Ciudad Juárez.— A unas horas de que Estados Unidos ponga fin al Título 42, cientos de migrantes llegaban ayer a la frontera norte de México, principalmente a Tijuana, Baja California, y a Ciudad Juárez, Chihuahua.
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Todos tenían la esperanza de cruzar a la Unión Americana y entregarse a las autoridades migratorias para solicitar asilo.
Uno de ellos es Daniel, de 23 años y originario de Venezuela, quien llegó a Ciudad Juárez en las primeras horas de ayer después de viajar cinco días a bordo del tren conocido como La Bestia.
Entre lágrimas explica a EL UNIVERSAL que la única razón por la que aguantó el duro viaje en el tren fue porque un amigo le contó que días atrás se entregó a las autoridades migratorias en la puerta 40 del muro fronterizo, logró el asilo político y ayer ya estaba en Denver, Colorado.
“Yo estoy con toda la esperanza, con la fe de entregarme, porque ese amigo mío (...) ya está allá, me mandó una foto y se entregó hace cuatro días, ya está en Denver”, relató con la mirada fija en el muro.
Continuó su marcha cargando una mochila con sus pertenencias; su única parada fue en una tienda de conveniencia, donde compró agua y hielo, antes de dirigirse a la puerta 40.
En contraste, Julio, de 36 años y también venezolano, ayer estaba a unos cuantos pasos de la puerta 40 y dudaba si debía o no cruzar y entregarse. La incertidumbre de ser deportado bajo el Título 8 —que implica tener un expediente criminal— o alguna otra sanción por cruzar de manera ilegal era lo que lo detenía en la línea fronteriza.
“Sabemos que la Patrulla Fronteriza te quita los teléfonos, te incomunica y muchos dicen que ya están allá [en Estados Unidos], pero a otros los van a regresar. Nadie sabe qué va a pasar”, expresó Julio, quien lleva ya seis meses en Ciudad Juárez y ayer no podía decidir su siguiente paso.
En tanto, las autoridades estadounidenses insistían en que la frontera continuará cerrada, y a partir del 12 de mayo los que la crucen de manera ilegal serán procesados bajo el Título 8.
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“Esto no es lo que me dijeron”
En el extremo oeste de la frontera, en Tijuana, Elena y sus dos hijos caminaban de un lado a otro sin saber a dónde ir.
Le dijeron que cuando llegara a la frontera pidiera asilo y que la dejarían pasar, pero no fue así. Acá se enteró que debía sacar una cita y esperar en un albergue, pero todos están saturados. No sabía qué hacer.
Miles de migrantes permanecían ayer en Tijuana; algunos recién llegaron para intentar cruzar mientras otros esperaban su turno a fin de iniciar su trámite de asilo en refugios que operan a su máxima capacidad.
Todos viven en la incertidumbre por las nuevas políticas migratorias de Estados Unidos.
Algunas familias llegan a la ciudad bajo engaños de conocidos o familiares, quienes —sin tener conocimiento de la situación— les hablan de un proceso de asilo fácil y rápido. Aquí descubren una realidad muy distinta y terminan sin dinero y sin un lugar en donde dormir.
“Es que a mí me dijeron que viniera a El Chaparral y les pidiera asilo, que me iban a entrevistar y nomás iba a esperar como dos semanas… pero no, eso no es cierto, esto no se parece a nada de lo que me dijeron”, se lamentaba Elena.
Contó que ella y sus hijos dejaron Michoacán porque hace un año fue víctima de extorsión y denunció a los responsables. De los tres hombres sólo uno pisó la cárcel y desde ese entonces perdió su tranquilidad.
Elena no era la única migrante que paseaba sin rumbo en la explanada de El Chaparral.
Socorro y su familia, originarios de Guerrero, tampoco sabían a dónde ir. Se acercó a una fila de alrededor de 30 migrantes que llegaron muy temprano para formarse porque ese día tenían la cita para ingresar a Estados Unidos e iniciar su proceso de asilo.
Cada uno de ellos esperó meses en albergues y todos los días madrugaban para registrarse en la aplicación CBP One, uno de los requisitos que impuso en enero el gobierno estadounidense para los solicitantes de asilo.
“Oiga, me puede ayudar, es que me dicen que una aplicación, que la use, que sin una cita no puedo entrar”, le pedía Socorro a uno de los migrantes que ya tenía su cita y esperaba sentado en una banqueta. Él, un venezolano que llegó desde hace meses a la frontera, le explicaba la situación con mucha paciencia.