Mexicali.— Daniel y Gregorio cuentan que en esta pandemia, algunas parejas homosexuales sufren cuando uno de ellos muere por Covid, pues no pueden reclamar el cuerpo ante la dificultad para que en la se entidad reconozca su unión; ellos están tranquilos, pero esa paz llegó luego de recorrer medio país para celebrar su boda.
Se casaron en un momento en que los candados del matrimonio igualitario apenas comenzaban a abrirse. Su historia inició en el 2009, cuando se conocieron por internet. Aunque Daniel, ahora de 45 años, no auguraba un futuro exitoso con Gregorio, de 51, después de conocerse por meses, tuvieron la idea de casarse.
“Desde que estaba en la universidad, ya andaba con el vestido de blanco”, comenta Daniel, quien añade que ese fue siempre su sueño, pero no era la meta de Gregorio; sin embargo, se lo propuso y aceptó.
Para idear la boda, su primera opción fue meter un amparo en Baja California para que aceptaran su matrimonio, también se les ocurrió hacerlo en Estados Unidos si sus cerrojos se abrían antes que en México, pero todo cambió cuando la capital del país lo aprobó.
Aunque querían esperar para saber qué tanta certeza jurídica tendría el matrimonio y para ahorrar dinero, todo se adelantó cuando Gregorio comenzó con dolores en la espalda que no tenían razón aparente; además, no contaba con seguridad social.
Por ello, en noviembre de 2011, Gregorio consiguió un vuelo para la capital del país en el Buen Fin. Buscó juzgado por juzgado a quien que quisiera casarlos y lo consiguió en Iztapalapa.
Fue una juez la que accedió, pero lo hizo bajo sus términos. No los casaría en un juzgado, sino a domicilio y en la fecha que ella dijera: 17 de diciembre. Gregorio regresó por Daniel a Baja California para el gran día, le dijeron a sus familias que viajaban a la capital porque iban de paseo.
La boda no inició hasta que la jueza llegó, muchas horas después de lo que había acordado. Todo pasó en una casa en la que les prometieron que habría muchos invitados, pero Daniel y Gregorio se casaron sólo ante los ojos de sus dos testigos.
Con algunas lunas de miel en la capital, regresaron a Baja California con el acta de matrimonio en la mano; sin embargo, el papel no les significó felicidad inmediata pues se vieron obligados a interponer un amparo para poder compartir seguridad social.
Fueron más de tres años de apelaciones, de gastos, e incluso de engaños pues señalan que en una ocasión llegó un notificador hasta la puerta de su casa y los quiso hacer firmar un documento en el que supuestamente decía que habían ganado, pero no, era todo lo contrario. Su abogado se enteró y avanzaron para ganar en 2016.
A pesar de todos los problemas que han enfrentado, su recomendación a todas las parejas de la diversidad sexual es que intenten casarse aunque señalan que en su entidad, el matrimonio igualitario aún no es del todo legal.
Lo anterior porque la legislación del estado todavía no ha sido modificada para validarlo. La iniciativa ha pasado varias veces en comisiones, pero en el pleno no ha logrado la mayoría calificada, que es de 17 de 25 votos posibles.
Refieren que las parejas ya no necesitan un amparo en la entidad para celebrar su matrimonio, pero el tema sigue sin sustento legal. Dicen conocer personas que lo han logrado en Tijuana, donde son más accesibles, pero no en Mexicali.
Aunque ven cada día más lejana la opción de una boda para celebrar sus diez años juntos, añaden que el haberse casado les ha significado un beneficio. Esto no sólo porque les da seguridad en su amor, sino que también es un respaldo legal y hasta económico porque Gregorio continúa con su padecimiento, pero ya no hay incertidumbre en su mente.
Asimismo, su matrimonio significó romper estigmas. Señalan que se cree que una relación entre personas de la diversidad sexual no es seria porque no se puede formalizar; así que su boda es una prueba de que su amor es tan real como el de cualquier otra pareja enamorada.