Apatzingán.— Anita Torres Juárez, habitante de en este municipio, sobrevivió hace tres semanas al estallido de una mina antipersonal que les hizo explotar un grupo criminal del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG).

Anita regresaba a su casa, acompañada de su hijo, cuando la célula delictiva detonó el explosivo al paso de la camioneta en la que viajaba la señora de 70 años.

La víctima fue auxiliada por , el cual la atendió de inmediato y le salvaron la vida, junto con su hijo, quien padece de epilepsia.

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Ese hecho ocurre luego de la irrupción del CJNG a por lo menos 10 localidades rurales del municipio de Apatzingán, Michoacán, en donde se apoderó de las viviendas, negocios, ganado y vehículos de los pobladores.

La organización criminal minó los caminos de terracería y predios de esa zona de la Tierra Caliente, principalmente en las localidades de Las Anonas, La Limonera, Acatlán, Los Tules y La Salatera.

Actualmente, las comunidades son pueblos fantasma, pero el miércoles pasado, el Ejército Mexicano desplegó un operativo para frenar la ofensiva y recuperar esa parte de la entidad.

El convoy militar trasladó a esa zona de Michoacán a un equipo especializado para desactivar las minas y limpiar el terreno de explosivos.

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La historia

A mediados del mes de junio Anita Juárez Torres había salido con su hijo a ver unas vacas a un poblado cerca de su localidad.

En plática con EL UNIVERSAL comentó que de regreso a su casa en La Limonera pasaron un despliegue militar, sin saber que segundos después su vida iba a estar en peligro.

“Diario habíamos caminado por esa área, ahí nacimos. Tengo 70 años y nunca habíamos tenido problemas con nadie; entonces, al poquito caminar nos estalló la mina. Me despedazó la camioneta una mina, pero Dios no nos ocupaba a nosotros”, platica.

Reunida con otras víctimas de desplazamiento forzado, la señora de edad avanzada recuerda que a la hora que detonó la mina, sintió un impacto fuerte en sus oídos y todo su cuerpo se cimbró.

“Fue un terror. No supimos ni de dónde era, ni qué había pasado. Nomás nos hondearon la camioneta [las minas] hacia arriba y fue gracias a Dios que mi hijo iba despacio y chocó así en el paredón, arriba”, detalla Anita, que se estremece al revivir esos momentos.

Relata que, aunque aturdida, pudo ver a la distancia los gigantescos hoyos que dejó en la terracería el explosivo al detonar.

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“Fue bien feo, así me acuerdo, y fueron esas cosas [minas]. Nos desgarraron la camioneta”, sostiene la víctima en una escuela de la localidad de Acatlán.

Anita cuenta que la explosión y el impacto le reventaron los oídos y que además le provocaron lesiones en la espalda y el hombro, y no se le olvida que el convoy militar que estaba en la zona respondió de inmediato al llamado de auxilio que les hizo su hijo.

“Salieron los soldados y nos dieron apoyo, me prestaron auxilio porque se paraliza uno, oiga. Se paraliza uno con esos truenos tan feos. Por fortuna sobrevivimos, porque Dios no nos ocupó todavía con él, pero ya le digo, también gracias a que los soldados me auxiliaron y ayudaron a mi hijo, me sacaron del carro y anduvieron con nosotros.

“Me llevó un yerno hasta Uruapan para que me trataran lo del oído. No oigo, no escucho; escucho con uno y poquito, pero con el otro no oigo nada”, lamenta la mujer.

Anita Juárez relata que la ofensiva del CJNG y la irrupción a un par de comunidades inició a finales del mes de abril, pero que se extendió a otras y con mayor fuerza hace un mes.

“Yo por eso quisiera que los soldados hicieran un campamento en La Salatera, porque esa gente [del cártel] no nos deja pasar a los ranchos. Tenemos necesidad y bueno fuera que sólo no nos dejaran pasar, pero vienen, entran y se roban todas las cosas, las gentes malas, esas que vienen de gente armada”, platica.

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Anita expone que los ataques del Cártel Jalisco Nueva Generación hacen que cada jornada sea un día triste, porque no saben si saldrán vivos o si están fuera, si volverán a la casa o si sus hijos vuelven, “y eso es muy triste, oiga, saber si amanecemos o no amanecemos”.

