En España hay dos mexicanos que sin "superpoderes" saben lo que podría deparar el futuro para México. Ambos viven en Madrid la , que -hasta el momento- no ha alcanzado la misma magnitud en este país. Están recluidos en un pequeño departamento a nueve mil kilómetros de casa y sus familias.

Arturo Mejía de 25 años y Diego Saborio de 24, llevan en España más de medio año. El primero es licenciado en derecho y estudia una maestría en la Universidad Carlos III; el segundo, cursa el último año de estudios para ser abogado en la Universidad de Nebrija.

Llevan más de 10 años conociéndose y viven juntos en un apartamento de Madrid desde enero pasado, días antes de que España registrara su primer caso positivo de coronavirus.

Arturo recuerda que esa primera confirmación el 31 de enero, no alertó a nadie porque se dio en La Gomera, una de las ocho islas que forman las Canarias. El virus todavía no tocaba la península y la gente siguió con su vida. En México esto pasó el 28 de febrero, había un mes de diferencia para saber qué futuro elegir.

“Cuando nos enteramos que el primer caso estaba separado por mar, pensamos que estaba lejos, que ahí lo iban a mantener y no iba a pasar más. Sabíamos lo que pasaba en China, pero no pensamos en cómo se iba a poner esto”, comenta.

Sin "saber nadar", el virus llegó a Barcelona y en tierra peninsular, entonces las personas sabían que algo podía pasar. Arturo relata que para ese entonces, ya había gente con cubrebocas y bufandas en los rostros.

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Ahí fue cuando empezó la paranoia para algunos. Arturo rememora que a la par de casos confirmados, el clima en la capital española era frío, con temperaturas de los dos a los ocho grados, así que había enfermos y cuando alguien estornudaba, causaba angustia. Por ejemplo, él evitaba tocar los tubos del transporte público.

Conforme los casos avanzaron, las medidas sanitarias se hicieron más duras. Cerraron locales, escuelas y un sector de la población pensó que eso significaría hacer todo lo que sus obligaciones les habían negado.

Arturo comenta que estando en la escuela recibió la noticia de que las clases en todos los niveles se cancelaban y confiesa que fue una de las personas que no tomó el tiempo libre para resguardarse, sino para visitar los rincones de Madrid que aún le eran desconocidos.

“La gente, a diferencia de México, se tomó eso (la cancelación de clases) como vacaciones. Me puedo incluir en esto al saber que había más tiempo para salir a correr o visitar lo que me falta de aquí”, señala con fortuna, pues no leyó las notas donde centenas de mexicanos se echaron un chapuzón en las playas de Acapulco o en las albercas de algunos balnearios.

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Estas medidas, aunado a la relativa cercanía con Italia, que había cerrado sus fronteras, provocaron que las compras de pánico aparecieran y sí, el papel higiénico también se esfumó.

Mejía refiere que junto con su compañero, tomaron la decisión de ir de compras después de que lo hiciera la mayoría. En el súper, no encontraron carnes, había pocos enlatados y para suplir al papel higiénico, compraron servitoallas, las que se usan en la cocina. Después encontraron lo que les faltaba.

Pero fue hasta que se declaró estado de emergencia cuando la gente comprendió la magnitud del problema: salir a la calle ya equivalía a ser multado. Los casos en las pantallas alertaban a la población.

Hoy hay más de 56 mil casos en España, en México poco menos de 500 y no se sabe si en un mes, la emergencia será similar.

Desde ese momento, Arturo y Diego llevan 15 días sin ver la luz del sol. Lo cual, aunque suena cliché, no lo es. Rentan un departamento en el primer piso de un edificio de ocho y sus ventanas dan al patio interior, no hacia la calle, así que no saben si el astro rey está con ellos o del otro lado del mundo.

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Ahora ya no hay motivo para despertar a las ocho de la mañana. Lo hacen a las 12 pues duermen a las tres de la madrugada luego de dar un paseo por el catálogo de las aplicaciones que ofertan series y películas. No se olvidan de comer, de hacer el quehacer, pero la rutina no es la de antes.

En un día normal, Arturo se levantaba a las ocho de la mañana, hacía un poco de ejercicio, desayunaba y se iba a la escuela aproximadamente a la una de la tarde. Su universidad la tenía a 15 minutos en metro y Diego a 10. Ahora toman clases en línea por cuatro o cinco horas.

“Estoy frustrado de estar encerrado”, menciona Arturo quien entre risas, añade que con tanto tiempo entre los cuatro cuartos que componen su departamento, ha podido comprobar la teoría de la relatividad de Einstein, pues ya no sabe si un día dura 24 horas o una semana.

En el tiempo que han estado recluidos solo han salido dos tres veces: al súper. Arturo fue este miércoles y comenta que jamás había visto tan abastecido el lugar, que señala, es muy diferente al mexicano pues en España son más grandes que un Oxxo, pero no del tamaño de un Walmart.

Como medida de protección, sólo una persona pasa al súper, los demás tienen que esperar su turno a que acabe el otro cliente. Al llegar, les dan guantes de plástico para no contaminar.

En su camino a casa tras hacer las compras, Arturo pudo hacer un video de la Gran Vía, una de las principales calles de la capital que se aprecia totalmente vacía. Regularmente, a las seis de la tarde señala, el caos invade el pavimento de esa arteria, pero no ahora que todos decidieron parar.

Pero sabe que en México es difícil ese escenario. En su contexto, aunque existieron despidos masivos, el gobierno ayudará a quienes se quedaron sin empleo a percibir un porcentaje de su salario; los mexicanos que viven el día no pueden decir lo mismo.

“No me considero una persona que esté de acuerdo con las declaraciones del presidente (Andrés Manuel López Obrador) porque parecía que se burlaba de lo que otras personas vivían. Me dio coraje porque hasta en España salía y no quería que vieran que todos somos así”, manifiesta Mejía.

Sin embargo, también sabe que la gente comenzó a excluirse sin la necesidad de que el gobierno federal lo anunciara. Sus padres viven en la Ciudad de México y le han contado que las calles lucen más vacías.

“Creo que están muy a tiempo de tomar grandes medidas, de hacer las cosas bien. No lo tomen a juego, el tema es muy serio”, advierte.

Hasta ahora, las medidas les han servido para no contagiarse. Aunque llegaron a presentar cuadros de gripe, con el aislamiento mejoraron. En su edificio, tampoco nadie se ha enfermado y pese a la contingencia, ninguno de los dos pensó en regresar a México pues la inversión estaba hecha.

México no vive en el futuro, pero puede verlo. Arturo y Diego, separados por el océano Atlántico, conocen las consecuencias de no hacer caso a indicaciones que tal vez llegaron tarde. Si se vuelve hacia allá, el aprendizaje será valioso.

afcl

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