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Coyuca de Benítez.— Edilberto Loeza Aguirre y su familia sobrevivieron a por lo menos tres embates de los vientos del huracán Otis y de la corriente de agua del arroyo que atravesó su pueblo, Ejido Viejo, en Coyuca de Benítez, en la Costa Grande de Guerrero.
La noche del 24 de octubre, Edilberto, su esposa, Albina Castro, tres de sus hijos, un yerno y sus siete nietos estaban en su casa. Habían escuchado en la televisión y visto en las redes sociales que a las 04:00 de la mañana tocaría tierra el huracán categoría cinco.
De lo que no se enteraron es que sería devastador.
Otis se adelantó cuatro horas, a las 12:00 de la mañana comenzó a tocar tierra en Acapulco.
Las siguientes tres horas marcarían para siempre a la familia Loeza Castro. Los efectos comenzaron a sentirse: ráfagas de viento retumbaban en las paredes, las palmeras se mecían casi hasta el suelo y se llevaban todo lo que se les cruzaba.
En los primeros minutos, de la casa de Edilberto se volaron las láminas de aluminio que tenía como techo. “Se escuchaba un estruendo muy fuerte, el viento golpeaba las casas con mucha fuerza”, recuerda. Edilberto y su familia decidieron quedarse.
Una hora después, junto con el viento, se comenzó a escuchar otro sonido: la corriente de agua que arrastraba de todo, piedras, árboles y carros. Nadie se esperó que por Ejido Viejo atravesara el arroyo que hasta antes de Otis pasaba por la orilla del pueblo.
El agua se metió a su casa, cada vez subía el nivel hasta que les llegó a la cintura. Entonces, Edilberto y su familia decidieron salir. Corrieron a la casa de su hijo mayor, que está en la parte trasera. Todos agarrados cruzaron hasta llegar.
Habían pasado unas dos horas, los vientos redujeron su potencia, pero la corriente del agua no.
Fue tan fuerte que entró a la casa de su hijo, pese a que tenía casi un metro de altura en relación de la calle. Pasó lo mismo: la corriente se metió.
Subieron a sus nietos a los muebles, incluso hasta el techo. Desde ahí vieron pasar rocas, troncos, árboles completos, carros y postes de energía eléctrica.
El nivel del agua subió hasta que les llegó al pecho. De nuevo buscaron escapar. Por la parte de atrás de la casa encontraron una salida, al final llegaron a la casa de una vecina, como pudieron se subieron a la azotea y ahí esperaron a que amaneciera y a que la corriente disminuyera.
“No sé cómo lo logramos, pero esto que vivimos es lo más gacho, lo más gacho que hemos vivido”, asegura Edilberto.
Ejido Viejo es un poblado ubicado en los límites entre Acapulco y Coyuca de Benítez. A una semana del paso del huracán Otis, los pobladores no terminan de hacer los trabajos de limpieza.
Los vientos y la corriente del arroyo que surge en el cerro casi entierran a Ejido Viejo. No hay ninguna calle que no esté bajo un medio metro de tierra. Todas las casas fueron invadidas por el lodo. La mayoría de las familias lo perdieron todo: muebles, aparatos electrodomésticos, ropa, dinero y sus casas están destruidas. Otros se quedaron sin sus negocios.
Edilberto dice que desde que amaneció ese 25 de octubre no para de limpiar. “Ya me siento cansado, esto parece que no tiene fin, por más que uno trabaje no se termina”, dice. Y si es cierto, en su casa hay montones de tierra, pero dentro el lodo continúa.
A Ejido Viejo va llegando ayuda humanitaria para sobrellevar la situación, pero para desenterrarlo falta mucho.