“Ahí está con esto que nos pasó, ahí. Entonces, yo por eso quisiera y si se pudiera, que el gobierno auxilie a mucha gente y ponga un destacamento, cuando menos para que saquen a esa gente mala”, dice.

Anita sostiene que por eso tuvieron que abandonar todos los ranchos, los cuales hoy son pueblos fantasma y, en su caso, refugiarse en la localidad de Holanda, donde le dieron trabajo en el corte de limón.

“De ahí sacamos para pasar el día. Y sorda y luego con otro problema, que del mero golpe que causó el estallido de la mina, me duele mucho la espalda y no puedo hacer mucho movimiento, porque siento que se me revienta un nervio. Es un dolor tremendo.

“Entonces, eso es lo que deseo, que [los soldados] nos sigan salvando la vida y corran a esa gente mala, porque allá en el rancho tenemos las parcelas y unas vaquitas. No hemos sembrado ni una mata, porque esa gente no nos deja. Y claro que volvimos a nacer, porque los soldados dijeron que todo estaba minado y que necesitaban precaución para andar ellos desactivando todo. Más no le sé explicar cómo está eso, pero eso fue lo que nos reventó a nosotros la camioneta”, remata Anita.

Llega Ejército con equipo especial

Los habitantes de varios pueblos de esa zona de la Tierra Caliente michoacana, que han sido desplazados por esa organización criminal, se reunieron en la localidad de Acatlán.

Unas familias están refugiadas en casas de madera que les prestaron algunos habitantes, otras se quedan en las canchas de una escuela y otras familias pernoctan debajo de árboles.

El caluroso clima se mezcla con las pertinaces lluvias y fuertes vientos que han techado Acatlán, donde a cada momento se escuchan los estruendos de los rifles de asalto, de los drones con explosivos y de los impactos de las letales balas de Barrett calibre .50.

“Mi niña nada más escucha los tronidos y se espanta, se tapa los oídos y empieza a llorar, por eso fue que los saqué en friega del pueblo”, describe Juan de Dios, un joven de 25 años, que tuvo que sacar a su familia de La Salatera, pueblo tomado recientemente por asalto perpetrado por el CJNG.

El trabajador del campo huyó hace una semana junto con su esposa y su hija de dos años, a quienes por la emergencia las sacó del rancho en motocicleta.

“La Salatera ya es un pueblo fantasma. Ya no hay ni un alma”, sostiene Juan de Dios, quien revela que tuvo que estar varias horas debajo de un árbol para evitar ser detectado por los drones cargados de explosivos que hacen estallar los criminales.

El joven platica que es casi imposible regresar a su localidad ya que todos los caminos y predios están llenos de mina.

“Está minado el terreno y cuando se arrima uno nomás se oyen las explosiones muy fuertes al lado de los cerros, al pie de las casas, en las carreteras”, narra.

Como resultado, Juan de Dios tuvo que refugiarse en Acatlán de donde se traslada en ocasiones a la cabecera municipal de Apatzingán para trabajar un par de días a la semana, pues debe mantener a su familia.

“Cuando recién nos salimos, vivíamos debajo de un árbol y ya nos hicieron el favor de prestarnos una casita en lo que se arreglan las cosas y podemos regresar” a nuestra localidad, platica.

Como Anita, Juan de Dios y otras víctimas de desplazamiento, están ansiosos en espera de que llegue la ayuda del Ejército Mexicano, que se acerca cada vez más.

Por los sinuosos caminos, se observa el nutrido convoy militar, lleva elementos operativos y algunos especializados en detectar y desactivar minas antipersonales.

También trasladan una máquina poco vista que el Ejército utilizará para limpiar de explosivos los caminos y el terreno sembrado de las letales minas.

Los militares son cautos en su despliegue y la población le aplaude al paso de sus localidades, pues tienen la esperanza de que por fin acaben con el flagelo criminal y piden que les dejen instalada una base permanente.

“Ahí van los soldados. Ay, Dios, muchas gracias. Esperemos que ya saquen a la gente mala y quiten todas las bombas”, reitera Inés, una comerciante de la zona.

La labor de detección de minas está programada para iniciar este fin de semana, lo que les permitirá avanzar hacia las poblaciones de las que se ha apoderado el CJNG.

“Qué bueno que han escuchado a esa pobre gente que viene con niños, viejitos y personas enfermas, a refugiarse. Ojalá se queden los soldados y ayuden a todas esas víctimas”, expresa Inés.

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