La convocatoria para la protesta en Zapotlán el Grande, en el sur de Jalisco, corrió por redes sociales en varios municipios de la zona: “Manifestación por nuestros desaparecidos, lunes 4 junio, en Guzmán a las 4:30 pm, reunión en Sams, ¡vamos! Apoyemos”; muchos de los que tienen familiares desaparecidos decidieron acudir, puesto que en un estado con más de 3 mil desaparecidos pocas veces se visibiliza esta problemática fuera del área metropolitana de la entidad.

Al llegar al punto de reunión algunos dudaron, un acto por desaparecidos en el que había más hombres jóvenes que mujeres y familias era raro; otros comentaron lo que corre de boca en boca: que el cártel obliga a ancianos y niños a vender droga, y que muchos llegaron obligados.

Alrededor de las 16:30 horas más de un centenar de personas se congregó en el punto acordado, sobre la avenida Gobernador Alberto Cárdenas Jiménez. Vieron una camioneta de la Secretaría de Marina-Armada de México (Semar) transitar por la vialidad —según las autoridades para “realizar un reabastecimiento logístico”— y decidieron cerrarle el paso, puesto que muchos de los manifestantes acusan que son los marinos quienes han desaparecido a sus familiares.

Al principio sólo los rodearon, con cartulinas exigieron justicia, después, jóvenes con el rostro cubierto comenzaron a increparlos. Algunos militares bajaron a los flancos de la unidad para intentar resguardarla y otras personas optaron por retirarse al ver la violencia. Más hombres rodearon la patrulla militar y comenzaron a golpearla con palos; jóvenes iban y venían en motocicletas, los niños y mujeres tomaron distancia del primer círculo. Dos hombres subieron al techo de la camioneta y comenzaron a brincar sobre ella, otros, se encaramaron en la parte trasera, encarando y jalonenado a los uniformados.

Entre la multitud, un hombre obeso se abrió paso con varias latas de pintura en aerosol y empezó a escribir consignas sobre la unidad: “Putos Perros”, “Justicia” y las iniciales del Cártel Jalisco Nueva Generación: CJNG.

Cuando algunos sujetos comenzaban a golpear con palos a los uniformados, llegaron una patrulla de la Fuerza Única del estado, dos unidades más de la Semar y municipales armados con escudos antimotines para organizar el rescate.

“Sacamos a sus compañeros y ahí dejan la unidad”, suplicó el mando de los policías municipales al comandante de Semar; “¿esto es una manifestación pacífica?”, reclamaba un militar a una mujer que lloraba. La duda de los municipales distrajo a la turba que por un momento descuidó un flanco del cerco y varios de los marinos que llegaron en apoyo lograron sacar de en medio a sus compañeros, pero los golpes y agresiones no cesaron hasta que todos pudieron subir a los vehículos.

Con los elementos de Semar a salvo, los municipales intentaron la retirada replegándose al centro de la ciudad; sin embargo, tres marinos comenzaron a caminar hacia donde seguía la revuelta, otro —posiblemente un mando— hizo una clara señal de jalar el gatillo. Los tres marinos levantaron sus rifles, avanzaron, un disparo, dos, tres, una ráfaga tras otra; “estamos desarmados”, gritó alguien mientras muchos corrían, incluso los agentes.

Un militar logró llegar a la unidad abandonada; con las llantas ponchadas el escape se tornó lento, enfiló por la avenida hacia el centro, escoltada por dos patrullas de Semar y rebasada por varias patrullas de municipales. Atrás quedaron algunos civiles, principalmente mujeres, llorando y sin entender qué pasó.

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