Doxey.— Aquí la vida se convierte en muerte, a veces alegre y festiva y otras triste y desolada. Así es esta localidad, con sus campos coloridos de flor de cempasúchil, nube y besos, o sus talleres donde se transforma la madera en ataúdes.
Doxey pertenece al municipio de Tlaxcoapan al sur de Hidalgo. Sus campos son fértiles por las aguas negras del Valle de México, con cultivos clásicos de maíz, frijol o alfalfa.
Está rodeado por la barda de la fallida refinería Bicentenario, que le quitó al paisaje un polígono de 700 hectáreas, pero poco a poco el verde del campo se tiñe del naranja del cempasúchil, del magenta de la mano de león, o del blanco de la nube.
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Aunque el multicolor de la tierra no ha sido de la noche a la mañana, para ello han tenido que pasar más de 60 años y que de manera paulatina los campesinos le apuesten a la flor.
Un volado en el que tienen mucho que perder. Tal vez por eso ahora cuentan con el “paquete completo”. No sólo es la flor para el Día de Muertos, también son los 300 talleres de ataúdes que surten a gran parte del país.
Flores y fotos
“Por momentos te olvidas, porque estás en estos campos llenos de flores que no van a decorar una mesa o una boda. Estas flores terminarán en un altar para recordar a los que se han ido o en el florero de una cripta, pero mientras, en el campo son magia que llenan los sentidos”, dice Cristóbal Vargas, uno de los productores que viven de esta actividad.
Sentado a la orilla de la canaleta que irriga sus terrenos, Cristóbal termina de dar los últimos toques a la Catrina gigante que este año adorna la siembra de flor. Cuenta que esta temporada tienen mayor demanda que en otros años, pero también hay más compradores.
La idea de colocar catrinas gigantes y otros adornos alusivos al Día de todos los Santos, ha atraído un mayor número personas, muchos vienen a tomarse la foto y se llevan sus ramos de flores.
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También se ha ampliado el mercado, ya no sólo son las comunidades de municipios vecinos, también llegan de la capital del estado, del Estado de México, Huichapan o Huejutla. Cada año se amplían los compradores.
Cristóbal explica que en la mesa tienen la propuesta de que en cada temporada presenten cosas novedosas, ampliar el Festival de la Flor, y experimentar con otras variedades. Sin embargo, para algunos campesinos la idea es atractiva, pero no todos están dispuestos a jugársela.
Los ataúdes
No sólo la producción de flor es un negocio creciente en esta localidad, también lo es la fabricación de ataúdes, que desde hace 30 años comenzó con las familias García y Hernández, quienes emplearon a los vecinos.
La comunidad de la nada tuvo una actividad que les daba de comer: la fabricación de cajas para difuntos. En el pueblo se estima que hay 300 talleres que comercializan en toda la República al menos 60% de la demanda.
Hilario Vargas, uno de los fabricantes, no duda en asegurar que la pandemia de Covid-19 marcó un antes y un después en este negocio: “Durante los dos años más álgidos de la pandemia, en la fabricación de ataúdes no nos dábamos abasto. Algunas funerarias incluso querían exclusividad en la entrega”, relata.
En ese tiempo su taller fabricaba hasta 100 ataúdes por semana, con una entrega de 400 al mes. En temporada normal fabrican alrededor de 120 al mes.
Hilario cubre varias rutas como Puebla, Veracruz, Zacatecas, Guanajuato, Aguascalientes y Guadalajara junto con su familia y 14 empleados, quienes elaboran los ataúdes, para los cuales tardan al menos cuatro días.
“Se aprende a convivir con la muerte; los primeros meses son difíciles, pasar entre las cajas, pero el tiempo ayuda y después la actividad se convierte en una de las más importantes que pocos ven y es darle dignidad a un cadáver”, afirma Hilario.
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