Monterrey.— La inocencia de Angie Sanabria Castillo le permite creer que todo lo que vivió para llegar de Venezuela a Monterrey, México, es sólo una experiencia de vida que puede platicar con la capacidad de sonreír, y el entusiasmo por la llegada de la Navidad, en la que por fin podrá pedir una casa de muñecas.
A sus nueve años y acompañada de sus padres y hermano menor, cruzó la selva El Darién, en los límites de Panamá y Colombia; además, enfrentó abuso y violencia junto a sus padres en Guatemala y México.
Pasaron cuatro meses de subir y bajar del tren en Chiapas y en Ciudad de México para poder llegar a Monterrey, donde ella y su familia fueron recibidos en Casa Monarca Ayuda Humanitaria al Migrante A.B.P., ubicada en Santa Catarina, Nuevo León.
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“Pasamos la frontera con Guatemala y Tapachula, ya aquí en México, pasamos Tuxtla, San Pedro y luego Ciudad de México, donde nos quedamos un mes hasta que mi papá se quedó sin trabajo.
“Después me subí al tren porque veníamos muchos, eran todos hombres y me ayudaron a subirme y a bajarme, después tomamos un InDriver y llegamos a Monterrey”, relata la menor.
El sueño: una casa de muñecas
De momento, Angie sólo tiene la ilusión de tener una casa de muñecas. Finalmente está en un lugar seguro con su familia en Casa Monarca Ayuda Humanitaria al Migrante, en la capital de Nuevo León.
“Me siento muy bien porque todavía tengo a mi familia cerca de mí. En Navidad nos vamos a quedar aquí, pasando el tiempo con los niños. A Santa Claus le pedí una casa de Barbie y me gustaría cenar una hamburguesa.
“La pasaremos también con el sacerdote, él se merece mucho porque me dio un techo donde dormir y me da los tres platos de comida”, relata Angie, con una sonrisa de esperanza.
El lamento de sus padres
Leonardo Montiel de 33 años, es el padre de Angie. Agradece que su pequeña hija se encuentre feliz, protegida y pueda disfrutar de una cena navideña; sin embargo, le aterra la idea de que cuando su hija crezca enfrente las secuelas emocionales y sicológicas por su travesía migrante en busca de un mejor futuro.
“Este proceso le va a dejar cicatrices en la mente, quiera o no quiera. Esto va a afectar a corto o largo plazo, esto va a dejar secuelas y cicatrices que por más que uno quiera no las va a borrar”, lamenta Leo
Dice que esperará hasta enero para volver a intentar cruzar hacia Estados Unidos; mientras, pasará las fiestas decembrinas en Monterrey, ciudad con la que se siente agradecido.
“Hemos visto esa luz en medio de la oscuridad, personas que ayudan sin esperar nada a cambio. Probablemente no vuelva a encontrar a estas personas en la vida. A excepción de el resto del país, aquí en Monterrey hemos recibido mucha receptividad”, señala.
Su esposa, Angélica Castillo, de 31 años, es quien carga la nostalgia de pasar la primera Navidad fuera de su país. “Tenemos un poco de nostalgia porque estamos muy lejos de nuestras familias, de nuestra cultura, de nuestro país, y no es nada fácil lidiar con la situación, es muy fuerte”.
“Tenemos que darle gracias a Dios porque tenemos vida y salud, tenemos comida, nos sentimos seguros y me importa más la felicidad de mis hijos”, expresa.
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El voluntariado y la cena migrante
El padre Luis Eduardo Zavala es quien, ante el flujo migratorio en la frontera norte, inauguró la Casa Monarca Ayuda Humanitaria al Migrante A.B.P., con el fin de brindar atención médica, alimento, estadía y educación a los migrantes que llegan a la entidad.
En época decembrina, el trabajo del voluntariado incrementa con la preparación de la Nochebuena, Navidad y el festejo de Año Nuevo para los migrantes.
“Los migrantes te enseñan mucho de su resiliencia, te enseñan mucho de su fe y su esperanza, de la lucha para un futuro prometedor, por una vida mejor para sus hijos, todo lo que arriesgan por ellos”, señala el sacerdote.
Sobre los regalos para las niñas y los niños migrantes, explica que sus cartitas son recolectadas por voluntarios que buscan cumplirlas, para que tengas una Navidad feliz.
Zavala dijo estar consciente de que, pasando Navidad, cuando inicie el nuevo año, la mayoría de ellos volverán a intentar el viaje a Estados Unidos, por lo que parte del objetivo es que, al menos, se vayan con un buen recuerdo de Monterrey.
Después de la cena, el viaje continúa
Aunque Monterrey ha representado un refugio para muchos migrantes, para muchos significa la última parada en México, antes de cruzar a Estados Unidos.
Uno de esos casos es el de Eréndira Mariela Castellanos Mérida, de 38 años, originaria de Guatemala y quien forma parte de la comunidad de Casa Monarca.
Eréndira dice sentirse agradecida con Nuevo León; sin embargo, espera el arranque de 2025 para retomar su viaje hacia Estados Unidos.
“Meteré mis papeles porque yo ya no regreso a Guatemala, lo voy a volver a intentar y si Dios no quiere ya buscaré qué hacer, pero yo no me regreso a mi país”.
Monterrey fue el lugar en que menos recibí discriminación por ser extranjera y me tratan muy bien. No estamos al 100%, pero sí estamos agradecidos porque tenemos donde dormir y aquí es muy seguro”, compartió Eréndira.
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