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Minatitlán.— La familia beisbolera de esta tierra está de luto, le arrancaron a sus jugadores, a sus entrenadores, a sus niños, que eran la promesa de la vida y la permanencia. Aquí no era raro ver a Santiaguito en los partidos de beisbol de ligas pequeñas. En esta ciudad del sur veracruzano, el rey de los deportes lo traen como marca de nacimiento casi todos los pequeños, es como una religión que les imponen sus padres, quienes siguen la tradición y la heredan a sus hijos varones, principalmente.
En esta lógica fue como Santiago Hernández heredó de su padre, César Hernández Barrera, la tradición, pero no por mucho tiempo, tan sólo por un año: fue asesinado sin piedad por un grupo armado la noche del Viernes Santo, junto con su progenitor y 11 personas más en una fiesta familiar en la palapa El Potro, cuyo nombre recuerda a un personaje que también alguna vez fue beisbolista, en la colonia Obrera.
El padre de familia tenía 35 años, combinó su carrera como ingeniero electromecánico con el beisbol, era también coach del equipo Marlins de la categoría Pony, con niños de 13 a 16 años. Además formaba parte del equipo de beisbol del taller mecánico del complejo petroquímico de Cosoleacaque.
César llegó al beisbol de la mano de su padre, como luego lo hizo su hijo Santiaguito. A los cinco años entró a la liga Escuelita, que es para niños de cinco a seis años, pasó por las seis categorías que posee la Liga Infantil y Juvenil de Beisbol de Minatitlán, una de las más importantes del sureste mexicano porque a ella llegan a jugar niños de los estados de Oaxaca, Tabasco y todo Veracruz, una liga que atiende a más de 400 menores, según el informe que da Jorge Montoya, exdirector de la Liga Pequeña.
Carlos Fernández, cronista deportivo de Minatitlán, recuerda a César como un hombre alegre y disciplinado, un joven con mucho futuro como entrenador de la Liga Pequeña, porque se formó en el sistema beisbolero; fue seleccionado siete veces para equipos de Puebla, Mazatlán, Nuevo Laredo, Los Mochis y Culiacán, de los cinco a los 14 años, actividad que luego abandonó para estudiar.
César era conocido como El Volvo, como los poderosos acumuladores de vehículos; sus amigos también le decían Apá, por utilizar la frase para todo. Él era seguidor de los Medias Rojas de Boston y era la figura admirada de Marcos Davis, su primo hermano, otro de los jóvenes beisbolistas que estaban en la fiesta y quien salió herido, por lo que hoy lucha por su vida en un hospital.
Pichar la vida. Davis es fanático de los Yankees de NY y ha seguido los pasos de su primo, no lo ha podido evitar, el beisbol es también marca familiar: su madre Irma Barrera Álvarez —quien también murió en el ataque a la palapa— fue secretaria de Liga Pequeña en los años 80. Marcos comenzó a los cuatro años y se convirtió en catcher de un equipo de Jaltipan de la liga semiprofesional, además de ser petrolero transitorio del taller de mantenimiento de la Refinería Lázaro Cárdenas.
Cuando se pidió en las redes sociales a los ciudadanos de Minatitlán donación de sangre para Marcos Davis, fue tanta la respuesta que el hospital tuvo que ordenar las donaciones de cinco en cinco por día debido al exceso de donantes. Hoy el joven fue sometido a una cirugía maxilofacial por uno de los balazos que recibió en la boca.
Jorge Montoya y Carlos Fernández aseguran que la familia beisbolera de Minatitlán está de luto, que se truncó la vida de promesas en este deporte. Ellos estaban entre familia, no debían nada a nadie, eran disciplinados y personas de bien, hijos amados del pueblo, afirman, por eso se les despidió con honores el domingo en el centro del diamante, donde por muchos años entrenaron y donde Santiaguito los veía.
“Estamos consternados por la tragedia, porque no podemos llamarlo de otra forma, no sólo por César y Marcos, sino por todas las víctimas. Han muerto beisbolistas que nos han dolido, pero han sido por accidentes o enfermedades, pero no así, no de manera inhumana, dolorosa. Estamos de luto, el beisbol en general está llorando a sus hijos”, comenta Carlos mientras muestra una fotografía de César en una liga infantil.
La tumba de Santiaguito y César es la última del panteón del Ejido Tacoteno, las coronas de flores aún lucen frescas y con dos cruces de madera con sus nombres grabados, padre e hijo descansan en un mismo ataúd, así como siempre anduvieron en vida, juntos en la casa, en las fiestas y en el campo beisbolero.