Torreón.— Para Karla Ríos, el 7 de octubre de 2017 fue como si la tierra se hubiera abierto por sí sola y en ella se hubieran ido su hermana Liliana y la hija de ella, la pequeña Valeria, que entonces tenía un año y tres meses.

En Torreón —enfatiza Karla— es posible, una realidad que vive un coahuilense cada tercer día, porque según datos de la Fiscalía de Desaparecidos, de 2017 a junio de 2019 habían desaparecido 264 personas en la entidad, una cada tres días, como Liliana y Valeria.

Desde aquel día no sabe nada de su hermana ni de su sobrina, y este mes se cumplen dos años de su desaparición. Dos años, comenta Karla, en los que han acumulado un expediente “de relleno”, cuya quinta parte es documentación importante.

“Hasta ahora la investigación sigue como hace dos años, sin avance alguno, una indagatoria que hasta el momento no ha descartado ninguna posibilidad, no ha definido una línea de investigación concreta, todo sigue en el aire”, reclama.

Después enlista una serie de irregularidades: no hubo cámaras en la zona en la que desaparecieron, semanas e inclusive meses para obtener información vital, como las grabaciones de establecimientos donde utilizaron sus tarjetas, o como la espera de 11 meses para tener la sábana de llamadas o la activación tardía de la Alerta Amber.

“No nos iban a estar esperando para dejarnos alguna pista. Todo esto ha sido realmente una burla, después de este tiempo sigue habiendo irregularidades en la carpeta. A eso le llamo falta de ética”, reclama.

Recuerda que tardaron 10 días en activar una Alerta preAmber, porque para las autoridades no se necesitaba y era riesgoso para la niña.

Además, refiere que sólo existen especulaciones, interrogatorios donde no se esclarecen confirmaciones ni se investigan contradicciones. Para Karla, es más fácil que la autoridad diga “no podemos descartar que se haya ido por su propia voluntad”.

Esperanza. Karla sabe que ha pasado mucho tiempo. Ahora su hermana tiene 28 años y su sobrina tres, pero asegura que tiene la esperanza de encontrarlas con vida, aunque a veces, confiesa, sabe que esa esperanza es muy cruel. “La espera y la intriga matan”, dice.

Karla pide a la gente que ayude, que se apiaden del dolor de la familia, que el gobierno y sociedad ayuden a localizarlas para tenerlas al fin en casa y calmar su dolor.

Para Karla y su familia, 730 días sin saber de ellas ha sido un largo camino. “Desilusión por el calvario que vivimos”, dice Karla. Pero también por la falta de experiencia, capacitación, interés, solidaridad, justicia y verdad. “Una desaparición es sinónimo de olvido”, considera, pues añade que se han tocado todas las puertas posibles, han recibido promesas de ayuda y todo se lo ha llevado el olvido.

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