Tuxtla Gutiérrez.- Megáfono en mano y con la oralidad a flor de labios, la educadora jubilada Sara Isabel Martínez Rincón impulsa la lectura y la formación artística entre locatarios y sus hijos en los mercados de Tuxtla Gutiérrez para “contagiar con amor y entusiasmo el hábito de degustar los universos de los libros”.
Las lecturas de obras, principalmente de autores locales y chiapanecos, se extienden a lenguas toztziles y tzeltales para niños y familias de pueblos originarios que también comercializan y se involucran como escuchas y lectores en los centros de abasto.
Las actividades de fomento a la lectura de Sara Isabel, hija del extinto cronista tuxtleco Manuel Martínez , se centran en el mercado Rafael Pascacio Gamboa , donde desde hace un año y seis meses acompañada de un altoparlante empezó a compartir lecturas de fragmentos de libros escritos por autores chiapanecos.
La promotora cultural, también con esfuerzo personal y sin la ayuda institucional, fundó la biblioteca-taller de ese centro de abastos. Inicialmente lo hizo con un acervo de 200 libros suyos, los cuales aumentó con otros mil que le llegaron de la desaparecida biblioteca del parque público San Roque.
A los locatarios les gusta escuchar textos e involucrarse en la oralidad de distintos géneros literarios, aunque tienen predilección por oír poemas líricos que los ambienta en una atmósfera de “absoluto silencio, tranquilidad y esparcimiento”.
La maestra Sarita, como la conocen las familias expendedoras, acude cada jueves a los puestos de venta. Entre aromas de pozol (bebida de maíz y cacao), pescado fresco, quesos, tamales y agua de chía, ofrece “Los Amorosos” de Jaime Sabines o “El Canto a Chiapas” de Enoch Cancino Cashohonda.
La bocina reproduce fragmentos, leídos con claridad y precisión, de los cuentos de Eraclio Zepeda, Rosario Castellanos y hasta de Bruno B. Traven, el misterioso escritor que vivió en la selva y recreó buena parte de su obra en escenarios chiapanecos.
En el deguste por leer en voz alta se suman niños, adultos y personas de la tercera edad, que por varios minutos dejan de atender a sus clientes. La concentración se funde en el texto elegido, se hunde en el torrente de palabras que los marchantes transitan entre sonoridades de ficciones y realidades.
La única manera de crear lectores es con el ejemplo. La estrategia es “contagiar ese hábito con amor y entusiasmo, no es lo mismo decir lee que leamos, pero es necesario convencernos que nuestra labor fructificará un día. No podemos ser pesimistas”, asegura.
Con más de tres décadas en las aulas como formadora de niños y jóvenes, la también cronista de su barrio natal El Calvario, Martínez Rincón imparte en cada período vacacional cursos de educación artística, juegos tradicionales y les trasmite películas didácticas.
El mercado Santa Cruz, en la colonia Terán en esta ciudad, donde ya ha ofrecido lecturas en voz alta, será su “próximo abordaje permanente” para expandir su labor en sitios públicos como ése donde “el gobierno y la clase política por indiferencia y negligencia no realizan por tratarse de sectores marginales como los locatarios”, acusa.
Foto: Óscar Gutiérrez / EL UNIVERSAL
En el marco conmemorativo del Día Internacional del Libro , Gabriela Sánchez Gamboa lamenta la desaparición gradual de las librerías en Chiapas debido a la crisis multifactorial que golpea al sector, y la creciente falta de lectores imbuidos por la tecnología y el desapego a la reflexión crítica que propicia la lectura.
Gabriela es heredera de una tradición de libreros de 70 años, que se remonta a su extinto padre Braulio Sánchez Constantino, un profesor rural empírico creador de la primera red familiar de librerías en Tuxtla Gutiérrez, Tapachula, San Cristóbal de las Casas y Tonalá, a mediados de 1940 con la primera empresa El Escritorio Moderno.
La propietaria de la librería El Principito, una empresa que “como muchas otras en Chiapas sobrevive y se resiste a desaparecer “, crítica la ausencia de políticas editoriales institucionales para fortalecer el mercado del libro y formar lectores, principalmente entre los niños.
“Amo el olor de los libros, los traigo en la sangre, nací y crecí entre ellos. Los libros me retornan a mi niñez cuando apilaba los ejemplares, y mi padre diciéndome: lee lo que quieres, pero lee, porque el libro es libertad y cultura”, asienta.
Foto: Óscar Gutiérrez / EL UNIVERSAL
afcl