Chilpancingo.- Hace 11 años, el profesor Hipólito Hernández Ojéndiz planeaba jubilarse, le quedaban dos años de servicio para cumplir la antigüedad. En esos días, recibió una invitación o más bien un reto: hacerse cargo de la escuela primaria de la colonia multicultural Emperador Cuauhtémoc, en Chilpancingo, Guerrero.

El reto era inmenso, la primaria tenía cinco años de fundada, pero no tenía profesores, ni aulas, ni el reconocimiento de las autoridades educativas.

El trabajo que tenía enfrente era proporcional al reto, pero había niños y niñas con la necesidad de ir a la escuela. Hipólito lo aceptó y se olvidó de su jubilación .

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“Nos metimos en el trabajo, la dinámica nos envolvió y se fueron rápido los años y de hecho se nos están yendo”, dice Hipólito sentado en el escritorio de la precaria aula.

Tiene razón, trabajo es lo que sobra en esta primaria. Cuando llegó, Hipólito era el único profesor que atendía a los niños de los seis grados. Casi literal: se multiplicaba para poder estar con todos.

“Le dejaba un trabajo a un grupo mientras iba a ver al otro y cuando ya no podía le pedía a los más avanzados que me ayudaran, fueron días muy cansados, de mucho estrés”, recuerda Hipólito.

En algunos días, cuenta, pobladores subían para ayudarle, sobre todo Edna Karime Abad Salgado y Carlos Hernández, dos jóvenes que contaban con licenciatura.

Todo esto lo hacía prácticamente sin nada. Daba clases en dos aulas de adobe, con techo de lámina y piso de tierra que los padres y madres de los estudiantes construyeron con su manos y con su propio dinero.

“Eran dos aulas de adobe, con láminas galvanizadas que en tiempo de lluvia nos mojábamos con los niños, el frío es muy intenso aquí, luego el lodazal y cuando se terminaban las lluvias venían los calores muy fuerte”, narra el profesor.

Además de todo eso, Hipólito hacía el trabajo administrativo, los trámites, las gestiones, asistía a las reuniones.

También se tuvo que enfrentar al desconocimiento oficial. La escuela durante casi 15 años funcionó como un módulo de otras. Es decir: para la Secretaría de Educación en Guerrero (SEG) no existió hasta que tuvo clave.

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Un tiempo pidieron ayuda a escuela bilingüe Vee Savi de Acapulco, a la Cuitláhuac, también del puerto y al final a la Tláloc de Chilapa para que los niños pudieran tener su certificado oficial.

La falta de reconocimiento dejó en el desamparo por años a la escuela, ahí no llegaban los libros de textos, ni material didáctico, ni uniformes escolares. Nada. La posibilidad de una obra, de un aula, de los baños, era imposible.

Obtener la clave fue otro reto que se impuso Hipólito. Sabía bien que sin clave nunca iba poder acceder a beneficios por más esfuerzo que hicieran.

La clave la obtuvieron en 2020, pero el camino no fue nada fácil, las autoridades, recuerda, pusieron más obstáculos que soluciones.

“Nos ponías cualquier pero, en la SEG hay un desprecio y un racismo por la educación indígena, venían a desmoralizarnos”, interviene Hugo Juárez Ocampo, un integrante de la Comisión Colectiva de la colonia.

Pero en febrero del 2020, Hipólito decidió subirle la intensidad a la batalla por la clave. Esa vez, se organizó con los padres y madres de familia, fue a la Comisión de Derechos Humanos del Estado y avisó a las autoridades educativas que se iría a dar claves a la autopista del Sol.

Esa misma tarde, recuerda, le llamaron funcionarios de la SEG pidiéndole que no protestarán, que al día siguiente asistiría a atender las demandas. Así fue, a la mañana siguiente asistió un subsecretario de SEG y aceptó darle la clave a la escuela.

Con la clave, la comunidad acordó nombrar la escuela “Gregorio Alfonso Alvarado López”, en honor a ese profesor oaxaqueño que llegó a Guerrero para hacer trabajo con el magisterio y en las comunidades.

El profesor Gregorio fue fundamental en la esencia de la colonia: un refugio de los pueblos originarios, de su cultura y sus lenguas. Pero, sobre todo, en la convicción de levantarse desde la autonomía.

La colonia es habitada desde 2006 por pobladores de los cuatro pueblos originarios de Guerrero: los ñomndaa, na savi, me'phaa y nahuas que tuvieron que salir de sus comunidades para buscar sobrevivir en la capital.

La escuela tiene dos años con la clave, ahora sí existe para las autoridades: el Instituto Guerrerense de la Infraestructura Física Educativa (Igife) en estos momentos construye dos aulas, los sanitarios y la dirección.

Ahora, en la primaria el panorama es distinto al de hace 11 años. A Hipólito le ayudan tres profesores que atienden a 54 niños y niñas que hablan el nahua y me'phaa.

Pese a todos estos logros, Hipólito no piensa en jubilarse aún. Dice que hay mucho por hacer.

Esa firmeza de Hipólito, tal vez, esté en su origen. Es uno de ellos: hijo de padres campesinos, obreros, albañiles, ayudantes, con oportunidades escasas.

Porque para Hipólito ser profesor tampoco fue fácil. De su pueblo Huiztlatzala, en el municipio de Zapotitlán Tablas en la Montaña, tuvo que salir siendo adolescente para estudiar la secundaria, la preparatoria y la universidad.

“Estos niños tienen muchas ganas de salir adelante. No tenemos las condiciones adecuadas pero yo me acuerdo que cuando era niño era igual, la gente que sufre es la gente que sale adelante”, dice Hipólito.

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