Tula.— A tres años de las inundaciones en esta ciudad, que dejaron 17 muertos y cientos de afectados, los daños aún persisten y al menos 14 viviendas ubicadas en las márgenes del río están en riesgo. Las autoridades afirman que no pasa nada, pero los vecinos no piensan lo mismo; temen que la tragedia se repita.
Un socavón que se registró el 21 de julio de este año les recordó lo que el río puede hacer. Eran alrededor de las 11 de la noche cuando un estruendo despertó a los vecinos de la calle Leandro Valle. Debajo de al menos cuatro casas se empezaba a gestar un grave peligro: una oquedad de 10 metros de largo y tres de profundidad.
Victoria Guerrero es vecina de este lugar, su casa es la número 32, la “casa naranja”, como la conocen. Desde hace algunos meses su vivienda ya había comenzado a presentar algunos problemas, el agua del río comenzó a desgajar la construcción por debajo, por lo que decidió no ocupar una parte.
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Ese 21 de julio, dice, no se percató del peligro. El suelo cedió y no supo que el río había agrandado el socavón. Fue hasta el amanecer, por el movimiento de la gente y de las autoridades de Protección Civil, cuando se dio cuenta de que algo no andaba bien. Tete, otra vecina de los márgenes del río, también sufrió daños en su casa por el socavón. Aún no se recuperan de las pérdidas, y ahora nuevamente la incertidumbre toca a su puerta.
El agua se llevó todo, menos la esperanza
Es el número seis de la calle Manuel Doblado. Una pequeña puerta de metal, que un día vio entrar una inmensa corriente de agua que arrasó con todo, se abre y dentro es una casa nueva. De lo que fue antes de 2021 queda muy poco.
Piso, loza, todo es nuevo. Nada resistió a la torrencial corriente que en su interior acabó con todo. Para tener este patrimonio, Javier Nieto y Martha Sánchez habían trabajado 60 años, de eso, nada queda.
Martha platica que amueblaron su vivienda gracias a la ayuda de personas que para ellos fueron ángeles. La familia Díaz de la Vega, originaria de la Ciudad de México, se enteró de lo sucedido y, sin conocerlos, les regaló no sólo sus muebles, sino también electrodomésticos.
El gobierno federal, dicen, tiene una deuda con Tula. Están convencidos de que la ciudad no se inundó, sino que la inundaron.
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Para el matrimonio había dos caminos: quedarse a llorar por lo perdido o levantarse y seguir. Javier dice que tienen un motor para hacerlo: la alegría de la casa es el pequeño Fernando Javier, quien, a sus seis años, sabe bien lo que pasó.
Para arreglar la casa han invertido 650 mil pesos, que recolectaron entre la familia y amigos, además de los ahorros de los Nieto, aunque aún no concluyen las reparaciones.
El gobierno federal les dio sólo 10 mil pesos. “Tómenlo o déjenlo”, sentenció el oficial de la Guardia Nacional que les entregó el dinero. El municipio les otorgó mil 500 pesos y un colchón usado.
Entre promesas rotas y un río imparable
Tete Melgarejo y Teresa Pérez no son optimistas, han estado muy involucradas todo este tiempo en el que el gobierno intenta arreglar lo que descompuso y aseguran tener pruebas de ello. Ahora, tampoco consideran natural el derrumbe de parte de las construcciones. El revestimiento de cemento del río provocó que durante los trabajos se metieran enormes tubos de concreto.
Durante meses, la corriente de agua que golpeaba esos tubos se desviaba directamente hacia las casas, y ahí, dice Teresa, está la razón de la oquedad.
Por el momento no han sido desalojadas, pero sí han tenido que apuntalar su vivienda, ya que el agua se llevó parte del material de asentamiento; incluso el drenaje quedó expuesto.
A la orilla del río, Tete y Teresa cuentan al menos 14 viviendas que peligran. Algunos vecinos están ajenos a ello y piensan que nada puede pasar. Pero pronto el río recibirá más de 600 metros cúbicos de agua por segundo provenientes de los emisores central y oriente. No quieren ni pensar en lo que sucederá una vez que dejen entrar toda esa agua.