Con la garantía de ejercer su derecho, las mujeres no sólo reclamaron su lugar en las urnas, también en los cargos públicos de México, pues desde 1954 las diputaciones federales comenzaron a tener presencia femenina.
De 162 curules, en 1954, 99.4% fue para los hombres, y es que con la incursión de la primera diputada federal, Aurora Jiménez de Palacios, por Baja California, ese porcentaje sólo ha disminuido, de acuerdo con el Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género (CEAMEG).
Para 1955, en las primeras elecciones federales y en las que hubo electoras, el porcentaje de diputaciones para hombres era de 97.5%, pues de 160 lugares, cuatro fueron para diputadas.
Todas ellas eran emanadas del PRI, partido hegemónico en el país. Una fuerza política que se contradijo en la época: primero celebró el sufragio femenino y después lo cuestionó porque las electoras elegían otras propuestas, como las del PAN, según las notas de este diario sobre aquellas elecciones.
El cambio histórico comenzó sin posibilidad de retorno gracias a las diputadas elegidas: Marcelina Galindo Arce, por Chiapas; Remedios Albertina Ezeta, por el Estado de México; Margarita García Flores, por Nuevo León, y María Guadalupe Urzúa Flores, por Jalisco.