Pachuca.— Han pasado cuatro años y el recuerdo todavía estremece a Leslie, se define como una mujer fuerte pero se quiebra por momentos. En 2015 fue víctima de un ataque de odio, que se materializó en el ácido le que fue lanzado sobre su rostro y cuerpo.
Los detalles —de momento— prefiere sólo compartirlos a las autoridades, pero quiere que se conozca su historia, porque a más de mil 460 días de la embestida, sus agresores siguen libres, a pesar de que han sido identificados.
Recuerda que un día al salir del trabajo vio a un hombre caminar hacia ella, algo la alertó, no sabe qué, si su mirada o su andar. Apuró el paso y subió a su coche e inmediatamente puso los seguros, en ese instante el hombre le pidió bajar el vidrio de la ventanilla; al pensar que era un asalto, ella arrancó y huyó del lugar.
El incidente ocurrió en Pachuca; Leslie y una amiga concluyeron que se trató de un intento de asalto. Dos días después, el mismo hombre la topó de frente y tras darle un “mensaje” le arrojó ácido al rostro.
“No puedo explicar con palabras lo que sentí, sólo recuerdo ardor, dolor, que la piel se me carcomía”, señala, y añade que a partir de ahí no supo qué pasó, sólo que después estaba sentada en la calle en una acera hecha bolita, “estaba abrazada como si me quisiera proteger, pero entonces me levanté y corrí gritando por ayuda”.
En un puesto de comida rápida le permitieron lavarse la cara y una persona la llevó a una clínica para su atención médica, donde permaneció internada cuatro días.
La primera vez que Leslie se vio al espejo, después del ataque, “no creía que fuera yo”, dice, y asegura que no lo soportó, no aceptaba que la mujer con manchas cafés y cicatrices fuera ella.
Al salir del hospital retiró cada uno de los espejos de su casa, no fue capaz de volverse a mirar hasta después de varios meses.
Entiende que un ataque de este tipo no busca la muerte de la víctima, sino arruinarle la vida y sobre todo su apariencia.
Pasaron decenas de tratamientos y cirugías para que algunas marcas desaparecieran de su rostro. La suerte estuvo de su lado y algunos médicos señalan que lavarse la cara le ayudó a que no le quedara más lastimada, sin saberlo logró evitar quemaduras mayores, aunque hubo médicos que le dijeron que hay ácidos que se activan con el agua, en su caso no ocurrió así.
Pero no sólo tuvo atención de médicos, cirujanos plásticos y cientos de tratamientos, desde cremas hasta injertos, había que curar también las heridas internas, por ello también tuvo que tomar terapia. “Sabes, a veces las heridas duelen más las de adentro que las de afuera”. Por momentos Leslie llora al recordar el odio de su ataque.
En su caso no fue un hombre, fue una mujer quien decidió su destino, y por unas monedas un sujeto desconocido cometió lo que ella llama “un crimen de odio”.
La vida le cambió, los primeros años de su ataque evitaba salir de su casa para no contestar las preguntas incómodas de lo que había sucedido; para quien le hiciera un comentario de su aspecto había pensado la respuesta ideal que hasta ella la llegó a creer: un accidente de auto, yo sabía en el fondo que no era cierto, pero repetirlo me ayudó a sobrevivir, la verdad era demasiado dolorosa y no la podía aceptar.
El día de su ataque calzaba unas zapatillas pero no ha vuelto a usar tacones, no deja de pensar que si hubiera corrido, si hubiera llevado zapatos de piso o unos tenis hubiera tenido más oportunidad. Tal vez por eso, si se repitiera, los zapatillas han quedado en el olvido.
Hoy, Leslie retomó su trabajo y reconstruye su vida. Conoce los motivos de su ataque y eso dice que le hace más daño, porque fueron celos, envidia, odio puro y maldad.
Sus agresores tanto intelectuales como materiales siguen en la calle, pero ella busca justicia.
Se mantiene una denuncia y un proceso en la Procuraduría de Justicia, esto no ha concluido, dice, alguien tiene que pagar por haberle robado la vida y las autoridades están obligadas hacerle justicia.
En el futuro Leslie espera hacer lo que no se ha atrevido hasta ahora, casarse y tener hijos. “Sé de la maldad de la gente y temo que si hubiera tenido hijos, ellos también hubieran sido agredidos”.
Pero a los 33 años la vida le ha vuelto a sonreír, Leslie ya no es la misma, es cierto, pero también sabe que fue y regresó de donde muy pocos son capaces de hacerlo.
En México no hay cifras oficiales de los ataques con ácido. Esta semana el Congreso de la CDMX legisló que los ataques con ácido se castigarán con 12 años de cárcel.