Tecate.— Dos o tres oficiales de la Patrulla Fronteriza no saben qué hacer, parados en medio del desierto, a unos pasos del muro, sólo observan y escuchan cantar: son unos 40 indígenas kumiai, quienes además bailan desde muy temprano y se plantaron al pie de la frontera para protestar desde los lados mexicano y estadounidense.
Se trata de una sola comunidad milenaria, que vive en ambos países desde antes que ningún muro llegara a dividir la tierra que compartían y que hoy adolece, pero enfurecida se levanta porque los trabajos de construcción profanaron el cementerio sagrado de los indígenas.
“Llegamos nosotros, mis padres, abuelos y los papás de ellos mucho antes que todos”, dice Fausto Ángel Díaz, miembro kumiai, “no es sólo el muro, sino lo que están haciendo con estas tierras que tienen miles de años, nuestros muertos están ahí... abajo de esas máquinas que están moviendo todo”.
Esta no es la primera vez que se organiza la comunidad, del otro lado de la frontera iniciaron con protestas meses atrás para denunciar que con la construcción se está afectado un terreno protegido propiedad de los indígenas, sin respetar lo sagrado.
Luego de las movilizaciones en Estados Unidos convocaron a una protesta para este viernes, justo donde los trabajadores construyen e instalan el nuevo muro, a la altura de Tecate, en un área agreste escondida entre cerros y ramas secas, por donde corren lagartijas como si fueran perros sin dueño.
Los grupos llegaron casi al amanecer, desde los dos países. Se dividieron en diferentes puntos, pero todos al pie de la frontera, el plan era detener las obras; al llegar dos de los grupos lograron detener a los trabajadores, se enraizaron en la tierra seca como cualquiera de los árboles que sobreviven en ese desierto de calor inclemente.
“Uno de los grupos tuvo problemas, los arrestaron”, explicó Martha Rodríguez, miembro kumiai en Estados Unidos, “pero ya todo está bien, se resolvió, lo único que queremos es que respeten las tierras milenarias, es lo que se exige”.
Norma Meza, miembro de la comunidad, explicó que se trabaja en un amparo pero desconoce en qué etapa del proceso van. Fausto Ángel dice que el recurso legal será interpuesto desde el lado estadounidense, pero la comunidad de los dos países respaldan la decisión.
Mientras que en el primer grupo hubo detenidos, el resto no se movió. Prendieron fuego a la salvia blanca, una de sus plantas sagradas, armaron un círculo y comenzaron a cantar, mientras unos aullaban con su voz y los ojos mirando hacia el Sol, otros bailaban.
El humo blanco del cofre sagrado vestía a todos. Incluso a los oficiales de la Patrulla Fronteriza, quienes solamente miraban a unos metros, parados, inertes, sólo observando sin entender nada.
A un par de horas que inició la protesta, casi al mediodía, las máquinas que habían dejado de moverse cobraron vida nuevamente. Una retroexcavadora tomaba los pedazos de lámina que antes eran el muro que hoy es remplazado con unos barrotes de metal por lo menos tres veces más grandes que su tamaño.
Uno a uno colocaron los pedazos de barda, hasta que cerraron el espacio que los indígenas compartían. Justo en ese momento los oficiales empezaron a acompañarlos para que cada quien se retirara a su país de origen.
Del lado mexicano, personal del Instituto Nacional de Migración (INM) llegó y casi al mismo tiempo una unidad del Ejército, ambos se detuvieron a la altura de la protesta. Uno de los empleados federales preguntó: “¿Eres mexicana?”, “Sí”, le respondió la joven y se fue.
Justificaron que llegaron a ese punto porque es su rutina de patrullaje, los pocos habitantes de ese caserío casi muerto expresaron que no, que pocas veces se les ve entre los poblados, a menos que alguien los llame o tal vez en época de mucho calor.
Pero mientras los adultos se despedían y se retiraban en medio de aullidos, a un pie del muro —desde el lado estadounidense— Noé construye un pequeño corral con pedacitos de metal y piedras de la antigua barda que dividía a México y Estados Unidos.
Un oficial de la Patrulla Fronteriza que está a unos cinco pasos del niño le clava la mirada, Noé sigue construyendo un hogar con el pedazo de metal que divide dos países, el americano lo deja jugar y después de un silencio la sonrisa del policía rompe con la tensión del desierto.