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Acapulco.- En febrero de 2024, Cándido Trinidad de la Cruz volvió a vender aguas frescas en el centro de Acapulco. Ese día, sus clientes hicieron una larga fila para comprarle, pero, sobre todo, para mostrarle su solidaridad. Como iban pasando, le compran agua y le dan un abrazo, le dejan claro que ahí estaban para apoyarlo.
Llevaba cuatro meses sin ir a vender, no podía, tenía una cortada en el pie derecho que se estaba tratando. La cortada se la hizo la noche del 24 de octubre del 2023, cuando la corriente de agua se llevó su casa, con todo y su familia.
Ese día, recuerda, se sintió muy bien pero, sobre todo, sorprendido. Nunca esperó que sus clientes, los que veía todos los días sólo en el momento que les vendía aguas frescas, estuvieran atentos a lo que sucedió con su familia. Cándido, en medio de la desgracia, del dolor, de la desesperación por no poder ver más a su esposa, a su hijo y a su hija, halló la solidaridad.
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“Son clientes de mucho tiempo, antes eran mis clientes nada más, pero ahorita para mí ya no, son otra cosa y son personas que tienen otro nivel, otro vínculo. Vinieron algunos a verme a la casa, a preguntar cómo seguía, son cosas importantes en la vida que uno valora mucho y más cuando te suceden cosas así”, dice Cándido.
Eran las 22:00 horas del martes 24 de octubre del 2023. En la casa de Cándido todos estaban despiertos, terminaban de cenar carne de puerco en salsa de jitomate con arroz blanco. Los alimentos los preparó Yanet Ortega González, su esposa. La plática, inevitablemente, fue la entrada del huracán “Otis” al puerto. Lo que habían visto en redes sociales es que entraría hasta las 04:00 o 06:00 de la mañana.
A las 12:00 de la noche comenzó el viento. El hombre recuerda que era un viento como el de cualquier otro huracán. Nadie se alarmó. Se metieron a la recamara principal. Ahí estaban Yaneth, de 37 años; su hija, Camila de Jesús Trinidad Ortega, de 13; su hijo, Ángel Martín Trinidad Ortega, de 16; su nuera, Areli Testa Sánchez, de 16 años, y Estefanía Orozco Báez, amiga de Yanet, de 25 años.
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A las 12:20 la lluvia se intensificó y el agua comenzó a meterse en la casa. Entonces Cándido salió de la recámara buscando que su hogar no se inundara. Su esposa le sugirió no hacerlo, pues el agua se iba a meter de cualquier modo. Él insistió, salió y con una cubeta comenzó a sacar el agua.
“Apenas unos dos o tres botes había sacado cuando el agua me levantó, ya no toqué el piso, me levantó. Sentí que allí voy, me arrastró el agua con piedras. Yo estaba dentro del agua, pero estaba consciente, sentí el golpe de una piedra en mi pie. Yo traté de agarrarme de algo en desesperación y sí me agarré, no sé de qué, si fue una rama, un tronco, no sé. Salí como a tres metros como pude. Yo pensé que me había arrastrado sólo a mí, salí pensando en ir directo por mi familia y ver cómo estaban”, relata Cándido.
Dice que intentó correr hacia su casa, pero no pudo, la herida del pie se lo impidió, también la oscuridad y la corriente de agua que bajaba desde el cerro.
Una hora después, la corriente bajó y pudo cruzar, pero no halló nada, ni la casa ni a su familia.
“Lo de esa noche fue devastador para mí. Me mató en vida. Esa noche me arrebató a toda mi familia en segundos. Es algo que no se puede creer”, lamenta.
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A un año, Cándido está en una lucha constante consigo mismo: busca la calma que perdió esa noche de octubre, la resignación de saber que no podrá ver más a su familia y los constantes recuerdos. También lucha con mantenerse firme, no caer en la depresión, en el alcoholismo o las drogas.
No ha sido fácil, el golpe de la noche del 24 de octubre fue doble, dice. Primero la corriente se llevó a su familia y luego la tierra o el mar se la tragó. No saber dónde están, no poderles dar una sepultura digna carcome a Cándido.
“Fue un doble fregadazo: perderlos y no saber nada de ellos, no hay cómo saber aunque sea doloroso, porque a lo mejor los iba a ver a de una manera que no quiero, pero yo creo que también hubiera bueno tener dónde están para ir a verlos, así no tengo nada, aunque hubiera sido algo de doble filo, porque si los hubiera visto de una manera que no me hubiera gustado, pues también me iba a afectar más, pero bueno, están con Dios y eso vale mucho, tengo que dejárselo en la mano de él”, dice.
A la familia de Cándido desde hace 10 meses nadie la busca. El 14 de diciembre, a 52 días de esa noche, llegó a la casa de Cándido la entonces fiscal General del Estado, la teniente coronel del Ejército, Sandra Luz Salmerón Valdovinos. Fue a decirle que la dependencia daba por terminada la búsqueda por la vía terrestre y que ahora pediría el apoyo a la Marina.
Esa vez firmó un documento donde aceptaba la finalización de la búsqueda por parte de la FGE y que ahora sería por mar y por parte de la Marina.
“De la Marina nunca he visto que se acerque, que me comente algo, nada, tampoco la fiscalía que me pase datos a algo que supieron, yo digo que ahí se terminó el tiempo de investigación, para mí ya se terminó desde que firmé esa hoja, ya no hubo más”.
A Cándido ninguna autoridad le ha confirmado la muerte de su esposa, su hija y la de su hijo. Nadie le ha entregado una acta de defunción. Están desaparecidos, aunque él es consciente de que las posibilidades de que estén vivos son mínimas.
“Lo voy asimilando poco a poco, este año es fundamental en cuestión de que ya lo procese por este año, en los siguiente me imagino que me voy a hacer a la idea de que ellos ya están en el cielo, yo le dije a Dios: te dejo todo en tus manos”.
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Para que Cándido regresara a vender sus aguas frescas no fue fácil. Es más no es fácil. En los primeros meses comía y dormía muy poco. Las noches eran las más difíciles, porque justo era el momento del día donde todos se reunían. El recuerdo de su familia lo consumía. Esto tuvo efectos, en tres ocasiones se desmayó.
“Me llegaba la nostalgia, sentía que me hacían falta y nada más comida dos tortilla, una tortilla y no soy de una tortilla ni dos tortilla. Mi cuerpo resintió y de repente empezaba a sentir mal”, cuenta.
Cándido tuvo que ir al médico, le hicieron estudios, análisis: todo estaba bien, era la angustia, el estrés por la ausencia de su familia. Ahora, dice, está comiendo mejor y el trabajo le mantiene ocupado, sin embargo las crisis llegan, en particular cuando se vienen los cumpleaños de sus hijos y su esposa.
“Me vienen duros a veces los golpes, pero tomó aire y me levanto, pienso en que ellos nunca me querían ver mal”.
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