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Acapulco.— La última vez que llegaron hombres armados a la taquería Chely, su dueño, José Alfredo Orozco, no tuvo tiempo para defenderse, lo asesinaron. En el anterior ataque, alcanzó a resguardar a su esposa y sus hijas, tomar su pistola y repelerlo.
La tarde del 14 de noviembre, a unos días de reabrir su negocio tras la devastación que provocó el huracán Otis, hombres armados asesinaron a balazos a José. Los criminales lo estaban extorsionando y, en Acapulco, casi todos —incluidas las autoridades— lo sabían.
Estos dos últimos ataques no fueron los únicos, fueron varios y José ya había pedido ayuda a casi todas las autoridades.
El 23 de diciembre, su esposa colocó una lona en la fachada del negocio para anunciar el cierre tras 20 años de funcionamiento y, no sólo eso, también informó que dejaba Acapulco.
“Adiós Acapulco, gracias gobernadora Evelyn Salgado Pineda; fiscal Sandra Valdovinos; presidenta municipal Abelina López por tanta corrupción e inseguridad, por ignorar mis súplicas, pedí ayuda a todas las corporaciones del gobierno, nadie me ayudó, nadie escuchó. La única respuesta que recibí de la fiscal fue ‘que me vaya porque también me iban a matar y que su responsabilidad no era cuidar a los ciudadanos’ (sic)”, escribió en la lona.
El asesinato de José y el cierre de su negocio tiene una larga historia que casi todas las autoridades ignoraron.
Una tarde de enero de 2022, a unos 20 metros de la taquería se estacionaron dos camionetas. José las vio y sintió un presentimiento. De inmediato ordenó a su esposa, a sus hijas y a suegra que corrieran, que se metieran al local. Las apuró y también corrió para agarrar su pistola.
Mientras su familia se refugiaba, de las camionetas bajaron dos jóvenes, contó en su momento José a EL UNIVERSAL. Los dos con armas en las manos caminaron directo a la taquería, apenas se acercaron y dispararon. Una, dos, tres, cuatro veces… hasta que quisieron. José intentó defenderse, también disparó.
Cuando terminaron, casi caminando regresaron a las camionetas, se subieron y se fueron. “No creas que se fueron rechinando las llantas, iban bien tranquilos”, narró José.
La reacción de José no fue un impulso, sabía que en cualquier momento podía pasar. Semanas atrás había recibido mensajes donde le exigían dinero. Lo estaban extorsionando. Primero le exigieron 50 mil pesos. Se negó. En el último mensaje le advirtieron: “Si no nos das los 50 mil pesos te vamos a llegar con largos”. Con armas, con rifles.
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Esa vez, José cerró 10 días la taquería, también colocó dos lonas en la fachada de su negocio implorando ayuda. Ninguna autoridad se acercó a ayudarlo.
José continuó con su negocio, esa vez no pudo dejar la ciudad, pero su sistema de trabajo cambió. Desde hace casi nueve años, José portaba arma, tramitó el permiso después de uno de los intentos de extorsión.
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