Piedras Negras.— Un grupo de 14 , incluidos siete menores, caminan por las aguas del río Bravo para ingresar a Estados Unidos; quieren entregarse a las autoridades. Dos hombres y dos mujeres cargan niños a sus espaldas. Las mujeres se mueven lento, un niño arrecia la marcha.

Detrás de ellos quedaron las boyas naranja que el gobernador republicano de Texas, Greg Abbott, colocó en el río que divide a ambos países.

Las boyas están en la frontera de Eagle Pass y Piedras Negras. Han atraído la atención por dos puntos: su colocación en lo que, parece, es ya territorio mexicano y, por consecuencia, sería una violación a la soberanía nacional, según ha reclamado el gobierno mexicano. El segundo tema es la muerte de un joven hondureño. Aunque no se ha confirmado que el migrante haya quedado atrapado en las boyas, su cuerpo fue encontrado en el área de este muro flotante.

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Las boyas son faramalla mediática de 308 metros, 0.06% de la extensión territorial de la frontera entre Texas y Coahuila; es también apenas 0.38% del muro metálico que se construyó en la frontera coahuilense en los tiempos del presidente Donald Trump.

Cualquier migrante adulto fácilmente rodea la barrera flotante para seguir su cruce. Eso sí, después de ello se enfrentará con más muros: una malla metálica de púas, como si fuera campo de concentración, colocada recientemente a la orilla del río. Enseguida, y dependiendo de la zona, hay contenedores o una malla ciclónica... o las dos. Después estarán las enormes vallas, el muro que levantó Trump en esta zona.

“Por aquí no crucen, sigan caminando”, se alcanza a escuchar que les dice una oficial de la Patrulla Fronteriza a los migrantes que intentan entregarse.

El grupo se separa y un menor se adelanta. Camina en el agua y después comienza a escalar los márgenes del río, desgajados como un cerro, a causa de los alambres.

El menor llega a otro puesto. A lo lejos se ve que los oficiales de la Patrulla Fronteriza se colocan guantes. Uno le dice al niño que suba, lo ayuda a saltar los alambres y el menor se echa al suelo.

El grupo sigue caminando. Desde tierra, una oficial estadounidense sigue a los migrantes que caminan por el agua, que les llega a la cintura. Se dirigen hasta el otro puesto donde comienzan a subir todos. Uno entrega al niño que lleva a los hombros, otro se atora en los alambres de púas y necesita ayuda.

Todos los 14 migrantes del grupo se entregan.

Buscan formas para llegar

La hermana Isabel Turcios, encargada del albergue Frontera Digna, el principal refugio para migrantes en Piedras Negras, asegura que ni la alambrada que se colocó hace unos meses ni ahora las boyas han detenido la migración.

“La gente busca formas y siguen pasando”, cuenta la religiosa que atiende a 200 migrantes, principalmente venezolanos, pero también centroamericanos, cubanos o africanos. Reconoce que en un inicio las boyas alarmaron a los defensores de derechos humanos, pero nunca a los migrantes.

“Cualquier trampa que le coloquen, igualito la gente va a pasar”, dice Jairo, un migrante venezolano de 48 años, a las afueras del albergue Frontera Digna. Cuenta que es electricista de oficio y lleva nueve meses en México. Cruzó tres veces para entregarse a las autoridades, y las tres veces lo han regresado en avión a Villahermosa, Tabasco. Ahora espera que le den cita las autoridades.

Largas esperas

El principal problema que enfrentan los migrantes, sobre todo quienes buscan pedir asilo, son las tardadas respuestas de las autoridades estadounidenses para darles una cita de entrevista.

Javier Montiel, migrante venezolano de 33 años, lleva un mes esperando por la cita en Piedras Negras, y cuatro meses desde que salió de su país. Dice que salió huyendo de la precariedad, la violencia y los cobros de piso a los negocios.

Los migrantes tienen que solicitar la cita para entrevista a través de la aplicación de CBP One y esperar que les llegue una notificación.

Pero hay ocasiones en que en toda una semana apenas y pasa una persona, cuando el flujo en esta frontera es de hasta 60 migrantes que se bajan del tren cada día.

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“La gente entra en ansiedad, desesperación. De por sí vienen meses viajando; viven robos, golpes, secuestros y violaciones. Cuando llegan aquí sienten que ya llegaron y lo que más quieren es cruzar el río”, relata Isabel Turcios.

Por eso hay migrantes que deciden entregarse, como el grupo de 14 que cruzó el río. Otros más optan por moverse de frontera.

Algunos otros han decidido trabajar en Coahuila. Reconoce que ganas no le faltan para cruzar, pero le teme al río y a la deportación.

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