Tijuana.— Es casi medianoche. Desde hace un par de horas, pequeños grupos de hombres cruzan el puente; una vez en suelo mexicano, voltean de un lado a otro. Unos llaman desde el celular para que los recojan en la garita Otay Mesa, en Tijuana, pero otros, la mayoría, se pierden en el mar de carros, en una ciudad que apenas y conocen, dan un par de pasos y se tienden sobre el concreto. Así, sin comida y sin conocer a nadie, pasan su primera noche dormidos en la calle.
Ninguno, salvo Ramón, conoce la ciudad. Todos intentaron cruzar un día antes la frontera desde uno de los poblados de Tecate, pero apenas lograron brincar el muro fueron asegurados y, tras tomarles sus huellas, retornados a territorio mexicano, donde no supieron a dónde ir. Se plantaron en una de las banquetas viéndose unos a otros y sacaron un puñito de ajos.
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“¿Ve esto?”, dice uno de los jóvenes, “se lo pone en las piernas con alcohol y así cuando ande en la noche pal’ monte, las víboras ya no se le acercan”, explica mientras coloca uno de los dientes sobre el concreto, “dientito es lo que nos vamos a cenar”. Se echa a reír con sus compañeros.
Sólo en mayo de 2021, el mismo mes que Ramón llegó a Tijuana, las autoridades estadounidenses retornaron bajo el Título 42 (mejor conocido como retornos exprés) a 180 mil 34 migrantes, entre ellos menores de edad, incluso, algunos no acompañados, según cifras del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés).
Uno de los choferes que trabaja desde hace más de 15 años en la base habilitada en la garita de Otay relata que desde hace meses, todos los días y cada noche, mira llegar a familias, mujeres con sus hijos y menores; algunos llegan sin conocer a nadie y sin ningún tipo de apoyo.
“Yo los he visto llegar”, cuenta el joven de no más de 30 años, mientras espera que llegue algún pasaje, “hubo un día de lluvia, de esos helados, ahí venía una señora con sus bebés y sin nada para taparse ni un lugar a dónde ir; la dejé que entrara con sus hijitos al taxi y ahí se quedaron”.
A diferencia de las deportaciones, cuando un migrante es retornado bajo el Título 42 no recibe el apoyo ni el ofrecimiento de alguno de los programas del gobierno federal, explican los migrantes. Llegan sin que nadie los reciba, sin que nadie les hable de refugios ni comida.
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Ramón, al igual que el resto de los migrantes que se han concentrado en la plancha de cemento de la garita, no ha perdido la virtud para reírse. Entre todos, casi pegados para amortiguar el frío de esa noche, mueven de un lado a otro el diente de ajo que cenarán, y bromean con quién comerá la pieza más grande.