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A 30 días de que un comando armado atentó contra Luis Carlos Nájera, ex fiscal de Jalisco, en el cruce de la avenida Chapultepec y la calle de Morelos, los tapatíos aún frecuentan la llamada Zona Rosa, pero con debidas precauciones.
Es mediodía y en el camellón central se observa a varios tapatíos buscar una banca con un poco de sombra para escapar de la temperatura que alcanzó un máximo de 33 grados.
Afuera del restaurante Suntory, dos mujeres, de 43 y 52 años, respectivamente, platican que ahí quisieron matar al secretario de Trabajo, que no es seguro ni el centro de la ciudad. “Antes era muy tranquilo, pero ahora estamos secuestrados en nuestro propio hogar”.
Aurelia cuenta que en años pasados uno podía caminar sin miedo a ser asaltado a altas horas de la noche, que los fines de semana se veía el camellón repleto de gente, unos buscando bares o restaurantes: “Desde hace dos años no dejo que mis hijos vengan a esta zona a divertirse, eso del secretario no es el primer atentado aquí, además de que hay mucho robo”.
En la misma avenida hay una pizzería donde las pancartas con las diferentes promociones abarcan casi todas las ventanas e impiden que el sol se cuele al interior de local.
Jorge, quien pidió cambiar su nombre, tiene 19 años, entró a trabajar en este lugar porque no ingresó a la universidad y “no quería estar de flojo en casa, si puedo ayudar a los gastos es mejor”. Apenado, confiesa que desde el día de la balacera no ha podido estar tranquilo en el trabajo: cuando escucha sirenas de una patrulla o el rechinar de las llantas sobre el asfalto su instinto le dice que se tire al piso o corra hacia la cocina.
“Ese día nos salvamos, no recuerdo si teníamos mucha gente, sólo que me tiré y me cubrí la cabeza, aunque vivo en Guadalajara y la violencia ha crecido, nunca había escuchado las balas tan de cerca, todos podemos morir en estos ataques, pero nadie se preocupa por nosotros”. El joven que viaja hora y media en transporte, todos los días, para llegar a su trabajo dice que sus jefes no les dieron instrucciones de qué hacer ante una situación similar. Admite que se siente vulnerable y en su cabeza no deja de escuchar el tiroteo.
“Ni siquiera preguntaron por nosotros, nuestros jefes de piso y gerente si se preocuparon, nos dejaron llamar a casa y avisar que estábamos bien, pero en el año que llevo aquí nunca nos han dado un curso sobre cómo actuar si hay balazos”.
Más adelante, sobre la calle Pedro Moreno, Édgar estaciona su taxi, se baja él y su esposa Blanca, se queda al cuidado del automóvil en lo que él cruza la avenida para llegar a un banco y sacar dinero de un cajero, entre risas dice que sólo espera que no le roben el carro con la mujer a bordo.
“Uno aprende a vivir con miedo, a trabajar con miedo, con esa incertidumbre de no saber si encontrarás tu carro donde lo dejaste estacionado, si caminas con el celular en las manos, es bien común que pasen chavos en bici o moto y te lo arrebaten, no importa que estemos en la Zona Rosa, ya ningún lugar es seguro”.
En año y medio ha cambiado de taxi tres veces, “no por gusto, sino porque me los roban”, de los dos automóviles anteriores uno se lo robaron completo y el otro lo desvalijaron “aquí cerca, tampoco crea que en una zona peligrosa”, lamenta que los criminales despojen a los ciudadanos de su medio para trabajar, aunque se dice afortunado porque a nadie de su familia los han desaparecido o asesinado.