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Óscar aclara que no tiene un museo, pero apenas se entra a su casa se hallan estantes y marcos que albergan décadas de la historia de la lucha libre mexicana. De las 2 mil 500 máscaras que posee, mil 480 no se repiten, pero hay casos especiales, como la de El Santo, de la que tiene cinco originales, de Tinieblas cuatro y así de varios más.
Origen de la afición
Recuerda que todo empezó el 14 de abril de 1957. Óscar tenía seis años cuando acudió a su primera función de lucha libre. Aquella noche se enamoró del cuadrilátero y sus protagonistas. “Me gustó toda la cuestión de la máscara, los personajes, el misticismo”, recuerda.
Al día siguiente buscó los periódicos porque quería mirar todo lo que había admirado, pero ese día, el 15 de abril de 1957, murió Pedro Infante y no halló nada.
Óscar tenía la fortuna de que la mamá de un amigo de la cuadra tenía una casa de huéspedes, donde se hospedaban sus nacientes ídolos, acudió hasta ese lugar y se topó con los luchadores sin máscara.
“Era niño, les caía bien y les ponía un gorro espantoso”, revela Óscar al justificar cómo obtuvo las caretas. La primera máscara que le regalaron, con la que, sin saber entonces, comenzó la gran colección fue la de Blue Demon, aunque Óscar afirma que “fue una odisea”.
Después, consiguió la máscara del lagunero El Médico Asesino. Luego le tocó encontrarse con El Santo en una gira que realizó a Torreón y el niño le pidió la máscara. “No traigo, el año que entra”, le dijo el ídolo y Óscar lo esperó. Un año después, regresó a la casa de huéspedes por la careta del Enmascarado de plata.
“Cuando me traigas las máscaras que dices que tienes, te regalo la mía”, le prometió El Santo y Óscar salió corriendo por las dos máscaras que tenía. “Al verlas, [El Santo] me dijo: ‘No te puedo creer porque estos [los luchadores] no regalan’. Sacó la suya, la firmó y me la regaló”, recuerda.
A partir de entonces, le empezó a tomar cariño y comenzó a guardarlas. Se enteraba de la visita de una gran estrella, como El Espectro o Rayo de Jalisco, y se iba caminando a la casa de huéspedes. “¿Tú eres el Rayo de Jalisco?”, preguntaba a los hombres. “Sí, cállese”, le contestaban celosamente al niño.
El coleccionista explica que había muchos luchadores que se ponían duros para regalar su “bien más preciado”, pero el pequeño Óscar hasta se les colgaba, dice, con tal de conseguirlas.
El fanático y conocedor
Óscar Galindo tiene 61 años coleccionando las incógnitas de los luchadores. Inclusive, se hizo amigo de varios luchadores que lo llevaban a las funciones y en una ocasión, inclusive, Los Espanto, originarios de Torreón, pidieron permiso a sus padres para llevarlo a una gira en Veracruz.
“Los Espanto conocían a mis papás. Yo tenía nueve años. Llegaba a las arenas y entraba René Guajardo, Ray Mendoza, El Santo, Huracán. Yo conocía a todos y me preguntaban qué hacía por allá”, relata.
En su anecdotario recuerda que los luchadores le daban, uno, dos, cinco pesos para una torta y como todos le daban, regresó de la gira con mil 500 pesos de aquella época.
Para Óscar, los mejores luchadores han sido: Carlos Tarzán López, Salvador Gory Guerrero, Rito Romero, Rolando Vera y Joe Marín. “A la fecha, nadie los ha superado”, opina. De los enmascarados, el más completo dice que fue Blue Demon.
Sobre El Santo considera que el hijo lo superó en lucha. El mejor lagunero, en una escuela donde hay nombres como Blue Panther, Gran Markus, Dr. Wagner padre e hijo, Fishman, Mano Negra o Último Guerrero, el mejor ha sido Joe Marín.
Con el tiempo creció y ya no le gustó pedirles a los luchadores la máscara. “Ya no era lo mismo”, reflexiona. “Necesitaba ser muy allegado de alguien”, reconoce.
Guardar o vender
Óscar asegura que jamás se puso una máscara original. “Una máscara es muy personal, es como un cepillo de dientes o ropa interior”, compara.
También dice que llegó a perder muchas máscaras porque las guardaba sin lavar y se pudrían. Ahora las lava cada dos años, pero con un proceso casi quirúrgico.
—¿Cuál es la máscara más cara?
—Las máscaras de piel. Tengo de La Maravilla Enmascarada, El Murciélago Enmascarado, El Asesino y El Santo.
Óscar practicó lucha olímpica, pero vivió por décadas de la música. Tenía un grupo de rock que se llamaba “Los Golden Stones”, el cual se presentaba en salones y fiestas.
Ahora que se retiró se dedica a comprar y vender máscaras. “Vendí una de El Santo, del año 55, en 120 mil pesos”, presume.
Dice que según la época es el precio de la máscara. Una máscara de El Santo de los ochentas vale cerca de 60 mil pesos, asegura. Óscar tiene un cuadro con cinco máscaras legendarias y un día le ofrecieron medio millón de pesos. “Cuando suba más, lo vendo”, le dijo al comprador.
“Muchos dicen que no son ciertas, que las compro, pero ya me vale gorro. No he pagado por ellas. Otros me dicen: ‘Sabes qué Galindo, tienes la mejor colección, pero cuando te mueras no te las van a echar a la tumba’. Quiero que me mande una señal Diosito para empezar a vender”, agrega.
En una galería de máscaras, Óscar muestra algunas. “Éste se murió el año pasado”, dice y toma la máscara autografiada de Fishman.