.— Leobardo Estrada, de 78 años, subió a una carreta repleta de víveres, cazuelas, refacciones, botellones de agua, bancos y pasto para dos yeguas. Se colocó atrás y vio cómo los animales anclados al vehículo comenzaron a galopar.

Dentro de la carreta iban su hija Maribel, su yerno, dos nietos y Miguel, otro de sus hijos. Partieron de la comunidad de Juan Eugenio, en el Cañón de Jimulco, que pertenece al municipio de Torreón, Coahuila. Comenzó así el 1 de agosto una tradición anual: peregrinar en carretas hasta el , Durango, por la antigua ruta del Cañón de San Diego en devoción al Señor de Mapimí.

“Mi mamá, María de la Cruz de la Rosa, me lo inculcó. Desde recién nacido iba, pero empecé a acordarme como desde los cuatro años. Me inculcaron que no dejara de ir… y hasta la fecha”, contó don Leobardo, Leoba o Banda, como lo llaman.

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La tradición que le inculcaron sus papás cumplió 309 años y representa una de las costumbres religiosas más antiguas del norte de México, asegura el cronista de Cuencamé, Anacleto Hernández.

Una tradición que comenzó en 1715 en el contexto de las luchas de resistencia de los indígenas al proceso de evangelización durante la Colonia. La historia cuenta que el Jueves Santo de ese año se celebraba una procesión por las calles del Real de Mapimí, hoy municipio de Mapimí en Durango. En la procesión llevaban la imagen de Cristo y un grupo de indígenas que habitaban el Bolsón de Mapimí buscaron destruirla. Quienes cargaban la pieza huyeron para resguardarla.

“La intención era llevarla a Santa María de las Parras [hoy Parras de la Fuente, Coahuila], que era el centro misional más grande e importante del momento. Al pasar por la Sierra de Jimulco se dan cuenta de que era un sitio ideal, seguro para resguardar la imagen. Con la intención de volver por ella”, dijo el cronista.

Los registros históricos refieren que una indígena encontró la imagen en un lugar llamado Jimulquillo y para los pobladores de la zona representó una aparición divina. Se comunicó el suceso al alcalde del Real de Cuencamé, hoy Cuencamé, quien decidió trasladar la imagen a este lugar.

Los fieles del Cañón de Jimulco, al darse cuenta del peligro que podría representar el traslado de la imagen ante un nuevo ataque de los indígenas de la zona, comenzaron a congregarse y acompañar su camino. Así se formó una gran peregrinación que se convirtió en tradición. “La imagen llegó un 6 de agosto y desde entonces cada año toda esta zona del Cañón de Jimulco, conservando la tradición que —dicen— nos dejaron nuestros antepasados, empiezan a peregrinar. Se trasladan por la parte desértica y semidesértica y llegan el 4 de agosto”, relató el cronista Anacleto Hernández.

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Durante la peregrinación, la mayoría de los fieles hacen tres estaciones y duermen a la intemperie, en colchonetas o cobijas tendidas en la tierra, arriba de las carretas y algunos más en tiendas de campaña. Otros deciden salir el 2 o 3 de agosto. En el caso de la familia de Leobardo, salieron el día primero.

Leyendas, mitos y milagros

Del Señor de Mapimí se dicen muchas historias. Las más fascinantes son que, en su momento, la gente de Mapimí reclamó la imagen, pero el Cristo no se quiso ir.

“Que no cupo en la puerta, que extendió las manos, los pies, que se hizo pesado”, contó don Leobardo sobre esas historias. “Es parte de la leyenda, la realidad es que el Señor de Mapimí está hecho de pasta de caña, es muy ligera para procesionar”, dijo el cronista.

También le atribuyen muchos milagros, principalmente asociados a la cura de enfermedades.

Don Leobardo contó que hace años viajó a Ciudad Juárez, Chihuahua, y le encomendó su casa al Señor de Mapimí. En su ausencia ocurrió un cortocircuito y se incendió una madera de la vivienda, pero solamente ocurrió eso.

“Estaba una viga ahumada. No se quemó, estaba un sillón, tapete… milagrote que me hicieron. Yo se la encargué mucho”, relató.

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La llegada de los peregrinos

En algunas paradas, los peregrinos realizan danzas o cantos al Señor de Mapimí. Una noche antes, en La Cureña, el sacerdote de Jimulco, Aurelio González, ofició una misa bajo un firmamento en el que resplandecían las estrellas.

La mañana del pasado 4 de agosto, los fieles condujeron sus carretas hasta la entrada a Cuencamé, en donde se formaron para entrar en peregrinación.

En esta ocasión fueron más de 100 carretas —unos 600 o 700 peregrinos— grandes y chicas que viajaron desde el Cañón de Jimulco. A la entrada a Cuencamé, municipio de alrededor de 35 mil habitantes, las personas se volcaron para recibir a los peregrinos.

Las familias se congregaron para aplaudirles y grabar el desfile. El historiador de Cuencamé, Jaime Favela, aseguró que la devoción al Señor de Mapimí es tan grande que opacó, desde su llegada, las fiestas del Santo Patrono, San Antonio de Padua.

Las carretas entraron por el pueblo, cruzaron los puestos de feria que se instalaron con motivo de las fiestas y posteriormente pasaron frente a la iglesia que alberga al Señor de Mapimí.

Allí, los párrocos de Cuencamé y Jimulco bendijeron con agua bendita a los peregrinos.

En la iglesia, la Hermandad del Señor de Mapimí, un grupo de custodios ataviados con una túnica morada que existe desde 1718, bajó la imagen del Señor de Mapimí para que los visitantes y devotos la adoraran y tocaran.

Leobardo Estrada aseguró sentir mucho cariño al adorar al Señor de Mapimí y comentó que hasta que sus hijos lo quieran llevar, él seguirá subiendo a la carreta para cumplir con la tradición.

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