Chilpancingo.— El fuego es implacable. En tres días devoró mil hectáreas y detenerlo ha sido imposible. Sin descanso, 150 hombres trabajan día y noche en los ejidos de El Calvario, El Tejocote y Llanos de Tepoxtepec.
La lucha la están perdiendo; los predios Yerbabuena, una zona forestal protegida; El Plan de Tigre, su centro ceremonial, y Ojito de agua, su manantial, se están consumiendo. Cada minuto que pasa se transforman en cenizas.
Los 150 hombres lo hacen solos, con lo que tienen en las manos. Hasta acá sólo ha llegado la ayuda de voluntarios que trabajan en el combate de incendios o llevando víveres, pero es insuficiente, se necesita mucha más ayuda. De ayuda oficial.
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En El Calvario, este jueves el incendio lo tenían frente a sus puertas, a menos de 500 metros estaban las llamas.
“El fuego comenzó el martes en el Tejocote, por unos campesinos que prendieron lumbre para limpiar sus tierras y se fueron”, contó un joven de El Calvario que bajó del cerro por comida.
El incendio se pasó a El Calvario y llegó a Llanos de Tepoxtepec. La tarde del jueves el fuego se descontroló.
En estos días, El Calvario ha estado sin hombres, todos están en la punta de los cerros sofocando el incendio. En el pueblo están las mujeres, niños y ancianos preparando los alimentos para llevarlos hasta donde están trabajando.
Entre los que se quedaron está Angélica, una joven de 21 años, cuyo cuerpo menudito contrasta con su gran energía. Desde los primeros días no ha parado. El martes y miércoles estuvo en el cerro haciendo guardarraya para impedir el paso al fuego. El mismo miércoles, junto con otros jóvenes, tomaron la caseta de peaje de Palo Blanco de la Autopista del Sol para pedir ayuda a los automovilistas y exigir apoyo a las autoridades. Este jueves, Angélica organiza los víveres que llegan al pueblo.
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La joven ha visto de cerca el siniestro, conoce su potencia. Le preocupa mucho la Yerbabuena, el área verde que han cuidado desde que se fundó la comunidad, hace unos 44 años.
De la Yerbabuena y el Ojito de agua, dice Angélica, sale el agua que utilizan ellos y otra gran parte se va a Chilpancingo.
Calcula que el incendio ya devastó unas mil hectáreas, lo dice con seguridad porque hace ocho años otro siniestro acabó con un área similar.
“Ahorita no vemos los efectos, pero poco a poco va ir dejando de caer el agua”, dice Angélica.
El entonces gobernador, el priista Rubén Figueroa Figueroa, los reubicó acá en la sierra de Chilpancingo, en ejido El Calvario, en 840 hectáreas. Tuvieron que cambiar de golpe de casas, de cultura y de lengua. Un pueblo un savi (mixteco) se asentó en un territorio nahua.
En todos estos años, en El Calvario han logrado constituir un sistema de autogestión, de trabajo comunitario. Todos trabajan para todos. El sistema es simple: cuando unos tienen que sembrar maguey, maíz o calabazas, todos ayudan.
Ayer, los pobladores seguían trabajando casi sin ayuda oficial; otra vez un grupo tomó la caseta de Palo Blanco, pero los policías estatales los desalojaron.