixco, donde se cultiva la mayor parte de la flor que deja una derrama económica de 31 millones de pesos para más de 3 mil 500 mil productores de 13 municipios conurbados .
“Hay que darle, porque sino nuestros difuntos no llegan a acompañarnos”, asegura Miguel Hernández, un campesino que no deja de mover sus manos para cortar las flores, llevarlas a cestos y luego a decenas de vehículos que esperan para partir a diversas regiones del país.
El delegado de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación ( Sagarpa ), Hilario Valenzuela Corrales, recordó que el cempasúchil también es conocido como “flor de veinte pétalos”, por la raíz náhuatl de la palabra “zempoalxochitl”.
Los principales productores de la llamada “flor de muerto” son Atlixco, Palmar de Bravo, Santa Isabel Cholula, Tianguismanalco, Huejotzingo, San Jerónimo Tecuanipan, Tepeaca, Quecholac, Coronango, Cuautlancingo y Huaquechula.
Los productores alistan las semillas en épocas de lluvias, a inicios de julio, para que puedan estar listas a finales de mes y 20 días después, salen los primeros brotes y en dos meses alcanzan el metro de altura y hasta cinco centímetros de ancho.
El funcionario federal, reveló que además en Puebla se cultivan 640 hectáreas de la flor de nube, que llegará a una producción de 6 mil 127 toneladas, la cual también se utiliza para adornar las ofrendas de muertos.
La producción de ambas flores dejará una derrama económica cercana a los 29 millones de pesos y en total, se sembrará en Puebla 251 mil 629 toneladas de flores de cempasúchil, nube y terciopelo para el año.
Las culturas ancestrales establecidas en lo que hoy es México concebían a la muerte sólo como un paso para otra forma de vida, tenían la idea de que con la muerte no se termina nada sino que continúa otro ciclo, explicó el antropólogo Román Güemes Jiménez.
Para los antiguos mexicanos, de acuerdo con la forma de morir era el panteón; por ejemplo, quienes morían ahogados o ahorcados tenían uno específico, así también las personas guerreras o que morían en el parto. Después llegaban a un lugar que reunía a todos: el Miktlan (lugar de los muertos).
Esto mismo se repite en todas las culturas ancestrales establecidas en lo que es hoy México, porque los mexicas tomaron de ellas muchos elementos rituales y culturales. Entre los tenek, por ejemplo, el Miktlan se llamaba Tanchemlab (lugar de los muertos), precisó el también poeta.
afcl