Sayula de Alemán.— Sebastián Ponce tose lastimeramente sin dejar de llorar. Sus pequeños ojos hinchados, la mucosidad y la fiebre que no le da tregua indican que tiene una fuerte infección y el pecho congestionado.
Sebastián es el hijo más pequeño de Rosaura Ponce y con tan sólo seis meses de edad forma parte del contingente de migrantes que lleva casi un mes caminando en caravana.
Esta situación mantiene a Rosaura en la disyuntiva de si seguir o desertar de la caravana y solicitar una de las visas humanitarias que el gobierno de México ofrece a través del Instituto Nacional de Migración (INM).
“Estoy muy preocupada por mi niño, lleva días enfermo. Por las noches se ahoga al toser y no disminuye la calentura, estoy tentada a pedir la visa y dejar la caravana. Si mi niño no mejora, lo haré; no quiero que se me muera en el camino. A veces pienso que ya caminamos mucho y hemos sufrido tanto para abandonar, pero no me están quedando opciones, estamos ya cansados”, reconoce Rosaura.
Mientras, elementos del INM continúan con una estrategia de captación de los migrantes, ofreciéndoles visas humanitarias.
Los agentes se instalan en retenes en cada población o punto de descanso de la caravana y abordan a los migrantes, de acuerdo con lo constatado por EL UNIVERSAL.
Primero los intimidan, los asustan sobre los peligros que van a enfrentar en el camino y los alertan sobre posibles engaños de los dirigentes de la caravana. Luego les ofrecen agua, comida y una de las tarjetas verdes que tienen una duración de año en el territorio nacional. Con la fatiga y desesperanza, la mayoría acepta la oferta.
En tanto, la caravana llegó a Acayucan, Veracruz, donde el coordinador del contingente, Irineo Mujica, acusó que el gobierno federal apostó por una política inhumana de “matar a los migrantes de cansancio”, al impedirles transportarse en tractocamiones y obligarlos a caminar 627 kilómetros.
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