Sásabe, Son.— El desierto de Sásabe, Sonora, ha sido enemigo histórico para quienes buscan alcanzar el sueño americano, debido a las altas temperaturas y a la peligrosidad de esta región, pero desde hace un tiempo tiene un cómplice para los migrantes: el muro de Donald Trump.

Sásabe es una comisaría del municipio de Sáric. Cuenta con poco menos de 2 mil habitantes. Es una zona árida controlada por el crimen organizado, el tráfico de personas y de drogas, además de las inclementes temperaturas de día, superiores a los 40 grados celsius, y de noche de menos 0 grados centígrados, pero es uno de los principales puntos de cruce de migrantes provenientes de todo México, así como de Centroamérica.

Ahora, el reto para los migrantes es burlar la valla metálica más grande del mundo, que se erige desde las entrañas del desierto que comparten México y Estados Unidos, el legado del presidente Donald Trump, como si fuera un binomio desierto-muro.

La valla metálica que se levanta en algunas áreas de Lukeville —frontera con Sonoyta— ha provocado que la inmigración se concentre con más fuerza en la peligrosa zona del Sásabe.

EL UNIVERSAL constató cómo trabajadores de Estados Unidos ultimaban detalles de la muralla de poco más de nueve metros en esta zona. Un vaivén de yucles y unidades retroexcavadoras movían incalculables volúmenes de tierra, mientras algunos migrantes eran deportados.

Divide al desierto de Sonora el triste legado de Trump
Divide al desierto de Sonora el triste legado de Trump

Parte a territorios indígenas

En las inmediaciones de la línea fronteriza Sábabe-Sonora y Sásabe-Arizona, Julio César Ortega Quiroz y Mora, autoridad tradicional de la tribu Tohono O´odhham, en Caborca, asegura:

“Todo esto es territorio sagrado de nuestra nación y [el muro] nos está afectando en la diversidad de flora y fauna y, sobre todo, los pasos naturales de nosotros de un territorio a otro. Este es territorio de nosotros, de los Tohono O´odham, pero la línea fronteriza nos dividió”.

Los Tohono O’ odham (pímas o pápagos) están defendiendo sus áreas sagradas y un territorio común, donde hay dunas y tierra seca, gran variedad de flora, como matorrales, pitahayas, ocotillo, cactus y sahuaros, donde realizan parte de sus ceremonias sagradas, además de fauna en peligro de extinción, como coyotes y venados, entre otras especies.

No todos apoyan el muro

La comunidad religiosa de Arivaca, Arizona, un pueblo remoto a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, tiene la reputación de brindar ayuda humanitaria a los migrantes y refugiados que caminan en el desierto alrededor de sus hogares.

A medida que los residentes son testigos de la destrucción de vidas y tierras con la construcción del nuevo muro fronterizo, su espíritu para resistir la violencia fronteriza se fortalece, aseguran.

Del 14 al 18 de septiembre de este año, una coalición de integrantes de la comunidad y líderes espirituales se reunieron en el muro para honrar y clamar por las vidas humanas, vegetales y animales perdidas por la militarización de la frontera, así como para protestar contra el muro como símbolo de intolerancia e instrumento de erradicación.

En ese sentido, el reverendo Matthew Funke Crary, de la iglesia unitaria universalista Borderlands, en Amado, indicó que “los muros no pueden honrar la integridad, la totalidad, lo completo. Son un arma divisoria y mortal”.

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