Golpes que la llevaron al hospital, agresiones sexuales, verbales y sicológicas, todas las ha vivido en carne propia por la sencilla razón de ser , pero desde hace unos años decidió poner un alto y empoderarse.

Cambió su estilo de vida y decidió hacer valer sus derechos que la han llevado a conformar una asociación con la que ha apoyado a 80 personas como ella.

Se trata de Fernanda Delgado de la Rosa, de 32 años, presidenta de la asociación civil TRANSformando Vidas Zacatecas, quien asegura que la transfobia siempre ha existido, pero ahora se ha visibilizado con algunos casos que han obligado a las autoridades a que actúen desde los discursos de odio por ser la antesala de los crímenes de esta índole.

“Quienes cometen crímenes de odio son personas o grupos que se creen que tienen el derecho de corregirnos, atacando, denigrando, acuchillando o matando a las personas que se asumen de otro género y nos condenan por ser diferentes a lo que marcan sus normas o dogmas”, dice.

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Si bien Zacatecas no figura dentro de los estados con altos índices de asesinatos contra la comunidad trans y LGBTTTIQ +, resalta, desde 2016 a la fecha en la entidad se han cometido 11 crímenes de odio, cuyos casos no se han resuelto ni tampoco la autoridad ha querido tipificarlos por este delito, y prefieren calificarlos como “crímenes pasionales, robo a mano armada o simplemente homicidios”.


Transición

Delgado de la Rosa recuerda que su orientación sexual como mujer la tiene marcada desde pequeña. Cuando estaba en el kínder quería traer uniforme de niña, luego en la primaria y secundaria confirmó que le gustaban los niños, pero en esas etapas de su educación sufrió bullying y agresiones físicas, tanto de alumnos como de docentes que la señalaban como “el inadaptado” o “el rarito”.

Cuando era adolescente se animó a decirle a su mamá que era gay, quien respaldó su decisión, aunque se lo ocultó a su papá por temor a que lo rechazara y no alcanzó a confesárselo, porque al poco tiempo su padre fue víctima de desaparición .

Su determinación de transitar a ser mujer ocurrió después de los 16 años, cuando tuvo a su primera pareja, un bailarín de un antro gay, quien como regalo de cumpleaños le permitió entrar a verlo en su show y ahí descubrió que quería dedicarse al travestismo.

Al vestirse de mujer se sintió completa y comenzó con la transición. Desde los 17 años tomó hormonas, pero para no exponer su salud, a los 21 años fue supervisada por un endocrinólogo.

Lo que no imaginó fue que con el cambio de género iniciaría su calvario. Primero fue rechazada en los trabajos por ser una mujer trans y ante la falta de dinero, recuerda, se orilló a practicar la prostitución. Eso la llevó a ser aún más violentada, ya que una vez que caminaba por la calle con otra mujer trans, unos sujetos se bajaron de un carro y le dieron puñetazos en la cara.

En otra ocasión, cuando tenía 20 años, un hombre con una navaja la obligó a subirse a un taxi, pero al intentar huir y bajarse, cayó al piso y fue arrastrada hasta quedar inconsciente.

Cuando despertó estaba en la policía preventiva, porque sus agresores la acusaron de que ella los había robado, quizá para exculparse de la agresión: “Era 2012, las personas trans no teníamos derechos humanos, no éramos inocentes, siempre éramos culpables”.

Luego de esa experiencia y porque tenía poco que su papá había desaparecido, se fue a vivir a Puerto Vallarta , donde confirmó que la transfobia existía en todas partes. Ahí, unos sujetos la agredieron a ella y otras mujeres trans; las llevaron a un cerro, donde fueron violadas y agredidas físicamente.

Regresó a Zacatecas , pero con una visión de cambiar su forma de vida. Al ver que cada vez era más femenina por la hormonización, decidió dejar el show, cambiar sus vestimentas “despampanantes” por ropa más sobria y ejecutiva, y se adentró en los derechos humanos.

Así comenzó a obtener trabajos formales como ejecutiva de ventas y de marketing en varias empresas, incluso en la pasada administración logró desempeñar un cargo en el ayuntamiento capitalino.

Aun con su nuevo estilo de vida, algunas personas la han tratado de violentar; “la diferencia ahora es que soy activista y defensora de los derechos humanos y no permito vejaciones”.

Al conocer historias de agresiones a personas trans decidió conformar la asociación, donde ha podido apoyar 80 personas. De ese total, se han asesorado a 48 para que obtengan su cambio legal de i dentidad de género .

Ahí también otorgan apoyo sicológico, porque hay casos terribles de trans que sufren cuadros depresivos por ser rechazados o agredidos desde sus núcleos familiares.

Relata que conoció a una mujer trans que vivía en una comunidad y era constantemente amarrada a un árbol por su papá, ya que él no aceptaba su cambio a mujer: “La amarraba por días, ahí la dejaba y le llevaba comida y agua como si fuera un perro, sufría mucho”.

No detectó a tiempo que ella estaba muy mal y un día se suicidó en un árbol.

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