Ayotzinapa.— En los últimos 10 años en la pocas cosas han cambiado: sigue siendo una escuela con estudiantes combativos, con las mismas carencias, con la exigencia intacta de justicia por sus compañeros asesinados y desaparecidos. Es el lugar donde pueden estudiar los hijos de los campesinos, de los más pobres.

En la cancha multiusos de la escuela, como hace una década, están las fotografías de todos los agravios que ha recibido la Normal: están colgados los carteles con los rostros de los 43 estudiantes desaparecidos y sobre una mesa las fotografías de 11 estudiantes asesinados, la mayoría por policías.

Ahí está la foto de Juan Manuel Huikan Kuikan, estudiante de la , de Hecelchakán, Campeche, quien fue asesinado el 12 de octubre de 1988 dentro de Ayotzinapa cuando la policía irrumpió y disparó contra los normalistas. Las fotografías de Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría, asesinados el 12 de diciembre de 2011 en la Autopista del Sol, en Chilpancingo, por policías federales y ministeriales.

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En el patio hay carteles con los rostros de los 43 desaparecidos, y sobre una mesa las fotografías de 11 estudiantes asesinados, la mayoría por policías. Foto: Salvador Cisneros Silva | El Universal
En el patio hay carteles con los rostros de los 43 desaparecidos, y sobre una mesa las fotografías de 11 estudiantes asesinados, la mayoría por policías. Foto: Salvador Cisneros Silva | El Universal

También están las fotografías de Fredi Vázquez y Eugenio Tamarit Huerta, atropellados el 6 de enero de 2024 en la carretera Acapulco-Zihuatanejo; además de las de Julio César Mondragón Fontes, Daniel Solís Gallardo y Julio Cesar Ramírez Nava, asesinados por policías de Iguala y presuntos criminales la noche del 26 de septiembre de 2014.

También los retratos de Filemón Tacuba Castro y Jonathan Morales Hernández, asesinados el 4 de octubre de 2016 en la salida de Chilpancingo por un presunto asaltante, y la de Yanqui Kothan Gómez Peralta, asesinado en la salida de Chilpancingo por policías estatales el 7 de marzo de 2024.

Estudiar en la Normal Rural

Estudiar en Ayotzinapa es sinónimo de resistencia. Tolerar La Caverna, cuartos húmedos, oscuros y con chinches donde viven amontonados cinco o seis jóvenes; aguantar la mala alimentación, la falta de infraestructura adecuada y de apoyo gubernamental, las largas ausencias de casa, además de la represión que a Ayotzinapa le ha costado muchas vidas.

En 2014 se produjo el golpe más fuerte contra la Normal, policías de Iguala junto con criminales desaparecieron a 43 estudiantes, asesinaron a otros tres y dejaron en coma a uno. Esa vez, 150 jóvenes llegaron a Iguala para tomar autobuses que pretendían utilizar en la marcha del 2 de octubre en la Ciudad de México.

La noche del 26 de septiembre de 2014 ha tenido impacto en esta escuela. Tres años después de la desaparición se dificultó completar la matrícula. e

En 2014 sacaron ficha 321 jóvenes; ese año 181 se quedaron sin lugar. Sin embargo, de esa generación —la de los 43 estudiantes desaparecidos— en las aulas sólo quedaron 63.

En 2015 sacaron ficha 172 aspirantes y un año después llegaron sólo 79, un poco más de la mitad de los 140 que se requieren. En esos años, los estudiantes tuvieron que salir a las comunidades y hacer una segunda convocatoria que se difundió en otros estados.

Ayotzinapa ofrece una matrícula para albergar a 140 alumnos, 100 para la licenciatura en primaria y 40 para educación intercultural bilingüe.

Desde hace muchos años a esta escuela le han dado muchos adjetivos: violenta, cuna de guerrilleros, lugar donde se forman vándalos y revoltosos. Los estudiantes, en cambio, siempre han denunciado que existe una intención por desaparecer a las normales rurales del país. La tendencia así lo indica: cuando se consolidó el proyecto educativo, con el presidente Lázaro Cárdenas, en el país funcionaban 36 normales rurales, hoy quedan menos de 16.

Ayotzinapa ha sido de las más atacadas. En 1940 el Ejército entró a las instalaciones de la escuela y detuvo al comité estudiantil y profesores. Los militares los desnudaron y los mantuvieron encarcelaron durante tres años. El motivo: haber izado la bandera rojinegra en la explanada de la escuela.

