Tuxtepec, Oax.— Naricitas Húmedas es una heridos, ubicada en la colonia Santa Fe, junto al río de Tuxtepec, que de no ser por este patio donde les dan de comer y curan sus heridas, cachorros de animales mestizos arrojados a la calle estarían destinados a la peor de las muertes.

Con sus 83 años, Mercedes Godínez Hernández, conocida como doña Meche, es un símbolo del activismo en defensa de los animales en el norte de Oaxaca, donde lleva 30 años salvando perros del olvido en las calles. Llega todos los días puntual a la cita con “sus perros”. Los fines de semana lleva comida especial, casi siempre costeada con su dinero o de unos pocos que ayudan.

Cuando Naricitas Húmedas comenzó, doña Meche llevaba años saliendo a las calles de Tuxtepec a las 2 y 3 de la mañana a dejar croquetas en las esquinas y baldes de agua limpia para perros y gatos.

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El lugar luce limpio, aunque descuidado ante la falta de apoyo oficial para continuar. Durante 30 años, doña Meche ha salvado a unas mil mascotas. Foto: Antonio Mundaca y Especial
El lugar luce limpio, aunque descuidado ante la falta de apoyo oficial para continuar. Durante 30 años, doña Meche ha salvado a unas mil mascotas. Foto: Antonio Mundaca y Especial

Todos los días, bolsas de croquetas en la madrugada eran repartidas en silencio. Un ritual de rescate callado que le daba sentido a su vida.

“Tuve una farmacia, empecé dando de comer a los perros de mis vecinos, tuve que cerrarla porque algunas personas no querían ir porque había perros en la cerca, luego decidí llevarles de comer a los que estaban amarrados y después busqué, con ayuda de la doctorcita, darlos en adopción, a veces los esterilizábamos con apoyo de veterinarios”.

Platica que cuando la doctora Diana Griselda —quien funge como directora del albergue— la invitó a ser parte del proyecto, pensó que no podría hacerlo pues tenía 69 años y sufría una crisis personal.

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El albergue está adaptado con cuartos divididos por bejucos, bolsas de plástico y cercas de metal roído. Foto: Antonio Mundaca y Especial
El albergue está adaptado con cuartos divididos por bejucos, bolsas de plástico y cercas de metal roído. Foto: Antonio Mundaca y Especial

El sueño compartido

El albergue es un patio con cuartos divididos por alambres viejos. Perros separados por bejucos, bolsas de plástico y cercas de metal roído. Ahí los perros no dejan de ladrar y sus aullidos lastimosos se mezclan con la humedad y el calor.

En el centro hay una casa donde se entra por escaleras elevadas. En el pórtico están encerrados los perros más grandes, que dan vueltas por las esquinas porque se acerca la hora de la comida y quieren salir a correr. El terreno fue donado por el municipio por ser una región de desastre, una zona que antes estaba llena de aguas residuales, lodo, desembocaduras de drenajes al río e inundaciones en temporada de lluvias.

El primer presidente del colectivo de defensa animal fue Felipe Matías Velasco, el poeta costumbrista inmortalizado por los versos de Flor de Piña, quien murió en 2013 rodeado de decenas de gatos, y tras su muerte se convirtió en presidente honorario. Fue un gran amigo de doña Meche y ella lo considera el hombre del corazón más puro, porque amó a sus gatos, quizá más de lo que ella ha amado a sus perros.

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Los canes son salvados de morir en la calle; en el albergue tienen atención de veterinarios y comida. Foto: Antonio Mundaca y Especial
Los canes son salvados de morir en la calle; en el albergue tienen atención de veterinarios y comida. Foto: Antonio Mundaca y Especial

“Yo tuve el sueño desde niña de tener un albergue para perros, ahora me doy cuenta que quizá por eso me hice enfermera, soñaba con tener un lugar donde cuidar animales lastimados y Tuxtepec me lo cumplió ya siendo una persona grande”, dice doña Meche.

“Mi casa servirá de albergue”

Doña Meche está sentada y deshebra hilazas de pechuga de pollo con sus manos blancas. Junto a sus pies hinchados hay cubetas de plástico con retazos de carne y caldo de sal. A su lado hay un nuevo ayudante que lleva cazos de metal a las jaulas improvisadas. Ella tranquiliza a los perros, les habla con firmeza y dulzura. Con su voz los perros se calman.

“Voy a salir a darles de comer a mis perros hasta el último día de mi vida, aunque mis hermanas y mi familia me quieran llevar de regreso a la Ciudad de México, yo no puedo irme, ¿quién va a cuidar de mis perros?”, señala.

Ante la escasez de apoyo oficial para continuar, el albergue que luce limpio, pero abandonado, rodeado de cuidadores de animales que se hacen cada vez menos, a pesar de los miles de seguidores que parecen tener en las redes sociales.

A la pregunta de qué será del albergue cuando ya no esté, dice que seguirá. “Hay jóvenes veterinarias que vienen y aman a los perros y los van a cuidar. El amor por los animales no se va a extinguir, en estos años hemos cambiado la vida de casi mil perros. Fuimos impulsoras de la Ley de Protección Animal en Oaxaca, cuando a nadie le interesaba. Cuando yo no esté, mi casa servirá de albergue, y si me cumplen el deseo, me enterraran ahí, con mis perros”, comenta doña Meche, reafirmando su amor por sus fieles amigos.

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