Tijuana.— Cada noche su madre le describía un país de fantasía que Shalin nunca conoció, en el que a las mujeres se les permitía estudiar y trabajar. En el que no usaban ropa que les tapara el cabello ni el cuerpo como si fuera prohibido; era un Afganistán de cuentos de hada, dice la joven de 17 años, quien nació en medio de la guerra.
Para los niños que nacieron en medio del conflicto armado, recuerda, es normal escuchar sobre las desapariciones. Los grupos del Talibán los secuestran para reclutarlos, luego los entrenan, los arman y, al final, los regresan a la calle como uno de los suyos, los vuelven a ver cargando armas con las que ahora les apuntan a la cara.
Shalin, de 17 años, viajó seis meses desde el país del pulao, junto a sus padres y sus tres hermanos, para cruzar prácticamente dos continentes. La primera parada fue de dos meses en Brasil, luego en Perú y, finalmente, en Nicaragua, donde pagaron a un coyote para iniciar otros viaje que duró una semanas en camión, cuyo destino los trajo a la frontera más transitada del mundo: Tijuana.
“Ahora es más difícil, imposible obtener una visa estadounidense”, dice Naim, mamá de Shalin. “Yo viví cuando era un país libre, ahora apenas es un recuerdo (…) y los que no podemos sacar una visa estamos saliendo de ahí como podemos”.
El pastor de la Iglesia Embajadores de Jesús (conocido como El Cañón de los Alacranes), Gustavo Banda, afirmó que la realidad es que por su templo, convertido en refugio de migrantes, han sido más las familias del Medio Oriente que han pasado, llegan uno o dos días y luego se van.
Como ellos, otros más han arribado a la frontera mexicana como parte de una migración silenciosa. El reporte estadístico del Instituto Nacional de Migración (INM) reportó que en 2018, a Baja California llegaron 72 personas de la región de Medio Oriente, mientras que en enero fueron siete. La Casa del Migrante en Tijuana reporta que en 2019 han recibido cuatro migrantes de Irán, y el año pasado fueron 12 personas de Yemen.
Naim dijo que recién llegaron a Tijuana se anotaron en la lista de la garita El Chaparral. Se trata de una libreta manejada por otros migrantes que luego entregan a personal de Grupo Beta, en la que se registran los solicitantes de asilo, a quienes les asignan un número y luego, esperan hasta que el gobierno estadounidense les permite el ingreso a su país para iniciar su proceso.
Su familia tiene el número 2 mil 364 y hasta el lunes pasado la lista de ingreso recibió al 2 mil 90. Es decir, hay una espera de poco más de 300 números, y que, en tiempo, significa al menos un mes.