Pese a todo, la Normal de Ayotzinapa sigue siendo la única opción para los hijos de los campesinos. Eloy Carranza Aurelio cursa el segundo grado en la licenciatura de educación bilingüe. Tiene 22 años, es de una comunidad de Ayutla.

Como la mayoría, Eloy ingresó a esta escuela porque sus padres no pudieron darle estudios en una universidad. Dice que entró a Ayotzinapa para solidarizarse con los padres y madres de los 43 desaparecidos, y porque quiere regresar a su pueblo, en la Montaña, a dar clases.

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La normal mantiene su lema de forjar estudiantes combativos, resilientes a la violencia de la que han sido víctimas.  Foto: Salvador Cisneros Silva | El Universal
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Sabe de la responsabilidad que tiene como futuro profesor, sobre todo como profesor rural.

Sabe que a pueblos como el suyo los profesores no quieren ir, no quieren sufrir carencias.

“Los profesores urbanos luego no quieren comer lo que comen en las comunidades, que son tortillas con frijoles y sal, eso no les gusta y como nosotros somos de ahí mismo, no tenemos ese problema”, asegura.

Los maestros de Ayotzinapa llegan a los lugares más marginados, donde predominan los pueblos originarios. Actualmente en la normal estudian jóvenes que representan las lenguas maternas de Guerrero: el Tu’un Savi, Náhuatl, Amuzgo y Me’phaa.

“La cuna de la lucha social”

La Normal Rural de Ayotzinapa es distinta a casi todas las demás. En la puerta un letrero recibe a los visitantes: “Ayotzinapa la cuna de la lucha social”. Los estudiantes dicen que aquí no sólo se forman profesores, también dirigentes sociales. Los días transcurren cumpliendo cinco ejes: el académico, el político, el cultural, el deportivo y el productivo.

Hay temporadas en que las clases se suspenden y los estudiantes se convierten en luchadores sociales, salen a las calles a marchar, a bloquear carreteras para exigir mejoras o justicia por sus compañeros asesinados o desaparecidos.

“La parte política para nosotros es fundamental. En mi caso y el de muchos compañeros que venimos de zonas rurales comenzamos a liberarnos, a entender que tenemos derechos y a defenderlos”, dice un estudiante que se identificó como “Juan” mientras nos guía por la Normal.

Los 140 jóvenes que año con año entran a Ayotzinapa se preparan para estar frente a un grupo, pero también reciben clases de socialismo, de la vida comunitaria, aprenden a bailar, a tocar un instrumento, siembran maíz, flores, crían cerdos, vacas.

“Nos preparan para salir a enfrentar la realidad de los pueblos pero también para transformarla, Ayotzinapa te da muchas herramientas y uno sabe si las aprovechas o no”, explica el joven.

Los cambios internos

A esta escuela le ha construido una imagen violenta que alberga estudiantes vándalos. Eloy dice: “Nos tachan de delincuentes, vándalos, pues no saben la razón, el porqué hacemos esas actividades; se llevan a cabo con un fin, generar para la escuela y también para ayudar a esas comunidades que lo necesitan, les llevamos despensa de apoyo, igual apoyamos con transporte”.

Eso es cierto, los normalistas de Ayotzinapa se organizan para llevar comida a los familiares de los enfermos que esperan fuera de los hospitales. Apoyan a la población cuando se requiere. El año pasado estuvieron en Acapulco ayudando a la gente a recoger sus escombros.

Desde 2014 algunas cosas han cambiado en Ayotzinapa; por ejemplo la semana de prueba, eran ocho días en que a los jóvenes que aprobaban el examen de admisión los otros estudiantes los sometían a pruebas de resistencia: comían y dormían poco, al tiempo que vivían jornadas de ejercicios y trabajo largas, extenuantes, podían pasar noches completas corriendo.

Eso cambió, ahora se llama semana de adaptación, son días de trabajo y ejercicios pero mezclados con tiempos de distracción.

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Le enseñan los huertos donde siembran flores, maíz, sorgo y donde crían los cerdos. Son días que pueden pasar jugando baloncesto o futbol y noches que se duermen.

Otro cambio es la preparación física de Los Pelones, como les llaman a los de nuevo ingreso.

A las 5 de la mañana los levantan a correr, a trotar, el objetivo es que ninguno esté sin condición física. También los enseñan a trabajar en grupo, en cuadrillas de 20 jóvenes, a generar lazos entre ellos. La razón es que deben estar preparados, juntos, cuando los policías o criminales los ataquen. Algo que no descartan.

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