Son las 12:40 de la tarde y Julia Bello García tiene hambre. No ha probado bocado en todo el día, está cansada, pero no piensa moverse hasta que le tomen las muestras genéticas que puedan llevar a la identificación de su hijo, Osvaldo Marcos Guerrero Bello, quien desapareció hace casi dos años en el municipio de Chilapa.
Está sentada en la sala de espera del Centro de Salud de la Alameda de Chilpancingo, una de las sedes de la campaña para la toma de muestras genéticas para familiares de desaparecidos. Llegó de Chilapa esta mañana junto con otras 39 personas.
Este lugar se convirtió en un mosaico de dolor, desesperación, incertidumbre. Los rostros de los que esperan están descompuestos, tienen la mirada perdida, los ojos hundidos, pero resguardan fuerzas para enfrentar otro capítulo en su andar, este que les da esperanza.
En la sala corren niños con pelotas que momentos antes les entregaron. Los papás, tíos o abuelos interrumpen el juego para llevarlos a un cuarto para que les tomen las muestras: su sangre o cabello puede ser importante para identificar a sus padres.
Julia Bello dice que está cansada, y no porque se levantó temprano; está cansada por la falta de respuestas, por el silencio de las autoridades, por la incertidumbre de no saber nada de Osvaldo desde hace dos años.
Hasta el cansancio. La última vez que Julia vio su hijo fue el 2 de abril de 2016, cuando salió a trabajar su taxi, el número 141.
Ese día, a las 2 de la tarde, al celular de la novia de Osvaldo llegó un mensaje en el que le decían que hombres armados se habían llevado al joven. La pasajera que el muchacho llevó hasta El Durazno, en los límites de Chilapa y Tixtla, fue quien envió el mensaje. La joven avisó a la policía, pero ésta ni siquiera intentó llegar al lugar.
En su lucha por encontrar al ser a quien dio la vida, Julia ha encontrado muchos obstáculos; sin embargo, asegura que nada la detendrá. “Son muchos trámites, estoy cansada pero soy su madre y lo voy a seguir buscando, no me importa el cansancio”.
La mujer tiene problemas para comunicarse, el arrastre de su lengua dificulta su habla y sólo escucha con el oído izquierdo con ayuda de una aparato auditivo. Es madre soltera, tiene que trabajar para su alimentación y los gastos que genera esta incesante búsqueda.
Las cifras. En los últimos tres años en Guerrero han desaparecido mil 374 personas, según el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED). Para buscarlos los familiares han constituido colectivos en Chilpancingo, Acapulco, Iguala y Chilapa.
Un punto recurrente de búsqueda, además de las fosas, es el Semefo; en los tres que hay en Guerrero por lo menos hay 600 cuerpos sin identificar. Están saturados: llegan en promedio seis muertos al día.
Guadalupe Rodríguez Narciso, coordinadora del colectivo de Personas Desaparecidas y Asesinadas de Chilpancingo, dice que en los últimos ocho años han registrado la desaparición de 400 personas y la Fiscalía General de Estado (FGE) sólo tiene los perfiles genéticos de 156 cuerpos, pero no los confronta con las muestras genéticas.
“A veces pensamos que no hacen nada, llevamos mucho tiempo dando muestras a la fiscalía y no hay resultados”, se queja Guadalupe.
La campaña de muestras llegó a Guerrero por la falta de resultados. En enero, decenas de familiares hicieron huelga de hambre afuera de la Segob en la Ciudad de México; lograron que la Unidad Científica de la Policía Federal y la PGR recogiera el material genético.
En octubre pasado Rosario Valencia se plantó en Segob hasta que le tomaron las muestras genéticas, un mes después enterró a su hijo, Hiram Avid Adame Valencia.