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Desde hace más de un año, acude todos los días al campo santo de Atzala , este pequeño municipio migrante. Sin falta, se sienta frente a la tumba de su hija Sofia, aquella niña de cinco años que tuvo la mala fortuna que un alacrán la picara y le arrebatara la vida.
Su nombre es Jerónimo Casarrubias y forma parte de la cotidianidad y el paisaje del panteón, pero hoy todo es distinto desde su óptica: “es la primera vez que viene tanto muerto”, dice y mira las tres enormes fosas que se excarvaron para recibir los cuerpos de 11 de las 12 víctimas, que dejó en este rincón de Puebla el sismo de 7.1 grados.
Le encanta el trago, sobre todo al lado de aquellos que culminaron su paso por esta vida, entre ellos Sofia, su pequeñita que murió un 24 de enero del 2016 y cuya pérdida no logra superar y seguro, insiste, jamás lo hará.
“Desde que murió mi hija vengo del diario, en la mañana, en la tarde, en la noche, vengo y le prendo su veladora”, agrega. Aquí en Atzala, uno de los municipios con más víctimas del sismo en Puebla (que acumula 43 muertos), no hay sepulturero, pero ni hace falta, para eso y para acompañar a los fieles difuntos está Jerónimo.
Con piel marchita, divisa los hoyos y recuerda que quienes descansarán ahí eran sus vecinos. “Vivían a media cuadra de mi casa”, suelta y los nombra con sus apodos con tal naturalidad que sorprende: “allá van a enterrar a la señora gorda con sus dos hijas, allá a Facundo”.
En esta zona, afirma, jamás se había visto una tragedia similar, como la de hoy, cuando la iglesia Santiago Apostol no resistió el movimiento y se vino abajo mientras había misa para bautizar a la niña Elideth y entonces los muertos polularon.
“¿Nadie puede hacer nada? ¿Con quién discutimos? ¿A quién le cobramos?”, se pregunta. Simplemente, dice, es el acomodo de la tierra, tanto petróleo y agua que le sacamos, se acomoda.
Es un desempleado del rastro de la localidad, quizá por eso ni miedo le tiene a los difuntos, incluso se mofa y asegura que “yo estoy por encima de ellos”.
Se burla de los pobladores que a su paso por el panteón en las noches salen corriendo jurando y perjurando que han visto fantasmas.
“Una vez vine me senté aquí y veo siluetas que se meten a las fosas… me gusta estar aquí”, afirma.
Pero hoy es distinto, en un par de horas, regresará para presenciar el mayor acontecimiento del campo santo: la llegada de once nuevos moradores, porque el doceavo descansará en Chietla.
afcl