Elia Martínez Mateo se pasaba los días de su infancia “jugando el barro”; modelaba bolitas y cajetitos miniatura tratando de imitar las piezas que veía hacer a su madre en el taller de su familia, originaria de San Marcos Tlapazola, Oaxaca, donde se trabaja el barro bruñido de intenso color rojo.
Su relación con la arcilla nació del afecto materno hasta que se convirtió en un modo de vida. “Empecé a los ocho años. Yo lo heredé de mi madre y este trabajo ha estado con nosotras por generaciones”, cuenta en entrevista con EL UNIVERSAL.
En esa comunidad, ubicada en los Valles Centrales, las mujeres mantienen viva la herencia de la alfarería; sin embargo, Elia narra que las oportunidades de aprendizaje y desarrollo en torno a este oficio han sido limitadas para las llamadas Mujeres del Barro Rojo, una agrupación de alfareras locales que preserva las técnicas ancestrales de construcción manual, decoración con engobes y quemas a cielo abierto.
Lee también: Tras liberación de 16 empleados en Chiapas, hermetismo total
La Escuela Nacional de Cerámica, institución privada con sede en Tapalpa, Jalisco, llegó a San Marcos Tlapazola en 2018, cuando construyó el primer horno de leña sin humo para beneficiar a las artesanas de la comunidad.
La calidad del trabajo de Elia, su habilidad y dedicación le abrieron la oportunidad de asistir becada a un taller especializado en técnicas de decoración en porcelana, un material hasta entonces desconocido para ella.
“Mi hermana recibió una llamada y me dijo que me habían elegido para participar en estos talleres. Cuando me dio la noticia yo tenía mucha duda y a la vez un poco de miedo. Pero me armé de valor porque pensé: ‘Yo tengo que aprovechar esto y voy con los gastos pagados’, y más porque la maestra era de China, me iba a servir para tocar y conocer otras técnicas y otro tipo de pasta. Acepté la invitación”.
Elia nunca había tocado la porcelana ni trabajado con pinceles; en su taller, narra, sus únicas herramientas siempre habían sido sus manos. “Al usar los pinceles mis manos temblaban de miedo, pero al final lo vencí; era algo muy nuevo todo lo que utilizamos, las clases, cómo preparar el esmalte, fue algo sorprendente”.
Para la artesana, compartir esos nuevos conocimientos con compañeros de distintos estados fue lo más importante. “Mucho o poquito, eso nos engrandece mucho, porque ahí se ve la humildad y la sencillez de cada persona”.
Lo aprendido, menciona, lo aplicó y experimentó con algunas de sus piezas. “Vi que podía funcionar, aunque no es exactamente la misma técnica ni son los mismos materiales. Nosotras trabajamos todo lo natural, no usamos nada químico ni esmaltes. Nunca me habían invitado a un taller así donde nos expliquen a detalle sobre la cerámica.
“Yo desconocía mucho. Ahorita ya sé que nuestro trabajo se quema a baja temperatura, yo no sabía qué significaba eso y no sabía a quién preguntarle. Estando en la escuela aprendí y ya tengo el conocimiento.
“Yo al principio me sentía un poquito menos estando ahí con los compañeros, pero al final de cuentas supe que estaba mal en mi forma de pensar, porque ahí todos somos iguales, todos estamos aprendiendo, compartiendo y experimentando”.
Lee también: Un muerto, cortes de energía, caída de árboles e inundaciones deja “Beatriz” en Mazatlán, Sinaloa
Un espacio de transformación
El valor tan preciado que las culturas originarias de México han otorgado al barro desde épocas prehispánicas contrasta con la falta de formación a nivel nacional para reconocer la importancia de ese material.
A raíz de este panorama fue que David Aceves Barajas, ceramista jalisciense y apasionado de la alfarería mexicana, elaboró un proyecto para revolucionar el quehacer cerámico del país: una institución educativa que apostara por la profesionalización de la alfarería y la capacitación constante de los artesanos.
Pero las puertas del gobierno e instancias públicas a las que se acercó para darle vida a su idea siempre estuvieron cerradas.
Fue hasta 2016 que un empresario creyó en la iniciativa y decidió apoyarla; entonces nació la Escuela Nacional de Cerámica “como un espacio para preservar las tradiciones alfareras de México, rescatar las perdidas e innovar con creatividad”, asegura Aceves Barajas, director de la misma.
Lee también: Matan a joven durante sepelio de su familiar en León, Guanajuato
“Reconocemos el valor artístico de los ceramistas mexicanos y trabajamos con artesanos para mejorar sus condiciones. Además, la institución apuesta por la profesionalización del oficio mediante la formación académica de nuevas generaciones”, dice.
Por ello, y en busca de crear una comunidad global de gran talla artística que encuentre un nicho de preparación en México, la ENC imparte actualmente talleres intensivos con artesanos, artistas y maestros de renombre internacional, para enseñar un abanico de técnicas ancestrales y también de vanguardia.
Esta oferta se acerca a artesanos a través de becas para propiciar que el aprendizaje se extienda a sus comunidades. “Queremos poder dar un grado a estos maestros alfareros. Se trata de reconocerlos como tesoros vivientes e impulsar que puedan profesionalizarse. Lo que quiere la escuela es poner a México como una punta de lanza de la cerámica en el mundo”.