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Culiacán.— El llamado Jueves negro que envolvió a la capital de Sinaloa en un escenario de guerra por el fallido intento de capturar a Ovidio Guzmán dejó en la sociedad un “efecto tijera”, pues en uno de sus filos se presume que la violencia va a la baja, mientras en el otro la percepción social es distinta, indican especialistas.
A tres años del suceso que marcó a Culiacán y exhibió la fragilidad de los esquemas de seguridad y reacción de las instancias del Estado, la sensación entre la población es que este escenario puede volver a presentarse con una mayor violencia.
La incertidumbre permanece latente entre los ciudadanos, con los continuos sucesos de violencia que a menor escala están presentes en forma periódica en una franja que cubre la parte norte del casco urbano y alcanza la sindicatura de Tepuche.
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Una de las mayores dudas que flotan en el ambiente de la capital del estado es si las autoridades de los tres niveles de gobierno están preparadas para intervenir y sofocar con rapidez y eficiencia un nuevo Culiacanazo.
Un cambio de percepción
Lo que se vivió en las calles la tarde del 17 de octubre de 2019 resquebrajó una parte de la vieja percepción del narco que se tenía en la zona, en el sentido de que los capos y su gente eran vistos como personajes benefactores y protectores de la población.
Uno de los trabajos realizados por el Laboratorio de Estudios Psicosociales de la Violencia de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Sinaloa exhibió la vulnerabilidad de los jóvenes al ser atraídos a tomar las armas y defender una posición a cambio de ganar dinero muy rápidamente, con un exceso de riesgo para sus vidas.
El investigador y responsable del estudio sobre los efectos del Jueves negro, César Jesús Burgos Dávila , refiere que los sucesos violentos se centraron prácticamente entre jóvenes de dos bandos, unos representado la ley y otros, ligados a la delincuencia organizada, defendiendo su territorio y a su jefe.
Indicó que una investigación sobre estos hechos, practicada por sus alumnos de sexto semestre, reflejó que la sensación que se percibe es el modelo de “unas tijeras”, uno de sus filos marca, por cifras oficiales, que la situación de la violencia cambió porque hay menos delitos, pero el otro filo percibe todo lo contrario.
En este trabajo, elaborado con testimonios reales, se reveló que la estructura delincuencial operó en forma cronometrada; sacó sin problemas a internos de la cárcel, a los que armó e incrustó a la defensa de la plaza y del jefe. Lo mismo sucedió con estudiantes, a quienes motivaron con pagos de hasta 20 mil pesos.
Burgos Dávila indicó que la investigación expuso que la vieja visión, de que a las figuras delictivas se les ve como modernos Robin Hood quedó sin efecto porque la población se vio expuesta a un terrible riesgo.
No se olvida
A tres años de distancia del Culiacanazo , Elena, catedrática universitaria y madre de familia de 39 años, dice que cada que escucha un ruido extremo siente la necesidad de tirarse al piso.
Ella pasó horas pecho tierra, al lado de decenas de personas en un centro comercial de la zona de Tres Ríos, donde tuvo lugar el operativo fallido para capturar a Ovidio Guzmán.
Elena relata que esa tarde de octubre de 2019 agotó la batería de su celular por la necesidad de mantener continua comunicación con su familia, principalmente su hijo de 10 años, el cual minutos antes había llegado a su casa tras salir de la escuela.
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La mujer asegura que el saber a su hijo a salvo le ayudó a sobrellevar su angustia y miedo de ser una víctima colateral.
Para Eduardo, auxiliar de contador fiscal, superar la experiencia tampoco ha sido fácil.
Dice que cada que cruza el boulevar Sánchez Alonso —en el desarrollo urbano de Tres Ríos— su mente lo vuelve a ubicar, por instantes, en el fuego cruzado al que se vio expuesto.
Evidenció la fragilidad
La tarde del Culiacanazo evidenció la fragilidad de respuesta de las corporaciones de seguridad y los sistemas de control penitenciario. A tres años del suceso, las deficiencias no se han corregido. Se sigue careciendo de policías y el penal de Culiacán adolece de diversas falles de seguridad, observó Miguel Calderón Quevedo, coordinador general del Consejo Estatal de Seguridad Pública.
De acuerdo con el funcionario, la herida de ese día cicatrizó, y asegura que los índices en delitos de alto impacto, sobre todo los asesinatos, marcan una clara tendencia a la baja.
Pero admite que en materia de formación de nuevos policías, equipamientos, armas y vehículos para los cuerpos de seguridad se continúa con un rezago, y lo mismo sucede en el centro penitenciario de Culiacán, del cual, durante el Jueves negro, se fugaron 42 internos.
Calderón Quevedo reconoció que la formación de nuevos policías, con atractivos sueldos, no es una tarea fácil. Por un lado, está la imagen negativa de las corporaciones, que es poco atractiva para los jóvenes que buscan trabajo y las prestaciones están por debajo de sus expectativas.
De formación castrense, con grado de mayor de la Policía Militar, el recién nombrado nuevo secretario de Seguridad Pública en Culiacán, Pedro César Rojas Ibarra, admite que uno de sus retos es sacar a Culiacán de la lista de las 50 ciudades más peligrosos y violentas del mundo.
Las estadísticas, expuso, reflejan una clara reducción en varios delitos de alto impacto; sin embargo, por su índice poblacional, Culiacán concentra el mayor número de los homicidios dolosos, robo de vehículos y toda clase de asaltos y actos de violencia intrafamiliar.
Durante el Culiacanazo, uno de los sectores que sufrió un impacto negativo fue el comercio formal. El dirigente de este gremio, Jesús Antonio López Álvarez, señaló que el balance de 2021 en materia de seguridad arrojó que 60% de los robos se concentró en la capital del estado.
Empresarios indicaron que en apariencia los sucesos de hace tres años ya se superaron, pero cada vez son más quienes creen que cualquier día algo similar se puede repetir.
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