Tijuana.— Desesperanzados, migrantes se resguardan en albergues, a pesar de las especulaciones.

Las familias no abarrotaron los puertos de entrada, sino que terminaron en los refugios. “¿Y ahora cómo vamos a pasar? No es justo”, se pregunta una joven michoacana que desde hace dos meses no logra obtener una cita para iniciar su trámite de asilo.

Lorena llegó con su bebé de un año, lo arrulla en brazos mientras acompaña a otras mujeres del albergue Juventud 2000, en la Zona Norte de Tijuana. Es la única de ese grupo que tras semanas de insistencia logró registrarse en la aplicación CBP One, ahora un requisito indispensable para iniciar su proceso de asilo.

“Se siente todo muy triste, ¿sabe?, como si le hubieran quitado las esperanzas... porque, antes, cuando te registrabas la aplicación te daba fecha, y ahora debes esperar hasta 14 días. Muchas veces pensé en tirarme, en brincarme, porque otros han pasado así y uno aquí sufriendo”, dice.

A ella, un grupo de hombres armados le quemó su casa. Vivía con su bebé hasta que la violencia les arrebató la calma. Su primera opción no fue cruzar a Estados Unidos, sino cambiar de dirección a otro pueblo en Michoacán, pero la impunidad de aquellos delincuentes la siguió para exigirle dinero a cambio de no convertir en cenizas su nuevo hogar.

En el refugio que dirige José María Lara García reina el silencio. A diferencia de otros días —cuando el ruido se escapa entre las casas de campaña que se han convertido en el hogar de las familias—, una de las mujeres que recién llegó a Tijuana se para frente a una silla en la que peina a su hija y deja pasar el tiempo entretenida en cualquier otra cosa para no permitir que el miedo llene sus pensamientos.

Dejó Guerrero junto con su esposo y sus tres hijos; abandonaron su casa y un pequeño negocio para arreglar llantas, que era el sustento de todos, porque un día empezaron a recibir llamadas para exigirles dinero a cambio de no matarlos; no aceptaron y la furia se apoderó de los delincuentes, que no dejaron de acosarlos hasta que mejor optaron por irse.

“No sé qué va a pasar con nosotros, ahora las cosas se miran tan difíciles, pero es más difícil vivir con tanta violencia sin saber si un día vas a amanecer con un balazo, vivo o muerto. Aquí no estamos porque queramos, sino porque queremos sobrevivir”, contó la mujer.

El director del refugio, José María, dijo que personal de Migración, a través del Grupo Beta, comenzó a llevar a pocas familias que tenían cita para iniciar su proceso de asilo. A diferencia de semanas atrás, la explanada tiene más espacio. Apenas a inicio de este mes había familias que debían dormir en el suelo de la cocina porque no había lugar.

“Lamentablemente, tener una cita ya no es garantía de nada porque han regresado personas el mismo día de su cita, realizan las entrevistas y sin dar explicaciones simplemente los regresan con las esperanzas destrozadas, no hay forma de aliviar un dolor así después de todo lo que pasan, es un dolor que uno también comparte”, lamentó el activista.

Abogados especializados en migración llegaron al albergue para realizar una jornada informativa sobre el nuevo uso de la aplicación. Las familias dejan sus casas de campaña para concentrarse en el centro del sitio y escuchar atentas, pues en medio de los cambios y la incertidumbre buscan desesperadamente la mejor opción para cruzar.

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