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Con la incertidumbre reflejada en el rostro y sin posibilidades de subsistencia en Carichí, una comunidad rarámuri asentada en la Sierra Tarahumara de Chihuahua, cuatro mujeres partieron a Sonora para buscar el sustento de 10 niños entre nueve años y una semana de nacido.
Dos años atrás comenzaron a elaborar collares y pulseras para salir de la Sierra, donde, afirman, han visto a muchas personas suicidarse por hambre. Los padres de Yolanda son parte de esa tragedia: “Los mató el hambre”, sentencia. Forjaron todas sus esperanzas en la frontera; ahí personas de una iglesia les dieron albergue, comenzaron a vender sus artesanías, pero se perdieron en un taxi. La forma para volver de donde vinieron es apelar a la caridad.
La noche del sábado durmieron en la Casa Amiga Albergue Comunitario, en las calles Morelia y Jesús García, de la colonia Centro de Hermosillo, donde se les brinda cena y un espacio para dormir por 10 pesos por persona. “A las cinco de la mañana nos sacaron de ese lugar, los niños tenían mucho sueño y frío, nos quedamos todos pegaditos en el parque [la plaza El Mundito] y esperamos que calentara el sol”. La madrugada y la mañana del domingo, el termómetro marcó -4°C a las afueras de la capital sonorense, mientras que en la mancha urbana se registraron 5°C.
Las mujeres no saben leer ni escribir, pero tienen noción del valor del dinero. El taxista que los trasladó de la plaza al crucero (un tramo de alrededor de 10 kilómetros), les cobró 500 pesos y fue el mismo que los llevó a una casa en la calle San José de Gracia y San Nicolás, en la populosa colonia Solidaridad, donde les cobrarán 800 pesos a la semana.
Yolanda, la matriarca de la familia, comenta que estarán en Hermosillo sólo el tiempo en que junten el dinero para regresar, porque de acuerdo con sus usos y costumbres, realizan ritos y ceremonias de Semana Santa en el templo de la Sagrada Familia que se encuentra en la brecha de Cuauhtémoc a Carichí.
Después de la fiesta sagrada no sabe que harán, pues en sus últimos días en la Sierra Tarahumara sólo se alimentaban de pinole, un polvo elaborado a base de maíz quemado. Desde hace tiempo no les alcanza para comer nopales y frijoles. Yolanda teme por su familia, porque “allá, en territorio rarámuri, si no te mueres, te matas de hambre”.