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Oaxaca.— El movimiento de sus manos y su destreza para preparar la masa del pan sobre la plancha, reflejan la energía distinta a la de un hombre con 89 años encima. Alberto Carmelo González tiene casi la mitad de su vida siendo panadero. Desde entonces, él continúa amasando, horneando y decorando, sin importar incluso si un virus amenaza al mundo.
Originario de Santa Lucía del Camino, región de los Valles Centrales de Oaxaca, jóvenes, vecinos y conocidos de don Alberto señalan que decidieron adoptarlo “como su abuelito” para ayudarle a que siguiera elaborando sus tradicionales roscas.
Obligado desde joven a ser panadero por la necesidad, y tras un viaje a la Ciudad de México para aprender el oficio, don Alberto emprendió su propio negocio. A pesar de que sus panes adquirieron fama en la colonia Nacional de dicho municipio, no era capaz de producir tanto porque trabajaba con hornos de estufa.
Con el paso de los años, don Alberto se ganó el cariño de mucha gente de la comunidad y su reconocimiento por su pan.
Don Alberto vive solo, su esposa falleció hace poco más de un año; tuvieron un hijo que murió a temprana edad. Sin embargo, en estos días, la habitación donde trabaja está repleta de jóvenes, hombres y mujeres que llegan para apoyarlo en temporadas como Día de Reyes para que no falte su tradicional rosca.
Entre quienes lo acompañan se encuentra Alma Altamirano, una mujer que lo conoció hace ya casi ocho años. Relata que él llegó hasta Santa Cruz Xoxocotlán para vender sus panes en uno de los bazares para mujeres que ella organiza. Desde entonces, lo adoptaron como un miembro más de su familia.
Hace siete años, don Alberto todavía salía a vender y repartir su pan en bicicleta. Recorría varias colonias, pero ya estaba perdiendo la audición y un día no escuchó el claxon de un auto que terminó por impactarlo. Sus rodillas llevaron casi por completo las consecuencias de ese accidente; esa fue la última vez que pudo salir con su canasta.
A partir de entonces, Alma llega cada temporada, como en Día de Reyes, para apoyarlo en la elaboración de su pan.
La comunidad comenzó también a ayudarlo en la cocina y a hacer cooperaciones para que pudiera comprar una herramienta más apta a su producción, incluso, gente de Estados Unidos llegó a enviar dinero. Así es como adquirió “el monstruo”, un horno industrial que no ha parado de calentar sus piezas de pan.
Ahora con la pandemia, Alma comparte que don Alberto se mantiene en casa, no le permiten salir y entre todos lo cuidan. Algunos vecinos se encargan de ayudarle a descargar los bultos de harina y desinfectarlos.
Las ventas de su pan disminuyeron, pero él sigue produciendo. En esta temporada, don Alberto sólo ha horneado 300 roscas, menos de la mitad que en otros años, asegura.