Taxco.- Juan, un joven de 21 años, dice que está tranquilo, pero sus manos no dejan de temblar. Su voz es suave, lenta que contrasta con el ritmo que han tomado sus manos. Está listo para salir y recorrer las calles de Taxco por primera vez como encruzado.
“Lo hago por fe, por agradecimiento, me siento tranquilo”, asegura.
Eran las 6 de la tarde cuando llegó a Casa Borda para prepararse con sus demás compañeros de la hermandad Siervo de Dios, una de las cinco reconocidas por la diócesis Chilpancingo-Chilapa. Se colocó la falda negra, la capucha y sus compañeros le enrollaron en la cintura el cabresto, una cuerda hecha con el crin de la cola de caballo, que mide 12 metros de largo y que hace la función de raja.
Juan se preparó un año para ser un encruzado: dejó de beber, de fumar, asistió a retiros espirituales y físicamente, dice, no fue necesario, porque participar en esta tradición es más un acto de fe.
De hecho, asegura, estaba listo desde hace dos años, pero la pandemia por Covid-19 se cruzó.
Juan tiene razón, esta tradición la viven con intenso fervor: hombres y mujeres que llevan al límite sus capacidades físicas. Los encruzados recorren hasta tres kilómetros, cargando sobre los hombros un rollo formado por unas 144 varas de zarzamora macho llenas de espinas. Cada rollo puede pesar hasta 50 kilogramos. Caminan descalzos, con el rostro cubierto. Esos tres kilómetros pueden durar hasta seis horas.
Otros penitentes recorren Taxco cargando una cruz de madera y en distintos puntos se detienen, se hincan y se flagelan con una especie de látigo lleno de puntas metálicas. En una parada se pueden golpear la espalda hasta 63 ocasiones.
La procesión la terminan con marcas que se vuelven imborrables: círculos donde la marca queda expuesta.
También están las encorvadas: mujeres vestidas con túnicas negras y encapuchadas que van en procesión inclinadas cargando una cruz.
El dolor, en esta ocasión, no importa, importa el sacrificio, la ofrenda.
Una hora después, a las 7 de la noche, Juan está a punto de salir por primera vez. Antes, con sus compañeros se toma de las manos, rezan, ofrecen su sacrificio. Quién lleva la oración, un hombre mucho mayor que Juan, ofrece su sacrificio por la paz. No lo dice de esa forma, si no de una manera más cruda.
“Pedimos que ya termine esta guerra, ya fue mucho, ya murieron muchos”, dice el hombre, pero no especifica qué guerra, la que se libra a miles de kilómetros o la que padecen todos los días en Taxco.
Esa que a punta de asesinatos, desapariciones y extorsiones los han obligado a vivir con miedo. Donde una organización criminal les impone casi todo: el precio de las tortillas, de la carne, del pollo, del refresco, del transporte. Que ha obligado a muchos a huir y a otros a guardar un silencio sepulcral. Todo con la complacencia de las autoridades.
Juan recorrió casi un kilómetro cargando el rollo de varas de zarzamora. Sus pasos fueron lentos. Caminó casi dos horas. Por momentos su cuerpo se encorvó, pero tomó fuerza. Terminó su trayecto, cumplió con la penitencia que se impuso.
El próximo año, asegura, lo hará de nuevo.
Este año fue especial para Taxco: volvió la tradición, volvió el turismo.
Esta conmemoración tiene más de 400 años. Hay registros de que la primera procesión de encruzados ocurrió a inicios del año 1600. Fue el fraile franciscano, fray Sebastián de la Madre de Dios, quien se flageló para conmemorar la muerte de Jesucristo.
Pero llegó la guerra Cristera, cuando en el país durante más de tres años se enfrentaron creyentes religiosos y militantes del gobierno de Plutarco Elías Calles por la limitación de los cultos religiosos.
Fueron años, donde los encruzados sólo ofrecían sus sacrificios en los atrios de las iglesias. Hasta finales de los años 40 cuando volvieron a las calles a ser públicas.
Desde entonces, durante 70 años la conmemoración no se había suspendido, hasta que llegó la pandemia.
Tras dos años, la Semana Santa volvió a Taxco con la misma intensidad de siempre.
En la ciudad hay una gran expectativa entre los artesanos, los hoteleros, los restaurantes y los comerciantes de que esta sea una buena temporada.
“Fueron dos años en que la pasamos difícil, muchos pedimos préstamos y que seguimos pagando, estamos tratando de recuperarnos”, cuenta una vendedora de joyería.
La ocupación hotelera para el viernes llegó al 90 por ciento, casi al tope y eso se ve en las calles. Durante las procesiones las calles están inundadas de pobladores y turistas. El zócalo todo es un bullicio que no deja escuchar nada.
Taxco, el único Pueblo mágico de Guerrero, vive de muy pocas cosas: la platería y el turismo. Con la pandemia se declaró el confinamiento y, como en todo el mundo, los turistas desaparecieron. Los plateros dejaron de vender sus piezas, los hoteles permanecieron casi vacíos, igual los restaurantes.
La pandemia fue un golpe duró para la economía de Taxco y que casi todos han enfrentado como han podido, sin ayuda oficial.
“Yo calculó que un 50 por ciento de los plateros no volvieron a abrir tras la pandemia”, dice un artesano.
Y eso puede ser cierto, varios locales que antes vendían piezas de plata, hoy ofrecen comida, cervezas para los turistas.
Esta temporada, explica, servirá apenas para recuperar algo de lo perdido.
“Yo pienso que no vamos a tener ganancias, tenemos muchas deudas, muchos estamos recuperando el ritmo de trabajo, reiniciando”, afirma.